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Teorías de la militancia: la encrucijada del mileísmo de izquierda

Hernán Vanoli
08 Mar. 2025
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1. Ingenieros del cambio

El vanguardista. En 1902, Lenin estaba exiliado en Londres, después de haber pasado un tiempo en Suiza y Alemania. Había huido del Imperio Ruso debido a la represión contra los revolucionarios. De hecho, lo habían metido preso en 1895 y pasó tres años en Siberia antes de poder exiliarse. Acompañado por su amada Krupskaya, con un candelabro de hierro sobre su escritorio y sin laptop ni teléfono móvil, se dedicó a escribir ¿Qué hacer?, un libro que intentaba pensar las disyuntivas que rodean a la formación de un partido revolucionario. Hay quienes dicen que la vocación de Lenin por la organización partidaria disciplinada y la militancia profesional se origina en la muerte de su hermano, Aleksándr Uliánov, acontecida en 1887, cuando Lenin tenía 17 años. Aleksándr pertenecía a la organización Naródnaya Volya (Voluntad del Pueblo), un grupo nacionalista que buscaba asesinar al zar Alejandro III. Su intento de magnicidio fue descubierto por la policía secreta, que lo arrestó, juzgó y condenó a muerte. Fue ejecutado en la horca junto a otros cuatro conspiradores en la Fortaleza de Shlisselburg. El ¿Qué Hacer?, entonces, y además de como un proyecto de toma del poder político, podría ser leído como un responso, o más bien un conjuro de redención. 

El lírico de dos caras. En 1995, Damián Selci entró al Colegio Nacional de Buenos Aires. Había nacido en la Ciudad y parecía una opción lógica. En 2007, ya egresado de la carrera de Letras de la UBA, participaba de la Revista PLANTA, una publicación marxista que combinaba con fineza las herramientas teóricas de un estructuralismo obsoleto con cierto formalismo escolar, dedicándose principalmente a enaltecer la poesía de los noventas desde un simpático elitismo que atacaba a las formas basistas de organización popular del primer kirchnerismo. Todavía no era peronista. Quizás el conflicto con el campo de 2008 significó un importante reset mental para el crítico literario, equiparable a la muerte del hermano de Lenin. O quizás Selci decidió que la poesía no era el más fructuoso de los caminos hacia el socialismo y decidió cambiar de rubro. La cuestión es que en poco tiempo fundó un Centro de Estudios Políticos, se integró a La Cámpora y se enchufó a la teta estatal, que todavía lo alimenta. Tuvo un extenso y vaporoso cargo en el Senado y luego se desempeñó en el área de cultura del Municipio de Hurlingham, donde luego fue Concejal y, más tarde, en 2023, Intendente. Mientras tanto, además de una novela de estalinismo romántico, en 2018 publicó su Teoría de la Militancia, donde incursionó en el género del terror. 

El cimarrón. La biografía de Fernando Cerimedo es un poco más brumosa. Nacido en Mar del Plata, se dice que en 2014 manejaba un taxi ahí mismo en La Feliz. Que en 2019 fue profesor de colegio secundario en la Ciudad de Buenos Aires. Según él mismo, estudió en Harvard, donde conoció a Eduardo Bolsonaro, el hijo de Jair, famoso por romper billetes de mil pesos y fotografiarse con ametralladoras. Su evangelio apócrifo dice que también fue un aplicado maestrando en la Universidad de Phoenix, donde fue recomendado para asesorar en la campaña de Barack Obama. Según él mismo “es el argentino más amado en Brasil”. Lo llaman “el consultor de la ultraderecha” y lo acusan de difundir fake news y de manejar ejércitos de trolls. Cerimedo acepta lo de los trolls pero lo presenta como una batalla para domar al algoritmo. Y niega lo de las fake news, aunque concede que “La Derecha Diario”, el medio que creó, a veces se pone un poco picante. El amor -no la muerte de su hermano, no el fracaso de la crítica marxista escrita por y para gente de la carrera de letras- es lo que parece marcar un parteaguas en su biografía. Como buena parte de los votantes de La Libertad Avanza, Cerimedo era peronista. Colaboró con Intendentes del PJ bonaerense como Fernando Espinoza y ofreció sus servicios a Sergio Massa. Hasta que Cupido lo llevó a otros puertos. Natalia Basil, su amor y socia en Numen SRL, es fanática de Javier Milei. Cerimedo no escribió libros; ni siquiera se sabe si sus innumerables tesis existen. Su biografía entre Mar del Plata y la contrarevolución bolsonarista, entre La Matanza y su supuesto entrenamiento con los Navy Seals estadounidenses, es su narración más refinada. Se dice que, como le sucediera a Edouard Limonov, célebre escritor ruso, hoy Cerimedo está apartado del gobierno. Su biografía es una novela arborescente que se ramifica en centenares de memes y de contenidos inverificables para estallar en sordo ruido blanco. 

2. Teorías de la militancia 

1) La literatura argentina de terror trata sobre una militancia demoníaca que devora al pueblo desde el Estado

En “Qué hacer”, Lenin deja en claro que la militancia debe ser organizada y profesional. Su libro parte de la crítica la espontaneidad y el activismo inorgánico de los militantes socialistas de su época. Considera que la lucha revolucionaria no puede depender de activistas ocasionales, sino de un partido de revolucionarios profesionales, comprometidos a tiempo completo con la causa. Dentro de su esquema, la vanguardia revolucionaria es la encargada de educar y organizar políticamente al proletariado. Lenin confía en una militancia disciplinada y conducida centralizadamente, con debate interno pero unidad de acción tras la toma de decisiones orientada a tomar el poder el Estado. Piensa en una militancia que está fuera del poder. Confía en la propaganda y en el activismo territorial. 

Esta propuesta presenta continuidades y rupturas con las teorías de Selci y de Cerimedo. En su “teoría de la militancia”, el Intendente de Hurlingham dedica muchísimas páginas a discutir con Ernesto Laclau, Slavoj Zizek y Alain Badiou, tres filósofos pertenecientes al llamado posmarxismo. Hay algo conmovedor y borgeano en la voluntad de Selci de posicionarse como un autor de fuste, que desde La Cámpora viene a proponer una innovación teórica para todas las izquierdas del mundo. Según Selci, lo que les faltó a las teorías del hemisferio norte y a sus críticos es darse cuenta de que el militante es el sujeto de los populismos, y que la misión de todo militante es la de lograr un pueblo militante. A lo largo de más de doscientas páginas, Selci se da cuenta de que la raíz de su pensamiento es profundamente cristiana, y desde ahí sintoniza con Badiou. El militante debe primero transformarse a sí mismo y luego transformar al pueblo, que está compuesto de lo que Selci denomina como “cualunques”, es decir, la gente común. Para transformarse a sí mismo y lograr una “existencia no individual” que le permita subordinarse en cuerpo y alma a las decisiones de La Conducción, que en palabras de Selci, nunca se equivoca, el militante debe operar una ruptura con la familia, las amistades y cualquier anclaje “cualunque”. Un leninismo que no aspira a conducir al pueblo, sino que pretende devorarlo. 

A diferencia de Lenin, que tiene una visión más profesional del trabajo militante, la metamorfosis propuesta por Selci se presenta como un camino de santidad, de anagnórisis, de renuncia sagrada. Sin embargo, al mirarla de cerca, su idea se termina pareciendo bastante a la posesión demoníaca. La tradición cristiana, siempre en tensión con su institucionalización eclesiástica, y pese a haber abandonado ciertas prácticas extáticas, intenta retomar la mística a través de la caritas hacia los más próximos. La piedad hacia los enfermos, los rotos y los perdidos se canaliza con caridad. La comunidad puede sacrificarse por la oveja descarriada. Por el contrario, para Selci el otro -llamado con desprecio el “cualunque”- un sujeto que presenta demandas que el Estado -encarnado en La Conducción- nunca podrá ser satisfecho a menos que se haga militante, odie a su familia y deje de demandar. Si el santo es un piadoso que tomando las enseñanzas de Cristo sacrifica sus apetencias en virtud de la piedad, consustanciándose con la realidad efectiva del otro, el militante según Selci es un cuadro que corta amarras con la comunidad para integrarse un ejército de trabajadores estatales militantes. 

En una época en la que una parte de la literatura argentina invoca al género del terror para reconectar con el público, Selci tiene, de nuevo, una intuición admirable al darle este enfoque a su teoría. Tal como le exige a los militantes, Selci se hace cargo. Si el terror clásico podría ser un retorno melancólico a los traumas de la infancia como protección ante un presente muchísimo más siniestro y amenazante, y si el gótico es el deseo conservador de rescate de unos valores pseudo aristocráticos capaces de hacer de balance para el falso igualitarismo de la hipocresía woke y al mismo tiempo legitimar el gusto cipayo por lo anglosajón, Selci propone, con su terror norcoreano, una actualización estética. Se sabe que Kim Jong Un aplica unos principios muy similares a la Conducción de su país: el pueblo debe ser militante, la conducción nunca se equivoca, se elimina cualquier atisbo de existencia individual, etc. 

Pero además de todo esto me interesaba resaltar otra cosa que constituye el núcleo perverso de este terror argentino y militante, y es su corazón siniestro, arraigado en la duplicidad. Se sabe que luego de abonar una costosa visa y a través de una agencia estatal autorizada, cualquier ciudadano occidental que esté dispuesto a gastar alrededor de diez mil dólares puede visitar Corea del Norte. El francés Guy Delisle escribió una novela gráfica sobre un viaje a este país, donde cuenta que la sensación permanente es la de habitar un decorado. Los turistas sólo pueden transitar las zonas permitidas por el guía, hacer las preguntas que el guía les permite hacer, probar los productos que el guía les permite probar, fotografiar las zonas que el guía les permite fotografiar. Tras bambalinas se esconden la miseria y el esclavismo combinadas con un pueblo militante que ama a su patria y a su ejército, dos detalles desde ya omitidos por Delisle, quizás sesgado por su mirada colonial. 

Lo destacable es que, como en Truman Show, los pobladores locales son actores, los vendedores son actores y los productos, incluso, son productos que sólo son accesibles a los turistas. Y esta duplicidad, este doble estándar en el cual lo familiar se vuelve incómodo, es el que caracteriza a la facción de La Cámpora que representa Selci. La organización dice que “La Patria es el otro” y en sus manuales de militancia caracteriza al “otro” como un cualunque incapaz de ser satisfecho, habla de los grandes fines de la política pero se desangra en internas que “los cualunques” no pueden comprender y que producen angustia en una población ya de por sí golpeada por la Mileinomics, fue gobierno y oposición a la vez, y una lista interminable de hipocresías que justamente habilitaron su derrota. Es así que el terror norcoreano de Selci es el verdadero horror de la literatura argentina: una literatura siniestra, urgente y familiar.  

Si bien muchos en las bases militantes de La Cámpora operan de otra manera y acaso no hayan leído la novela de Selci, o incluso los avergüence, la mera existencia de esta formulación nos habla de una cultura militante que, además, nunca termina de decir lo que en realidad la caracteriza: el hecho de que es una militancia que nace desde el Estado, como una necesidad de Estado, que promete al Estado y cuyo desprecio hacia la gente común sólo se realiza desde el Estado y pagada por la gente común, los “cualunques”. El “pueblo militante” es, en realidad y como en Corea del Norte, un pueblo estatizado, y la vanguardia militante de La Cámpora no es profesional en el sentido político del término sino en el sentido institucional. Ni siquiera es estalinista, donde el poder surgía supuestamente de los soviets, de las bases, y se delegaba en una burocracia que era su intérprete legítima.   

2) El mileísmo de izquierda rescata a la militancia de la dependencia Estatal 

Si la teoría de Lenin surge del Partido, y la de Selci tiene su origen y su destino en el Estado, la práctica militante de LLA surge del nervio social. Hoy el nervio social argentino es híbrido. Por un lado está en carne viva y es susceptible por las corrientes emocionales que se enhebran en la internet, y por otro lado está blindado y adormecido ante cualquier estímulo, con una sensación de impotencia y depresión producido por una eterna sensación de inminencia. Pidiéndole prestado por unos segundos a Badiou al Comandante Selci, podría decirse que vivimos sumergidos en un tiempo casi circular donde los eventos (noticias, escándalos, amenazas, guerras lejanas e inasibles donde en el fondo todos sabemos que nadie tiene razón) se suceden a una velocidad abrumadora pero nunca hay acontecimientos (las vidas no mejoran, las promesas tecnológicas asustan pero no se terminan de concretar, la vida cotidiana es cada vez más incierta, el cepo permanece y su eliminación es el cuento de la buena pipa, el presidente participa de cripto-estafas, el futuro existe cada vez menos). Cerimedo entendió esta condición y propuso una práctica de la militancia donde lo único que importa es justamente el nervio social. Sin políticos, sin instituciones, sin partidos, sin Estado al cual llegar. 

Fascinados por algunos tics estéticos, analistas y comentadores vernáculos insisten en que la “ultraderecha” mileísta toma sus modelos prestados de la militancia de la “alt right” estadounidense. Esto es así sólo relativamente. Suponiendo que le creemos a Giuliano Da Empoli y a su best-seller Ingenieros del Caos, este tipo de militancias se inició en Italia y no tuvo un origen estrictamente de derechas, sino que se cultivó al calor del desarrollo paralelo de deep learning de Meta para vender publicidad y del movimiento Cinco Estrellas, un populismo italiano antipolítico que combinaba elementos “de derechas” y “de izquierdas” y fue consecuencia del “mani pulite” italiano, que pulverizó a la casta política del país europeo. 

La innovación del modelo de militancia que propone LLA, entonces, se monta sobre la experiencia originada en el hemisferio norte, sobre los tópicos de la “alt right” yanqui, su estética y sus formatos, pero le añade un músculo potente y desterritorializado que es interpretable desde la porosidad y el plebeyismo argentino. Además de una red de influencers en YouTube, Tik Tok, Instagram, Facebook y por supuesto “X” que se encargaron de compartir clips e intervenciones de Javier Milei, esta militancia se superpuso una red de grupos de mensajería por redes sociales como Whatsapp y Telegram, en un trabajo reticular y de guerrillas que reemplaza al tradicional trabajo territorial del peronismo. Esto no fue así en todos los países, ya que cada país tiene formatos de comunicación diferente. Si en Brasil Whatsapp es también hegemónico, como en Argentina, este tipo de intervenciones no funcionan del todo en los Estados Unidos o en Inglaterra, donde las culturas anglosajonas necesitan la mediación de las plataformas o foros para comunicarse y no admiten lo pegajoso, latino y desjerarquizado que tienen los grupos de Telegram o Whatsapp. 

La militancia libertaria, entonces, parte de las condiciones materiales objetivas del nervio social antes que de la interpelación militante a una conversión cristiana pero de contenido ateo y estatista. Su singularidad radica en el contagio, en la viralización cimarrona entre partes de la población que no articulan su lenguaje y emotividad en clave política, pero sí en clave de una sensibilidad donde la incertidumbre encuentra en sus válvulas de escape en una impugnación hacia los manejos de la corporación política, nombrada como “casta”. Juan Ruocco analiza este fenómeno de contagio viral en su libro y lo notorio de esta práctica es que, al contrario de lo que les gusta pensar a los conspiradores que leen la política en clave setentista, con grandes manos negras internacionales que digitan todo desde arriba, no es necesaria una gran articulación ni hacia adentro ni hacia afuera, ni tampoco un presupuesto desmesurado. Eso es lo que la izquierda no se puede perdonar a sí misma: su inoperancia para conectar con el nervio social, y el retorno de lo reprimido con el rostro de un anarco capitalismo que sí lo hace. 

Sumo algo fundamental: a diferencia de los otros modelos no se manejan promesas de lugares a ocupar en el Estado cuando se tome el poder, no se fomenta ningún tipo de instancia de debate, no se exige el odio a la familia ni a los amigos, y se conquista una conexión con lo popular porque nada es doble: todo es literal, de una literalidad pasmosa. No en la manera en que un concepto puede ser literal para definir algo del orden de los objetos, sino de la manera en la que un meme puede ser literal para definir una condición moral, es decir, con una capa de ironía y rebeldía anclada en el liberalismo salvaje. Hay literalidad, pero lo más importante es que toda la comunicación se basa en la máxima de que la hipocresía es la jactancia de los intelectuales. 

Por eso no hay doble agenda y la abeja reina de la comunicación es el líder, que se comporta como un influencer: vive en las redes sociales, es genuino, está roto, es incierto, no habla el lenguaje de las instituciones políticas ni participó en ninguna de ellas, solo confía en su hermana, puede llegar a promocionar una estafa piramidal, dice amar a los animales y promete un sacrificio que es doble: por un lado, un sacrificio económico y por otro lado, el sacrificio de una minoría progresista y ultra ideologizada que encarna el chivo expiatorio perfecto para aquellos que no sólo vieron frustradas sus ambiciones de previsibilidad y de futuro en los últimos veinte años, sino que además ascendieron hacia algo que el progresismo jamás podrá comprender: el goce -le pido prestado a Zizek al Comandante- en la incertidumbre y el deseo de aceleración como filamento emocional de la Argentina del Siglo XXI. 

Hay, por supuesto, una vanguardia centralizada que baja contenidos al territorio digital y lo articula con los trolls, que son militantes digitales encargados de destruir y al mismo tiempo “generar conversaciones”. Pero el funcionamiento de este tipo de militancia subterránea y quizás más importante que lo visible en las diferentes plataformas no depende de reportes ni de jerarquías, sino de la simple viralización. Por eso es que, para subirse el precio, Cerimedo insiste en la comprensión de los cambios permanentes de los algoritmos y de su “hackeo”, pero en realidad sabe que lo más importante es el viralismo cimarrón. Es militante todo el que es capaz de infectar, no de alienarse en una organización. La hermenéutica del algoritmo no es el final del trabajo sino el principio, o a lo sumo su complemento. 

Repetimos: este tipo de militancia se enchufa al nervio social y su territorio privilegiado son los mensajes espontáneos que se transmiten de persona a persona. ¿Los ayuda Elon Musk? Probablemente. ¿Zuckerberg pone a su servicio refinadas herramientas de microtargeting? Sí, pero es igual para todos. ¿Roban ideas y agenda de la ultraderecha global? Sin lugar a dudas, pero hacen también un trabajo fino de sincretismo y de adaptación a las aspiraciones populares. Hay algo más, hay un plus. Hay una práctica militante y social que funciona. Los progresismos se debaten entre el lamento trágico y paternalista por este “aprovechamiento” de tecnologías y humores sociales, una reivindicación de la universidad y la cultura letrada que ya no afecta a nadie porque no promete nada más que burocracia y dolor, y una imitación burda e ineficaz de los modismos del Influencer en Jefe. La verdadera pregunta es a qué fibra del nervio social, no ideológica, pueden conectarse sin resignar sus proyectos. Pero para eso primero quizás deberían tener un proyecto que vaya más allá de un Estado Interventor con instituciones que siempre serán derrotadas por las aplicaciones. Por ahora lo máximo que han logrado, 10 años después, es una penosa imitación del tono comunicacional de un macrismo en extinción.   

3) Karina Milei encarna hoy el leninismo de Estado

¿Pero qué pasa con los militantes una vez que se toma el poder del Estado? Para Lenin, los militantes profesionales vanguardistas que conducirían a la clase obrera a través del partido se disolverían en el centralismo democrático. Sabemos que luego pasaron cosas, pero el planteo nunca fue el de que se incorporasen como burócratas de un estado omnipresente. Hasta cierto punto, la práctica militante de LLA es más trotskista que leninista o estalinista. Si todo militante es un troll su objetivo es más la revolución permanente hasta la aniquilación del estado que la integración a una casta dirigencial. Pero acá sucede algo curioso, y es que la militancia libertaria se escinde. Aquellos que participaron de la guerra cultural siguen en campaña, porque el poder nunca se conquista y, como buenos trotskistas, pretenden una sociedad permanentemente no ya movilizada, sino nerviosa. De hecho, el hostigamiento a los rivales reemplaza a la movilización. Y la tarea de destrucción del Estado se delega inmediatamente en una organización política que se crea a medida que ellos avanzan, y cuyo factotum es Karina Milei.  

Lo que se ambiciona destruir, en el fondo, es menos el Estado que la vocación social por un estado interventor, menos los mecanismos de opresión de la burguesía que los mecanismos de reproducción de la nomenklatura política, menos la esfera pública del debate que las mediaciones no oficialistas para que ese debate ocurra. Sea como sea, la vanguardia militante es puramente social, puramente nerviosa, puramente guerrillera.  Todas estas características la alejan tanto de la tradición peronista de la militancia territorial que soluciona cuestiones de la vida de los vecinos como un exoesqueleto del Estado, con una vocación piadosa arraigada en el catolicismo, como así también de la tradición conservadora, en la cual las relaciones de padrinazgo arraigadas en la tierra tenían un lugar central, o donde una aristocracia territorial construía un modelo de país. Es una tradición puramente izquierdista que tomó un suero zombie que maximizó el liberalismo salvaje que está inscripto en la genética moral de nuestra nación. Su destino final es un cesarismo que puede volverse populista o conservador, dependiendo de su éxito económico y de su capacidad para articular una aristocracia que lo secunde. 

Sobre esto se superpone la cruzada de Karina. Podemos ver su ambulancia juntando heridos por la misma Libertad Avanza, disciplinándolos, con una guillotina en una mano y un organigrama en la otra, oscura y resplandeciente como la Parca del macrismo. Karina es el brazo leninista de La Libertad Avanza, y por eso no sabemos hacia dónde va a llevarlo. ¿Estalinismo, menemismo, camporismo, posdemocracia? ¿Una desfachatada amalgama entre estas tradiciones? Todavía es muy temprano para saberlo. Lo que sí se sabe, hasta el momento, es que Karina está alineada con los Menem y supo encontrar huecos -y sueldos- para una miríada de pequeños accionistas políticos que en el plano local le deben una lealtad absoluta, y que supo prescindir de freeriders como Ramiro Marra, que pretendía hacer política burguesa dentro de su espacio. 

La militancia soñada por Selci abandonaba totalmente la tradición peronista, piadosa y católica, y se sirve de la conversión y de la dialéctica para justificar una alienación de los militantes en el aparato estatal (y hereditario) del kirchnerismo. Este estalinismo sin base social, sin diálogo con el pueblo, alienado del nervio social al cual descalifica, sin siquiera una fantasía democrática sino automáticamente obediente con La Conducción, no puede pensar la toma del poder simplemente porque nació desde el poder, y se ahoga como un pez fuera del agua fuera del poder. Su práctica política, sus obsesiones, su manera de humillar al no encuadrado, su manera de disciplinar cruelmente a los encuadrados, sus niveles de vigilancia y obsecuencia internas, su obsolescencia teórica, su deprimente institucionalismo, es decir, su imposibilidad tanto de pensar la política por fuera del Estado como de conectarse de cualquier forma con las personas no politizadas, todo radica en que su locus, su razón de existir, es el Estado, y no el movimiento como ocurrió históricamente con el Peronismo, para el cual el Estado era solo una herramienta entre muchas otras. Existen dos rumores populares sobre La Cámpora. El primero es que es una Agencia de Empleo, lo cual es rigurosamente cierto en el sentido que venimos exponiendo. El segundo es que son ñoquis, lo que es rigurosamente falso. Los militantes camporistas son las personas que más he visto trabajar en mi vida, simplemente porque pertenecen a una cultura en la cual cuando se termina el estado se termina el mundo, y cuando se termina la rosca se termina el lenguaje.  

Si no sigue promocionando estafas ponzi y logra que los supermercados se llenen de productos importados a buen precio, LLA se enfrenta a la oportunidad histórica de lograr no un pueblo militante, sino un pueblo movilizado y conectado al nervio de la defensa de una nueva definición de lo argentino. Esta es una hipótesis que el mileísmo todavía busca y a veces logra tartamudear. Tengo la sensación de que no emergerá hasta que, a través de la asimilación o del éxodo, finalmente elimine a todos los elementos macristas que lo habitan. Y de esto podría surgir de un nuevo espacio de confluencia entre su veta leninista y su veta trotskista. El kirchnerismo, por su parte, y si quiere abandonar la estrategia de esperar la debacle económica de Milei para volver a ser elegido como el mal menor (el cripto-escándalo no parece haber hecho mucha mella en la intención de voto) tiene la oportunidad de abjurar de todas sus teorías de mistificación del estado y volver a conectar con el nervio social desde valores diferentes, alejados de la cultura de izquierdas y de la melancolía de cierto peronismo dogmático, pero sí vinculados a la tradición católica, más en su veta mística que eclesial. 

Este texto, finalmente, no intenta caracterizar a todos los militantes de La Cámpora, ni de LLA y mucho menos las contradicciones y fases que tuvo la militancia leninista en su devenir histórico. Por otra parte, deja afuera otras culturas militantes, como las del radicalismo y las del progresismo celeste, que merecerían un análisis aparte como expresiones de visiones laicas del Estado que conviven con visiones religiosas de la sociedad civil. Por el contrario, elegí poner en juego una serie de tipos ideales, particularmente alucinados, que emergen en un país cuya imagen de la militancia es bastante positiva. 

Aunque su liturgia se construya en oposición a la cultura de izquierda, Milei y sus seguidores son muchísimo más izquierdistas que el resto del espectro político y sus tradiciones militantes, más ligadas, por lo general, a la matriz estatista. En este plano, y lejos de dejar de existir, la militancia barrial y territorial va a adquirir, en mi forma de ver las cosas, una relevancia muy especial, pero deberá adaptarse a las nuevas armas y la nueva gramática de la emocionalidad social. Nuevos debates nos esperan en una Argentina que cambia su rapidez y sigue navegando, cada vez más profundo, en las aguas de la incertidumbre. ///// DB 

Disclaimer. Contenido libre de financiamiento del Departamento de Estado.
Escribe: Hernán Vanoli
08 Mar. 2025
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