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Luigi Mangione, la derrota de Occidente y un nuevo mundo multipolar

Nicolás Mavrakis
08 Mar. 2025
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En medio de los “mass shootings” que ocurren cada día en los Estados Unidos, es difícil recordar que la primera imagen triunfal de Donald Trump como inminente 47° presidente de los Estados Unidos surgió entre la sangre del disparo que casi le vuela la cabeza (pero le rozó una oreja) durante un discurso en Pensilvania. Es más: después de ese, Trump sufrió otro par de intentos de asesinato. Pero el punto, ahora, no son ni las conspiraciones del “Deep State” ni los juegos duros del poder. Y ni siquiera lo es el hecho de que, acerca de estos magnicidios fallidos, no se haya explicado nada sensato durante la regencia senil del presidente Joe Biden. Lo que ahora sí sabemos, en el mejor caso, es que asociaciones colonialistas turbias como USAID, en conexión con las múltiples fundaciones globalistas de George Soros, financian a muchos de los “medios independientes” que, en tonos ladinos o biempensantes, justifican o naturalizan alrededor del mundo la asimilación ideológica de este tipo de “reacciones” como única respuesta inevitable al “auge de las nuevas derechas”.

Me pregunto si debería sorprendernos, entonces, que hasta en Argentina hayan existido entusiastas seguidores de un “asset” marginal de la CIA como Martin Gurri. No mucho si recordamos que es alguien que analiza la supuesta decadencia de la democracia y del civismo en las redes sociales como si fueran eventos naturales que activan la aspersión digital del “nihilismo” y no el efecto calculado de “psyops” implementadas por las mismas multinacionales de Silicon Valley (hasta ayer demócratas y aliadas a la CIA) que posiblemente respaldaron sus partes de inteligencia hasta ayer. Pero volveremos al agente Gurri y su pubertad de la pena por “la rebelión de los ciudadanos” de la anglosfera en un rato.

El punto es que la violencia y el asesinato están completamente naturalizados en el paisaje psicosocial de los Estados Unidos. Tanto, que hasta los intentos directos de asesinato contra Trump nos resultan difusos, si no es que ni siquiera podemos recordarlos. Esto, sin embargo, es parte de una deriva nihilista prolongada y distinta de la que describe Gurri. Un declive estadounidense dentro del cual se encadena tanto la gimnasia escolar rutinaria de los tiroteos en los patios interiores de los Estados Unidos como el aval a los genocidios contra la población civil que habita en los que, apenas todavía, son considerados sus exclusivos patios exteriores. Si me lo permiten, esta es la perspectiva general desde la que me gustaría pensar durante los próximos ocho minutos de lectura sobre Luigi Mangione.

Luigi Mangione asesinó en diciembre del año pasado, en las calles de Manhattan, a Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, una poderosa aseguradora de salud administrada por UnitedHealth Group. Y lo hizo delante de una cámara, por lo que pudo verse que usó una pistola con silenciador, gracias a lo cual Thompson murió sin terminar de entender exactamente qué estaba pasando ni por qué sus pulmones, de repente, se anegaban con su propia sangre y ya no podía respirar. Ni uno de los cinco mil millones de dólares que le hizo ganar a UnitedHealthcare entre 2019 y 2022 rechazando autorizaciones médicas y cuidados posoperatorios le sirvió para nada durante ese trance de 28 minutos, luego del cual fue declarado muerto en la clínica Mount Sinai West. 

Cuando unos días más tarde la policía atrapó a Mangione en Pensilvania, llevaba encima una nota que decía que “aunque los Estados Unidos tienen el sistema de salud más caro del mundo, apenas llegamos al puesto número cuarenta y dos en expectativa de vida”. En medio de esto, en las redes se celebró que alguien hubiera asesinado al fin al CEO de una empresa usurera y parasitaria que lucra con la indefensión y la muerte de enfermos, y también que Mangione fuera un tipo carilindo y sonriente: “The perfect outlaw-hero admired by his people”, etc.

Si Mangione actuó en venganza porque UnitedHealthcare rechazó ocuparse del tratamiento de una lesión quirúrgica en su espalda o porque su abuelita fue una de las tantas víctimas del “bonus” anual que Thompson recibía a cambio de abandonar pacientes es ahora irrelevante: tendrán que resolverlo los guionistas de su primera “biopic” en Netflix antes que los fiscales que intentarán condenarlo a muerte y que ya lo acusaron de terrorismo. Lo relevante, en cambio, es que Mangione estaba en lo cierto. Los Estados Unidos son el único país avanzado que experimenta un descenso general de la esperanza de vida: de 78,8 años en 2014 a 77,3 años en 2020 y 76,3 años en 2021. Y esto es lo que, en buena medida, habilita a las aseguradoras médicas estadounidenses a anular muchísimos de los reclamos de atención de muchos pacientes mediante las evasiones burocráticas del “deny”, “defend” y “depose”, tres términos que Mangione conocía y dejó escritos en los casquillos de las balas que usó para ejecutar al CEO de UnitedHealthcare. 

En términos geopolíticos, por otra parte, “deny”, “defend” y “depose” son palabras a través de las cuales también pueden iluminarse las reacciones confusas y desesperadas ante lo que Emmanuel Todd, en La derrota de Occidente, describe como “la disolución del Estado-nación de los Estados Unidos y la pérdida de su clase dirigente y su capacidad de marcar un rumbo”. Sin necesidad de notitas al pie, citemos al buen Todd in extenso: “Hacia 2015, alcanzó lo que he denominado un estado cero. Esta expresión no significa que el país ya no exista ni produzca nada, sino que ya no está estructurado por sus valores originales, protestantes, y que la moralidad, la ética del trabajo y el sentido de la responsabilidad que impulsaban a su población se han evaporado. La elección de Trump, adalid de la vulgaridad, seguida de la de Biden, adalid de la senilidad, habrían sido la apoteosis de este estado cero. Las decisiones de Washington han dejado de ser morales o racionales. Así que no otorgaré a este Estados Unidos, que ya no sabe quién es ni a dónde va, la imagen paranoica clásica de un sistema manipulador eficaz”.

Acerca de la obsolescencia de “esta imagen paranoica clásica de un sistema manipulador eficaz” voy a volver en un rato para el contraste con las operaciones de Gurri. Hasta entonces, sigamos con el diagnóstico fatídico y al mismo tiempo fácilmente constatable que Todd hace de los Estados Unidos. Solo desde el punto de vista de la salud, que fue lo que desencadenó la venganza asesina de Luigi Mangioni contra un CEO, en los Estados Unidos ni siquiera un 18,8% del PBI como gasto sanitario está libre del giro perverso que convierte a ese mismo presupuesto en un instrumento para destruir a la población a través de distintos medicamentos opiáceos directamente relacionados con el grave incremento de la mortalidad entre personas de 45 a 54 años. Un caso didáctico: en febrero, Mordechai Brafman, un judío de 27 años, disparó diecisiete veces contra un padre y su hijo a los que se cruzó por las calles de Miami porque creyó que eran palestinos. Ninguno murió ni resultó ser palestino, sino judíos de Israel. En su defensa, Brafman dijo que sufre una grave crisis de salud mental. Innegable, pero a la vez muy ilustrativo del actual escenario mental de los estadounidenses.

Desde el año 2016, el lobby farmacéutico logró que se aprobara en el Congreso de los Estados Unidos la “Ensuring Patient Access and Effective Drug Enforcement”, que prohíbe a las autoridades sanitarias suspender el uso de opiáceos, es decir, suspender el proceso de psiquiatrización masiva de los estadounidenses. Esta es la “moralidad cero”, como la llama Todd, que surge del colapso del protestantismo (además del colapso de todas las otras religiones, aunque el protestantismo fue el factor fundamental para el desarrollo de las potencias occidentales) y se propaga como causa directa de “un vacío religioso, la verdad última del neoliberalismo”.

Los detalles de naturaleza histórica y antropológica alrededor del vacío religioso en Occidente, tal como los explica Todd, quedarán para la próxima. Yo solo voy a glosar un poco los mecanismos disolventes de la sociedad que él señala y el modo en que esto nos hunde en el nihilismo. A propósito de lo que Todd llama nihilismo, por otro lado, pensemos simplemente en la aniquilación de las creencias colectivas (metafísicas, fundadoras y derivadas, ya sean comunistas, socialistas o nacionalistas) y el modo en que tal aniquilación nos convierte en una multitud narcisista de enanos miméticos que ya no se atreve a pensar por sí misma, a la vez que somos tan intolerantes como los peores creyentes del pasado. Uno de los tantos efectos derivados de esta degradación es lo que Todd llama “estadio zombi” y “estadio cero” de la religión. 

La primera categoría es reconocible entre nuestros modestos neoconservadores argentinos de corte nacional y popular: aunque declaman en público algún tipo de afinidad de sus almas con Jesús y a veces se animan a colgarse a la vista una cruz, nadie va a misa ni se confiesa, pocos se bautizan, apenas un par conoce los ritos, los dogmas o los sacramentos de la fe, prácticamente nadie se casa, ninguno leyó la Biblia, solo una minoría procrea hijos y, al final, todos van a optar por la cremación. La católica, en este caso, es una religión que vive apenas como cuerpo cultural errante, pero su alma ha muerto. No hay principios ni valores que escapen a la relatividad de la pura conveniencia del “autodiseño” narcisista descripto por Boris Groys, etc. La segunda categoría, el “estadio cero” de la religión, probablemente implique la intensificación degradada de la primera, aunque, ahora, al compás de la demanda de contenido vinculado al ocaso de la salud del Papa Francisco.

A propósito del descarrilamiento “woke” que merodea este cuadro de erosión de la tradición, Todd ofrece explicaciones muy agudas (y nada moralistas) sobre su actual repercusión en el conflicto entre las élites letradas y el pueblo. Para no perder de vista el problema religioso, una penúltima cita: “Si el matrimonio entre personas del mismo sexo se considera equivalente al matrimonio entre personas de distinto sexo, entonces podemos afirmar que la sociedad en cuestión ha alcanzado un estadio cero de la religión”. Otro ejemplo de cómo el “estadio cero” de la religión deriva en una “moralidad cero” puede verse en Twitter. Que el dueño de esa plataforma haga el saludo nazi por televisión hubiera significado, en otro tiempo, algún repudio masivo y el inevitable éxodo espontáneo de los usuarios, e incluso alguna sanción social o económica, aunque fuera cosmética. Lo mismo podría esperarse para la credibilidad de un presidente que promocionara desde sus cuentas personales en las redes sociales una megaestafa digital. Sin embargo, sabemos que no pasa absolutamente nada.

A riesgo de extender demasiado este párrafo, me gustaría congraciarme con mis amigos de Dólar Barato y agregar, acerca de este punto, algo que escribe Todd que devela sus diálogos explícitos con Peter Thiel y corrobora, además, los pronósticos tecnofeudales de Curtis Yarvin: “Solemos pensar en los oprimidos, los negros o los homosexuales, pero la minoría más y mejor protegida de Occidente es sin duda la de los ricos, ya representen el 1% de la población, el 0,1% o el 0,01%”. Está de más añadir que esta es la causa por la cual en Occidente hoy la política puede quedar perfectamente abandonada a discusiones del estilo “woke” y “anti-woke”. En una sociedad estratificada por la enseñanza superior, atomizada por la atrofia de la religión, informe, ni nacional ni de clases, dominada por una élite ideológica que busca en las cuestiones identitarias, étnicas y raciales razones para dividirse en “progresistas woke” y “conservadores anti-woke”, la política en sí misma (y habría que añadir la democracia) es insustancial para alterar un mundo recortado por un mercado puro donde deambulan, sin más, hombres y mujeres codiciosos y sin moral.

¿Y por qué todo esto se relaciona con Luigi Mangione? Porque su asesinato del CEO de UnitedHealthcare, su celebración como “sex symbol”, la reivindicación social frívola del crimen y sus proclamas contra la maquinaria ciega de la especulación neoliberal en el ámbito de los negocios relacionados con la vida y la muerte sintetizan muy bien nuestro Zeitgeist nihilista. Es curioso que Mangione haya estudiado ingeniería en un país que importa cada vez más “STEM workers” porque no puede producirlos entre su propia población (China, Corea del Sur, India, Canadá, Turquía e Irán tienen mejores índices), lo cual es otro síntoma, ahora educativo, del funcionamiento perverso de un sistema en el que es más rentable producir dinero antes que bienes. Y, si bien él apostó por un camino académico difícil pero promisorio, lo cierto es que su mente y su destino quedaron torcidos por la influencia indirecta de los banqueros, los empresarios y los abogados, entre otros muchos parásitos diplomados, que hoy representan a las profesiones en lo más alto de las preferencias del estudiantado estadounidense, ya que son las profesiones que van a acercarlos a las fuentes sagradas de las que mana el dólar. 

Nada exculpa a Luigi Mangione de sus propios actos, pero de las particularidades de su caso se derivan otras líneas muy representativas del caos general: el asesinato a sangre fría como solución inútil, la reivindicación absurda de un asesino como héroe digital frente a una injusticia contra la que nadie actúa en serio, la espectacularización libidinal e incluso su risueña comparación con las viejas figuras del santoral cristiano (estupidez por la que, a la búsqueda de otro “Like”, muchos de mis amigos que se hicieron católicos ayer, por así decirlo, se olvidaron de que deberían estar en contra de todo tipo de pena de muerte, etc). Podría decirse que lo que pasó alrededor de Mangione es otra ensalada estándar de estupidez típica de las redes sociales, pero creo que las ideas de Emmanuel Todd ayudan a comprenderlo de una manera más interesante, que nos explica la caída generalizada de un orden global unipolar que se derrite por su propia ceguera nihilista y, a partir de ahí, desnuda los motivos para el giro plenamente vigente hacia un mundo multipolar. Cómo se insertará en esta nueva realidad el Imperio Argentino, como dicen mis amigos libertarios, queda por verse. La iniciativa privada radical de Luigi Mangione, que construyó su arma con una impresora 3D, no resultó tan prometedora.

Finalmente, una rápida mención a la melancolía globalista de Martin Gurri y su lógica lamentación por el declive del mundo unipolar estadounidense. Aunque mis amigos socialdemócratas y macristas en Argentina se hayan fascinado con sus críticas contra Javier Milei y el “ataque a las instituciones sin nada que poner en su lugar”, la ponderación que Gurri recita en La rebelión del público de los “gobiernos democráticos ágiles” es una mezcla de cinismo y negación. Como analista de datos de la CIA, es probable que Gurri no ignore que su tarea ha sido, esencialmente, la de sabotear y destruir la “agilidad” y la “democracia” de cualquier país no alineado con los intereses de los organismos de inteligencia de los Estados Unidos, intereses oscuros que, en muchos casos, pueden estar incluso en conflicto con los intereses de la Casa Blanca. Pero, desde ya, esto es una obviedad.

Lo que Gurri pierde de vista, y tal vez sea menos obvio, es que el “ácido corrosivo de la incertidumbre” no se destila de la caída de “la democracia liberal y la estabilidad económica”, sino que se destila precisamente del tipo de democracia liberal y el tipo de estabilidad económica que fuerzas antipopulares como la CIA impusieron desde la segunda mitad del siglo XX sin ninguna contemplación más allá de las necesidades exclusivas de la CIA. La paradoja es que esto, al final, fue lo que derivó en la derrota de Occidente. Y este no es un guiño simpático a mis amigos de izquierdas, sino un simple comentario acerca de que el “orden” que anhela Gurri, por enternecedor que les parezca a sus viejos beneficiarios, ya no es siquiera un “orden” conveniente para lo que Gurri representa: la prueba es la disolución cercana de la OTAN y la derrota de los Estados Unidos en Iraq, Afganistán y Ucrania. Es más: el evidente desprecio de Gurri por Donald Trump y “el público”, de hecho, es un buen indicador de que ese “orden” bipartidista perdido y consensuado por una casta anclada en Washington ni siquiera resultaría conveniente para la mayoría de los estadounidenses, cuyo nuevo presidente, para volver al punto del comienzo, sobrevivió un par de intentos de asesinato desde que se propuso regresar a la Casa Blanca. Ahora sí, podemos ir en paz. ///// DB

Disclaimer. Contenido libre de financiamiento del Departamento de Estado.
Escribe: Nicolás Mavrakis
08 Mar. 2025
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