Desde hace unos cuantos meses, en investigaciones cualitativas y en grupos focales, venimos percibiendo que el gobierno de Javier Milei está emocionalmente terminado. ¿Pero qué significa esto? ¿Qué se está por caer? ¿Qué se viene la corrida como vienen diciendo los economistas opositores, cada lunes, desde hace casi dos años? ¿Que el mileísmo cultural ya no existe más? Todo lo contrario. El gobierno de Javier Milei está emocionalmente terminado no sólo porque aplastó y redujo la microeconomía casi a su mínima expresión. Está emocionalmente terminado porque la confianza social en su promesa ya no existe.
Si uno habla con la gente que no sintoniza Twitter, que no escucha Pagni, no mira canales de noticias y que cree que una Blender es un electrodoméstico, en suma, con la gente que trabaja y que lucha por sobrevivir, lo que escucha es un malestar profundo, casi insondable. No es decepción en todos los casos. Los “arrepentidos de Milei” son pocos, un 5%, acaso vitales en un eventual balotaje. Lo que se puede percibir si uno escucha no sólo lo que dice la gente sino sus gestos, su acervo conceptual, sus relatos cotidianos y sus fábulas morales es que el gobierno hizo cosas que había que hacer, pero fue incapaz de proponer un horizonte creíble de bienestar. Las personas que no hablan de política en los mismos términos de aquellos que pasaron por una carrera de humanidades o ciencias sociales sienten que pusieron el hombro, que incluso pueden seguirlo poniendo, que Milei es un tipo que “sabe”, pero que no hay horizonte. Valoran muchísimo la apertura de importaciones y el aluvión de productos chinos, y la sensación de estabilidad macroeconómica y de rumbo que trajo este ciclo político. Aprecian la represión a piquetes (no de jubilados) y que se hayan desarmado los movimientos sociales financiados por el Estado. Se sienten cómodas con un gobierno con autoridad y sin examinación interna permanente.
Parados en un gran consenso nacional que es que a Milei “le falta un tornillo”, valoran justamente que un loco era el único capaz de al menos intentar desarticular los curros de la casta. A pesar de que la inflación del INDEC -y no Clarín- miente, y de que nadie que fuera a la verdulería o al supermercado hubiera sentido nunca que iba por debajo del 2%, sienten que al menos la cosa se estaba “emprolijando” con cierto rigor y cierta decisión apuntados hacia premiar el esfuerzo y el mérito que les permiten sobrevivir y acomodan sus prioridades. Esto es algo contra los que los anteriores gobiernos kirchneristas directamente conspiraban. Pero estas personas sólo necesitaban un indicio, o una pequeña señal, para ponerle palabras a algo que sentían en su día a día, en sus compras, en sus formas de proyectar sus sueños, en su vida laboral. Si el salario no sube, si los servicios suben, si las prepagas suben, si muchos rubros alimenticios suben, si casi nadie compra nada, y si no hay plazos para la recuperación, la sensibilidad se hace extrema. Y entonces aparecieron unos audios que decían que la hermana del presidente había pedido coimas en la compra de medicamentos para discapacitados.
Las personas comunes aceptan que la corrupción está implícita en las formas contemporáneas de hacer política, que les parecen moralmente nefastas. Lo toleran porque quieren seguir con sus vidas, pero no lo habilitan. Hay una diferencia fundamental entre tolerar y habilitar. Si a mí me va bien, lo tolero pero no lo habilito. Si a mí me va mal, dejo de tolerarlo. No se trata de “hacer la vista gorda”. Se trata de priorizar las fuentes de stress. La “vista gorda” supone una habilitación. Pero esa habilitación no existe. Las personas comunes siempre van a preferir a un honesto por encima de un corrupto, pero sus sistemas de razonamiento y de compromisos son mucho más complejos y sutiles que eso. Entonces salvo los opositores, por lo general más ricos, más informados, más escolarizados en las ciencias sociales o las humanidades, más institucionalizados en su beneficio, las personas que trabajan para subsistir no se escandalizaron por la corrupción de la hermana del Presidente. De hecho, lo vieron en muchos casos a Milei como víctima de su hermana, un demente con síndrome de Estocolmo.
Pero ese hecho minúsculo y que no habilitan terminó de cerrar algo que estaba flotando en el horizonte: se trata de un gobierno sin rumbo, perdido en la neblina de un ajuste doloroso, que no sólo es incapaz de dar buenas noticias sino de explicar cuándo y cómo viene la parte buena con un lenguaje que haga sentido con las categorías del sentido común. Un gobierno que ni siquiera pudo cerrar un Registro de la Propiedad Automotor pero si ajustó al Garrahan o le sacó las prestaciones a mi primo discapacitado. Un gobierno que fue duro con todos, menos con la política, a la que simplemente le gritó y que se lo terminó comiendo crudo.
Ojalá esto no confunda al peronismo, si es que el peronismo quiere plantarse como una alternativa de Gobierno. Ojalá que el peronismo no crea que el garantismo y la negación de la inseguridad bajo un manto de estadísticas burocráticas que emulan lo que dice el INDEC sobre la inflación son un curso de acción viable ante una sociedad asediada por el miedo a la delincuencia. Creer que la sociedad habilitó la presencia de Baradel o de Espinoza en un escenario, creer que quiere volver al déficit fiscal y a la imprevisibilidad de una coalición de gobierno que cruje como un coloso cada vez que se mueve dos centímetros de los intereses de la multitud de sobrepolitizados que la integran, creer que la sociedad cree que Cristina es inocente o que Máximo Kirchner es un próspero emprendedor de la política, creer que el peronismo ya hizo autocrítica o que tiene un proyecto mínimamente convocante puede ser un error fatal.
Además de ser gorila, subestimar a la gente común es un error estratégico. El mismo error que cometen ciertos profesionales del stand up que creen que habrá una salida de centro, una nueva Alianza no peronista. El peronismo activó sus células dormidas y fue la herramienta con la cual una parte importante de la sociedad se defendió de un gobierno perdido y sin rumbo, con una estrategia discursiva pésima y perimida, y con un armado político tan amateur como sus circuitos de financiamiento. Esto no significa que los votantes hayan empezado a valorar gestiones anteriores o estén dispuestos a hacer una amnistía para con aquellos que vienen trabajando de funcionarios públicos desde hace décadas y pidiéndoles que les agradezcan por eso. Ni que los laburantes quieran retornar a la retórica de los derechos o el Estado presente. En un grupo focal, una enfermera me dijo: “El de político es el único laburo en el que te subís el sueldo levantando la mano”. Confundir espanto con amor puede llevarte a la ruina, por más que tu adversario esté absolutamente desangelado y al parecer haya quemado su manual de respuestas y procedimientos en la hoguera de un dólar artificialmente bajo y de una economía letalmente deprimida.
Para terminar una defensa del gremio. Las encuestas hechas con seriedad funcionan. En nuestro informe sobre la primera sección electoral, publicado el 14 de Agosto, dijimos que la participación sería de un 62% y que el rechazo a Milei era de un 47% entre los que lo catalogaban de “desastre” y los arrepentidos. Obviamente que se puede fallar sin la necesidad de ser indigno como algunos colegas que salieron a gritar en los medios que Milei triunfaría por diez puntos. Antes del audiogate, nuestro estudio arrojaba que Valenzuela llevaba 6 puntos de ventaja pero había un 27% de indecisos, antes del escándalo de los audios. De ese 27%, todos votantes blandos, el 21% fue a Katopodis y sólo un 6% a Valenzuela. Así de maleables son las células dormidas. El 38% que no fue a votar también pertenece a esa patria silenciosa. ///// DB