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LA REVOLUCION DE LAS BOINAS

01 Oct. 2025
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Apuntes sobre el Sahel africano y la lucha soberanista de sus pueblos.

“Durante más de cuarenta años algunos países han estado extrayendo su uranio para producir energía en sus propios territorios. De Ottawa a París las calles están iluminadas, todo es luz; pero Níger aún permanece a oscuras. Es por eso que hemos decidido rebelarnos y tomar el destino de nuestros países en nuestras propias manos”. La referencia a la luz y la oscuridad es de Ibrahim Traoré, pronunciada durante la cumbre de Niamey en julio de 2024, y podría parecer una figura poética de ocasión, una metáfora mística para encender auditorios. En realidad es apenas una descripción de la realidad. En la actualidad, Francia es uno de los mayores productores de energía eléctrica de Europa y casi el 70% de esa energía proviene de fuentes bajas en carbono, es decir que el grueso de todo eso viene de la actividad nuclear. Ésta actividad se alimenta de uranio, que la potencia europea extrae a precio vil de países africanos y asiáticos. Dentro de ese esquema de expolio Níger le provee a Francia el cerca del 20% del uranio que consume, mientras que el 80% de su propia población vive literalmente sin poder prender un foquito ni enchufar una heladera. Lo básico.

Pero este es solo un ejemplo del humillante trato al que Francia sometió a la región del Sahel a partir del proceso de descolonización de la segunda mitad del siglo XX. Hay muchos más, por supuesto. No nos privemos, ya que estamos, de mencionar el más refinado de sus instrumentos de vampirización: el franco CFA, la moneda de circulación de los países de la región, atada al euro y transable únicamente vía Francia, cuyas obvias consecuencias para los países africanos no fueron más que atraso, inestabilidad y anemia económica. En la Argentina del revoleo de ideas brillantes el caso del franco CFA debería ser observado con atención para eludir con elegancia al inevitable economista local que toque el cover de la dolarización en esta, en la próxima o en la siguiente crisis.

El Sahel es la región africana que oficia de colchón entre el Magreb o África Árabe, al norte, y el África Subsahariana hacia el sur. Es una zona de mucho tránsito, poco desarrollo económico y baja densidad poblacional, bendita (o maldita, según se mire) con gran cantidad de recursos minerales de alto interés estratégico. A partir de la Primavera Árabe desatada por los genios de la OTAN en 2010, el Sahel comenzó a sufrir la desestabilización social y política acarreada por la desaparición de los nacionalismos árabes, que no serían la panacea pero a fin de cuentas sostenían un orden. La descomposición del férreo sistema político existente hasta entonces implicó la conformación en el Sahel de una zona liberada, entendida como un inmenso mercado informal de armas, falopa y personas. “La dramática situación de Libia”, explica Kevin Bryan en su reciente libro La revolución de las boinas, “atravesada por el crecimiento de redes de trata y de esclavitud, y por la disponibilidad del arsenal del ejército de Gadafi, acumulado por décadas, caído en manos de organizaciones armadas, fue imposible de controlar para los frágiles gobiernos del Sahel”.

Para peor, una vez que, como dijo el estadista Mauricio Macri, Twitter volteó al compañero Gadafi, el Estado Islámico de los genios de la CIA empezó a expandir su califato yihadista en el Sahel, especialmente en los territorios de Malí, Níger y Burkina Faso. La situación no dejó de agravarse ahí: cuando la pandemia de COVID-19 paralizó el planeta, a los habitantes de esta región les tocó ver cómo sus amos de Francia y Europa los tiraban al bombo con las vacunas pero sin dejar de drenar ni un solo minuto los recursos naturales hacia sus madrigueras. Para esa altura los veteranos mercenarios rusos del Grupo Wagner ya se habían metido en el cachengue y se mostraban como una seria opción de orden ante el caos local, mientras que las Fuerzas Armadas de los distintos países sahelianos, a su vez, comenzaron a ocupar un rol central en el restablecimiento de la paz y la normalidad.

Este factor, unido al ascenso de una nueva camada de jóvenes oficiales dentro del ámbito castrense, posibilitó a partir del año 2020 el surgimiento de un ciclo de golpes de estado que reemplazó a los gobiernos títere de la región por nuevas autoridades militares con gran apoyo de los condenados de la tierra. En particular, los casos de Malí, Burkina Faso y Níger se convirtieron en el núcleo de una nueva experiencia política popular de carácter soberanista y anticolonialista (es decir, antifrancesa), de fuerte inspiración panafricanista. Es a dicho proceso que Bryan denomina “la revolución de las boinas”, en alusión a la prenda característica de los ejércitos del Sahel de donde surgieron estos nuevos líderes. En el caso de Níger, corazón del área francófona de África, el proceso está encabezado por el general Abdouramane Tchiani, de boina parda. En Malí el hombre de la boina verde es Assimi Goita, un coronel de 42 años forjado en el terreno de la lucha contra el extremismo islámico. Y en Burkina Faso hablamos del más joven y acaso el más carismático de los tres nuevos jefes, el capitán Ibrahim Traoré, que calza boina de color rojo, una herencia de los paracaidistas franceses.

Traoré se hizo con el poder en septiembre de 2022 y rápidamente empezó una serie de reformas económicas, políticas y culturales afincadas en la reivindicación histórica de Thomas Sankara, “el Che Guevara africano”, que  había llegado a gobernar Burkina Faso en los ochenta bajo un programa de tendencia al socialismo hasta que François Mitterrand decidió asesinarlo y ponerle fin a su utopía panafricanista. Como heredero del ideario de Sankara, Ibrahim Traoré barrió en meses con la presencia de tropas francesas en su patria, se alió militar y tecnológicamente con Rusia, nacionalizó el oro, creó un banco estatal y empezó a fabricar lingotes (algo fundamental para tener reservas y moneda propia), armó una empresa ferroviaria nacional y una de energía atómica, nacionalizó tierras, metió maquinaria agrícola por todas partes, rutas, escuelas, etcétera. En Níger entretanto el gobierno del general Tchiani hizo lo propio, apuntando más hacia los recursos petroleros, rebajando impuestos a las empresas locales y creando una aerolínea nacional. Mientras que Malí, país rico en litio, se lanzó a explotar este mineral abriéndole la puerta del negocio a los chinos, con lo cual recibió una formidable transferencia tecnológica y consiguió quedarse con el 35% del total de las ganancias totales. Además Malí exhibió una veta novedosa para los procesos políticos soberanistas del siglo XXI: en febrero del 2024 consiguió hacerse con los datos biométricos de su población, hasta entonces en poder de la empresa francesa Idemia.

Ante esta reconfiguración del escenario africano Francia intentó algunas movidas, pero lo cierto es que no parece en condiciones de sostener un conflicto armado en la región que le posibilite la permanencia. Como es obvio, la salida de las tropas y los capitales franceses de la región generó la oportunidad para que otras potencias entrasen a jugar fuerte. Se armó en el Sahel una serie de alianzas nuevas. Rusia ya tenía presencia desde antes en la zona, con la tácita anuencia de los EEUU, pero China, de la mano de los BRICS, vino a sumarse al nuevo esquema de estabilización. Tal como señala Bryan, “mientras Burkina Faso estrechaba lazos con Rusia, Níger avanzaba a la puerta de la multipolaridad, manteniendo diálogos con Arabia Saudita, Irán, India y Turquía, todos interesados en el uranio. Níger, por primera vez en su historia, salió a buscar socios que quisieran invertir en el país bajo sus propias reglas y no las de Francia”. Cabe preguntarse si, bloqueada la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda por los conflictos bélicos en Ucrania y Medio Oriente, entre otros, China ve la posibilidad de una apuesta por un nuevo paso hacia el Atlántico por un corredor francafricano pacificado y unificado políticamente.

Como frutilla del postre, el 17 de septiembre de 2023 los tres países anunciaron la creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES) con fines políticos y militares, en especial defensivos, incluyendo la creación de una moneda y una fuerza militar común que les permita consolidar un proyecto geopolítico alternativo al de la la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), diseñado en Europa. Dijo Traoré: “La verdadera lucha contra el imperialismo consiste, en primer lugar, en descolonizar las mentalidades y en dejar de creer que no podemos hacer lo que otros sí hacen”. El desafío no es menor y por supuesto su resultado es incierto, pero la reestructuración del sistema de poder mundial les regala a estos países una oportunidad única que no parecen dispuestos a dejar pasar. Cortar con el sometimiento neocolonial francés, contener o expulsar al disolvente extremismo islámico y desarmar décadas y décadas de pobreza estructural con una unión entre pueblo y ejército es una empresa que hoy parece plausible para el Sahel. En todo caso, y sin caer en idealizaciones inconducentes, el ensayo de un nuevo proceso soberanista en este siglo, con sus componentes de ruptura del statu quo con la potencia tradicionalmente dominante, su mapa de nuevas alianzas y su intento de un orden alternativo adecuado al nuevo orden geopolítico, vale como modelo para trazar los propios planes, pensar alianzas y proyectar un futuro para nosotros mismos. ///// DB

Disclaimer. Contenido libre de financiación del Departamento de Estado.
01 Oct. 2025
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