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MÁS ALLÁ DEL PERONISMO (parte I)

15 Sep. 2025
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Esteban Montenegro adelanta en exclusivo para Dólar Barato un capítulo inédito de una nueva edición revisada y ampliada de su libro Pampa y estepa, de aparición en el substack del "Instituto Trasímaco". Debido a su extensión, publicamos aquí la primera parte. En este texto, el autor desafía los tibios y masticados lugares comunes desde los que el periodismo, la comentología streamer y la academia suelen pensar al peronismo, y nos ofrece una mirada disruptiva y lúcida, particularmente para todos aquellos hombres y mujeres que, en algún momento de sus vidas, se vieron llamados a la acción detrás de los valores del nacionalismo revolucionario justicialista y, hoy, o flotan adocenados y contrariados detrás de estructuras muertas que se disputan los despojos de un cadáver que sigue dando leche, o son parte de la camarilla carroñera que lo usufructúa. Se centra particularmente en la relación existente entre la Cuarta Teoría Política de Alexander Dugin y las fuentes filosóficas y existenciales que hicieron posible al peronismo, y ubica coordenadas para la recuperación de un pensamiento que abra posibilidades en este momento de asfixia y agotamiento. Desde el fondo de nuestras tradiciones y desde estepas alejadas, la idea llega hasta nuestras entrañas para ser procesada y metabolizada por nosotros, en pos de la acción. Todo aquel que quiera seguir luchando bajo el estandarte del espíritu fundante del peronismo está obligado a estas líneas. 

No se puede superar la muerte de lo que no se conoce

Algunos peronistas tuvieron una actitud dogmática frente a la propuesta de Dugin la primera vez que estuvo en Argentina, a mediados de 2014. Reaccionaron con el típico rechazo con el que se recibe todo nuevo paradigma. Unos lo niegan y se refugian en el pasado, en la repetición de viejas consignas; otros dicen que lo que viene a traer no es sino algo que ya teníamos. Error. Para empezar, cualquiera que haya leído el capítulo anterior de este libro, en el que presentamos nuestra versión de la Cuarta Teoría Política, encontrará poco “aire de familia” con los tópicos habituales en el peronismo. Pero lo que uno descubre con nuevos ojos no es algo que hubiera podido ser visto a la luz de un viejo paradigma. La Cuarta Teoría Política nos ofrece una nueva perspectiva con la que abordar nuestra propia resolución histórica. Lejos de verlo como algo ajeno que meramente repite ideas conocidas, nosotros consideramos que nos ayuda a sacar del olvido cosas que permanecen ocultas en nuestras mejores tradiciones. Por ejemplo, el peronismo tuvo en su momento una originalidad propia expresada en sus fundamentos filosóficos que desborda por mucho lo que acabó por expresarse como doctrina y movimiento histórico en un momento determinado. Todo lo cual hoy brilla por su ausencia y, además, ya no es posible reivindicar en los mismos términos. Sin embargo, es sabido por todo aquel que haya leído a Perón que no concebía la doctrina como algo eterno, sino tan solo a sus principios más generales, y que en ello radicaba la posibilidad de distinguir entre lo esencial y lo coyuntural.

Por otro lado, es un lugar común y políticamente correcto decir que el peronismo no fue simplemente una forma de Tercera Posición equiparable a los fascismos o a los movimientos de liberación nacional tercermundistas. Pero pocos han intentado pensar desde esa diferencia sin traicionar la verdad para caer bien al sistema. Para nuestra interpretación de la Cuarta Teoría Política, la cuestión fundamental es si el peronismo histórico fue universalista o no. Por lo pronto, en la primera parte del Modelo Argentino, Perón dejaba en claro que el justicialismo era “el resultado de un conjunto de ideas y valores que no se postulan; se deducen y se obtienen del ser de nuestro propio pueblo”[1], y afirma explícitamente su carácter de ideología nacional. No podemos entrar ahora a ver cómo definía a la nación, tema sobre el que ya hemos avanzado por nuestra parte en otro escrito. Pero queremos destacar con este pasaje que existe la posibilidad de interpretar la “esencia” del peronismo histórico en sentido contrario a los reduccionismos católico-hispanistas, que intentan quitarle todo aguijón y subsumirlo como un caso particular de aquellos proyectos universalistas, que algunos reivindican como “la primera globalización”. Este fragmento es bastante explícito en sentido contrario. Pero si quedara alguna duda, en el mismo pasaje en que critica adoptar ideologías importadas como el capitalismo y el comunismo, añade que “la concepción cristiana presenta otra posibilidad, impregnada de una profunda riqueza espiritual, pero sin una versión política suficiente para el ejercicio efectivo del gobierno[2]. Es decir, Perón no solo concebía insuficiente dicha concepción, sino también “importada”. Distinto es que el cristianismo forme parte de nuestro pueblo fácticamente hablando y esto se refleje de algún modo en su ideología política propia, en tanto nacional. En suma, no se entiende, teniendo en cuenta lo dicho, desde dónde parte hoy día la insistencia en hacer de un movimiento nacional algo “universal” o “de inclusión”, si no es para adecuarlo a las exigencias globalistas de turno.

Saltando por encima de estos malentendidos, revisitamos e intervenimos antes también el que fuera el fundamento filosófico del justicialismo, La comunidad organizada. Como eje de la visión del mundo de nuestro último movimiento histórico, este texto desborda las distintas propuestas nacionalistas, hispanistas o tercermundistas. Contiene, por fundamento, un sentido trascendente que no se restringe a los horizontes de ninguna teología política y que no ostenta un carácter a-histórico, como ciertas lecturas platonizantes de los tradicionalistas europeos. Recuerda, a lo sumo, sin ser muy estrictos, a las filosofías de la historia de Schelling y Hegel. Esto quiere decir que no concibe el tiempo como una pendiente que va desde una pretendida Edad de Oro hasta nuestro momento en una decadencia imparable, sino que las integraciones mayores a las que tiende el mundo se suceden como el desenvolvimiento de un principio que lucha por su manifestación y reintegración plena. Entendiendo lo real en movimiento y polémico flujo, los momentos anteriores son comprendidos y conservados. No hay mera negación del pasado sino Aufhebung, es decir, negación de lo dado en pos de conservar lo esencial, lo eterno de toda manifestación en una nueva repetición, creativa, del origen. Grecia, Roma, el catolicismo gibelino europeo y las distintas manifestaciones de la Modernidad (a lo que cabría agregar el peronismo mismo, que hoy ya es parte del pasado), nada es negado, sino en la medida en que es superado y conservado en la culminación del Espíritu de nuestro proyecto histórico-civilizacional: la comunidad organizada, o nación en armas, al mando de una misión continental de Reconquista, como aquella del GOU, de los Patricios, de las Montoneras federales o de la Operación Rosario. No encontramos un dinamismo similar en la filosofía cristiana, pero sí en Heráclito o Anaximandro, en el idealismo alemán, en Nietzsche y en muchos de los pensadores “malditos” vinculados a los fascismos europeos que los peronistas de hoy gustarían de esconder bajo la alfombra, tanto como la estadía formativa de Perón en la Italia de Mussolini, su sonriente foto con Otto Skorzeny, su cercanía a figuras como Carlos Disandro y Jacques de Mahieu, e incluso su célebre entrevista en el exilio con Jean Thiriart.

En suma, en este anti-universalismo de carácter inmanente y movimientista, que va de la mano de una filosofía de la historia no progresista y se articula en la obediencia a una élite militar, o a un caudillo, que se rebelan contra la clase política y los intereses del dinero otorgando protección, organización y sentido de pertenencia al pueblo, el peronismo histórico representa el antecedente inmediato más cercano de nuestra tradición y una variante teórica bastante madura de los fascismos, genéricamente hablando. Sería necio negar lo importante de ello a causa de su posterior debacle. Pero también sería igualmente necio pretender que todo esto sigue ahí atado a su nombre, cuando lo que hoy significa la palabra “peronismo” indica más bien todo lo contrario.

Tenemos allí, en cualquier caso, algunos fundamentos para entender nuestra propia tradición abierta al futuro y para superar en forma revolucionaria la traición institucionalizada, que se reclama leal a su legado. Debemos empezar de nuevo, desde lo esencial y sin el peso muerto de lo accesorio y de las palabras gastadas. Porque lo único que se puede hacer por eso que rescatamos como la esencia del peronismo histórico es luchar a muerte contra el peronismo realmente existente. Y aquí también queda implicado un paso que es igual de importante resaltar, a los que aún se consideran peronistas: hay que empezar a darse cuenta de que hay vida más allá de Perón. Esto no quiere decir que haya que olvidarlo o condenarlo por sus errores, si es que primero se los ha reconocido, sino advertir que el endiosamiento ha logrado que cualquier delincuente pueda ampararse en su figura con solo repetir dos o tres frases hechas de la liturgia partidaria. La falta de pensamiento propio se hace pasar por ortodoxia y lealtad, sin embargo, cuando alguien le contrapone el pensamiento filosófico-político de Perón, queda evidenciado que detrás del repiqueteo del bombo y las camperas de cuero hay un gigantesco vacío que prefigura la peor claudicación. Esta deformación fetichista conlleva, además, el olvido de otros pensadores y soldados políticos que el movimiento convocó a su alrededor, y del ancho cauce del que proviene el peronismo mismo, sin agotarlo.

Uno de ellos, además del ya mencionado Carlos Astrada, fue Carlos Cossio, el filósofo del derecho más importante que tuvo nuestro país. Hacia 1949, Cossio ya se había rebelado contra la fatalidad de que, por falta de una definición más profunda, el justicialismo cayera despedazado en la disputa de facciones sectarias, provenientes de las deformaciones universalistas de la extrema derecha o de la extrema izquierda. Propuso, por entonces, que el movimiento nacional debía “definir con firmeza una cuarta posición[3] que lo diferencie de todas las restantes. Esto no pasó de una mera intuición, pero vale la pena recordarlo porque ocurrió mucho antes de que existiera algo así como la Cuarta Teoría Política y antes de la degeneración total del movimiento.

En el mismo sentido, cuando ese enfrentamiento entre sectores e interpretaciones divergentes del peronismo explotó, Dardo Cabo, soldado político nacional-revolucionario, y protagonista del “Operativo Cóndor” (por el cual un auténtico Männerbund criollo secuestró un avión comercial para aterrizar en las Islas Malvinas y reivindicar así nuestra soberanía), declaró contra la deriva burocrática del movimiento que

…quienes desde la lealtad se atreven a pensar y disentir, se diferencian en mucho de aquellos que ocultan con la obsecuencia la traición. Y también de aquellos que con el cuento de la verticalidad ocultan tanto el oportunismo para sacar tajada personal como la mediocridad mental del que no se atreve a pensar…

Con esto queremos poner de relieve la estatura de hombres que pese a su filiación política pensaban y actuaban más allá de Perón y de cualquier etiqueta, y que, por tanto, no tenían que pedirle permiso a nadie para cuestionar sus decisiones, como puede verse en las editoriales de Dardo Cabo para la revista El descamisado, o incluso para bajarse del barco, como Cossio y Astrada después del 55’. Y hay muchos ejemplos más, naturalmente. No hay que olvidarse tampoco que algunos de los más grandes exponentes del nacionalismo católico argentino en principio manifestaron simpatía por el peronismo, precisamente porque el peronismo se desprendió de una experiencia de gobierno conjunta. Ignacio Braulio Anzoátegui y Gustavo Martínez Zuviría integraron cargos de gobierno en el período 1943-1946, junto a Perón, y en el Congreso de Filosofía de 1949 todavía encontramos a figuras como Julio Meinvielle y Nimio de Anquín, entre otros representantes de ese mismo sector.

Lo que nos interesa de esto es subrayar que Perón no es la Patria sin más. La Patria es la Idea que cifra nuestro destino y si a alguno le parece de buena fe que el caudillo o el movimiento que en un momento la encarna luego pierde su rumbo, titubea, se equivoca, o falla en conducir el conjunto, ser leal en ese caso significa aceptar la tragedia de enfrentarse a ello, con honor, antes de dejarse arrastrar por la inercia de una mera obediencia debida. Porque se trata de ser leales a la Idea, tal como esta se nos muestra a nosotros en nuestra conciencia, y no a las personas ni a la conveniencia personal o partidaria. Por otro lado, pensar que lo que somos tiene solo una expresión es natural, todos pensamos que es la nuestra, pero en verdad es solamente una expresión más y, además, cambia a lo largo del tiempo, como todo en esta tierra y especialmente en política. Por lo cual, en verdad, hasta el que se repute más ortodoxo es también heterodoxo o, como dicen algunos, “gnóstico”, pues el mundo no está dado como imaginaba Voegelin y otros apologetas del derecho natural, sino inmerso en el acto mismo de nuestra lucha.

Desde esta perspectiva, buscar quién tiene razón, quién es el bueno o la víctima en la historia es una actitud anti-natural y por tanto no debiera ser de nuestra incumbencia.A los efectos de nuestra interpretación de la Cuarta Teoría Política, a nosotros nos importa, al mirar para atrás, quiénes fueron los héroes en la tragedia. Y está claro que el héroe es el que en su derrotero, por medio de una serie de sacrificios, amputaciones y un maremoto de violencia sacrificial desatado sobre él, pone en escena el lugar de lo sagrado, la verdad, más allá de lo acertado de sus creencias particulares. Perón fue sin duda un grande de nuestra historia, un lugar menor pero digno ocupan también filósofos nacionales como Cossio y Astrada, pero ninguno de ellos ocupó el lugar supremo del héroe dionisiaco, como sí lo hicieron Jorge Rulli, Dardo Cabo o Seineldín y tantos otros como ellos, caídos en combate, o lacerados y apresados como consecuencia de elegir el combate en primera persona. Lo que podemos aprender de Perón es otra cosa, de carácter apolíneo, cifrada en sus textos, discursos y planes, en su capacidad organizativa y sencillez para infundir luz y claridad sobre los objetivos de una causa común. También obró allí lo absoluto. Pero no todo en la historia y en la vida humana puede arbitrarse y someterse a los artificios de la razón y la prudencia.

De estas lecciones híbridas y amargas, aunque espectaculares, podemos decir, entonces, que todavía estamos esperando a quien sepa degustar su sabor y disfrutarlas, más allá del bien y del mal. Pues toca reconstituir ideológica y políticamente al movimiento nacional, renovando críticamente y adaptando todo lo valioso de su corpus y de su experiencia histórica a las necesidades y desafíos de nuestro tiempo. Y, al decir de Gustavo Cirigliano, tenemos que aceptar con espíritu amplio que toda nuestra historia es nuestra historia, con todas sus contradicciones internas, e incluso extenderla más allá de lo estrictamente “argentino”, pues no nacimos hace dos siglos del repollo de Mayo, sino que nuestra lengua, nuestra sangre y nuestras creencias portan en sí mismas “nuestra más larga memoria” hispánica, románica e indoeuropea. No se trata entonces de derribar a ningún ídolo para erigir otro en su lugar, sino de pasar de la idolatría secular monotemática al espíritu pluriversal del Panteón circular, siempre renovado y en conflicto, con sus mundos dentro de mundos, y sus riñas de dioses, titanes y elementos[4].

La crítica de la Modernidad y el peronismo histórico

A continuación tocaremos algunas de las cuestiones planteadas por lectores de la primera edición de este libro: ¿La crítica de la Modernidad es algo completamente nuevo para nosotros los argentinos? ¿está en contradicción con lo esencial del peronismo?

Como dijimos antes, la Cuarta Teoría Política propone pensar más allá de las tres teorías políticas propias de la Modernidad, dejando de lado el sentido histórico mesiánico que estas tienen por supuesto. Pero si rechazamos considerar como inevitable, históricamente hablando, que vivamos en el reinado político de la teoría política occidental moderna (hoy mismo en su vertiente liberal) —es decir, si no juzgamos este momento como el objetivo, el fin, el punto más alto de la historia de la humanidad toda—, eso no significa que no podamos conservar algunos de los “ladrillos” de la Modernidad misma para la edificación de una Cuarta Teoría Política. En su libro, Dugin llama a este proceder “metafísica de los escombros”. Lo que su teoría rechaza por principio no es este o aquel “ladrillo” por separado, sino la inevitabilidad de aceptar el “plano general” de la Modernidad, lo que incluye a sus “modelos” liberales, comunistas y supremacistas.

Dicho esto, al mismo tiempo, tenemos que afirmar que de ningún modo el peronismo histórico se apoyó en la Modernidad, filosófica y políticamente hablando. Su modelo filosófico-político es sustancialmente clásico, aunque esto no significa que pretenda “volver al pasado”. Lo clásico no es clásico en virtud de su antigüedad, sino en virtud de su carácter perenne, que le permite “vencer al tiempo”. Todo el apartado II de La Comunidad Organizada se refiere a este problema, si no todo el libro, como puede verse en el cierre del mismo con referencia a Spinoza:

Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo pueda realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: “Sentimos, experimentamos que somos eternos”[5].

En el mismo sentido, en el apartado II se deja en claro explícitamente que los problemas planteados por Sócrates entre los griegos, por ejemplo, no pueden darse por resueltos hoy día. Por el contrario, resultan acuciantes en la época moderna, que carece de toda medida para juzgar el desorden causado como consecuencia de su reinado. Si algo debe rescatarse de ella, como la idea de libertad, los avances técnicos o la prosperidad material, eso no puede juzgarlo en su valor ella misma.

Lo que está en juego, recurriendo a una perspectiva dialéctica, es la vuelta a las fuentes de nuestra tradición para superar filosófica y políticamente la crisis de la Modernidad desde una perspectiva trascendente que, a diferencia de la Modernidad misma, no esté cerrada a su otro. La Modernidad había supuesto que la ruptura con la tradición era una necesidad histórica que, una vez alcanzada, no tendría vuelta atrás, y que sería para mejor. La tradición es, a sus ojos, ignorancia, superstición, brutalidad, barbarie. Pero este juicio se funda en la ignorancia y la cerrazón misma hacia la tradición. Por el contrario, del mismo modo que el error o la ignorancia no conocen la verdad, pero sí la verdad puede dar cuenta del error o del exceso y contenerlo, enderezarlo y superarlo, la tradición considera la existencia de la Modernidad, puede dar cuenta de ella, contenerla, enderezarla y superarla. No niega la experiencia histórica que ha hecho, pero está dispuesta a “corregir sus desviaciones” (para usar palabras de Perón) de acuerdo a una intuición más profunda, de otro orden.

Dicho esto, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que no existe incompatibilidad alguna entre la Cuarta Teoría Política y las fuentes textuales del peronismo histórico en lo tocante a la consideración crítica de la Modernidad política. Por el contrario, la Cuarta Teoría Política nos anima a retomar aquellas olvidadas fuentes. Pero no para fetichizar su letra doctrinaria, sino para pensar la especificidad de nuestro destino histórico más profundo.


[1] Perón, J.D., Modelo argentino para el proyecto nacional, Biblioteca del Congreso Nacional, Buenos Aires, 2015, p. 212.

[2] Perón, J.D., Modelo argentino…, op. cit., p. 212. El resaltado es nuestro.

[3] AA.VV., Encuesta sobre la revisión constitucional, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, 1949, p. 107.

[4] Debo esta última visión exquisitamente griega, celebratoria del mundo en sus ejemplares máximos y contradictorios, como tantas otras cosas, a mi mentor filosófico, amigo y camarada en la lucha, Francisco Mazzucco.

[5] Perón, J.D., La comunidad organizada [1949], 2.a ed., Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2016, pág. 159.

Disclaimer. Contenido libre de financiación del Departamento de Estado.
15 Sep. 2025
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