Hay una leyenda china que me alivia mucho: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?” Básicamente la idea es que no sabemos si los sucesos son buenos o malos sino que todo se va desarrollando con el paso del tiempo; lo que creíamos la mejor alternativa puede terminar en algo que no nos gusta, y eso que no nos gusta, nos puede llevar al mejor día de nuestras vidas, y así en loop. En ese loop incierto que más nos atrapa cuando nos aferramos a las ideas de bien o mal y no aceptamos las cosas como son: perfectas, aunque no lo veamos.
“Bueno” y “malo” no existen, son construcciones. Las fuimos creando a lo largo de nuestra vida. Bien, mal, lo que se debe y lo que no, las ideas sobre quiénes somos, cómo actuamos, qué decimos, y un conjunto de creencias sobre nosotros, sobre los demás, sobre lo que los demás creen que somos, sobre cómo funciona el mundo y podemos seguir con los millones de conceptos que nuestra mente procesa (y crea).
La mente que estructura el mundo y le pone nombre y etiqueta a todo.
Es un proceso que empezamos desde chiquitos para poder vivir en toda esta vida a la cual fuimos lanzados al nacer. Después, leemos las situaciones desde esos pensamientos que vamos forjando. El tema es que, de pronto -y no tan pronto- quedan moldes estáticos y vertemos nuestra existencia en ellos sin replantearnos las formas que alguna vez les dimos.
O en vez de moldes también podemos decir anteojos que filtran la experiencia y parecen inamovibles.
Spoiler alert: podemos cambiar de anteojos, podemos sacarnos esos anteojos, podemos romper los moldes, hacer nuevos, jugar con las formas. Lo importante es permitírnoslo.
Nuestro inconsciente funciona a cuarenta millones de impulsos nerviosos por segundo. El consciente, a cuarenta. Me lo dice mi terapeuta y no está del todo chequeado, pero seguime: la mayoría de nuestras decisiones son dirigidas por ideas que ni sabemos poner en palabras. Esos cuarenta millones de impulsos suceden sin siquiera darnos cuenta. Son las paredes y marcos de los moldes y anteojos.
Pero… ¿y si quiero cambiar algo de mí? ¿cómo pueden cuarenta ir contra cuarenta millones?
Ya está trillada la frase “lo primero es reconocerlo”, pero en algunos clichés hay mucha verdad.
Antes que nada, observarte, escucharte. Al observarte detenidamente, te conocés. Y si te encontrás tiñéndote de juicios, de éste bien o mal poco útiles, replanteáte esas etiquetas. Porque lo interesante también es darnos el espacio para desconocernos, para encontrar lugares de dudas, de preguntas.
Desde el conocimiento profundo de nuestras estructuras podemos ablandarnos y encontrar cambio. Flexibilizar ideas requiere el valor de sospechar de su veracidad titánica.
Asique ya sabés. ¿Bueno? ¿Malo? Quién sabe.
Te invito a que pruebes esta semana; cambiá los anteojos. Y cambialos varias veces, como un juego de disfraces. La experiencia puede tener muchas más lecturas de las que imaginamos.