El domingo 7 de agosto de 2022, en una mañana muy fría y soleada, fuimos a Marcos Paz a entrevistar a Jorge Rulli. Vivía allí con su esposa Wanda y algunos de sus hijos. Rulli se había instalado en una pequeña chacra que había construido en una casona muy antigua, en su vuelta definitiva a Buenos Aires a fines de los ochenta, tras su penoso exilio en Europa. Imbuido por su experiencia de destierro en Suecia en las ideas del ecologismo, Rulli amalgamó su viejo avatar de combatiente peronista con las nuevas corrientes postmodernas y se animó a pensar y practicar algo nuevo. Mezclando la Carta ambiental a los pueblos del mundo de Perón, escrita en 1972, con las ideas de vanguardia del ecologismo europeo, se dedicó a la reflexión y a la acción sobre las experiencias de luchas de base contra el menemismo que estaban sucediendo en ese mismo momento en nuestro país. Armó junto a sus compañeros el Grupo de Reflexión Rural (GRR), desde donde se dedicó a pensar y a combatir, más cerca de las raíces cristianas y ácratas del movimiento que de los despachos desde donde en ese momento el menemismo, y después el radicalismo y el Frepaso entregaban las capacidades nacionales a la usura internacional.
Cuando nos recibió en ese su último invierno ya se encontraba mal de salud, pero igual hizo un esfuerzo físico para tenernos todo el día conversando. En el medio, comimos una carne al horno con papas y verduras que nos cocinó Wanda y tomamos vino de damajuana. Fue quizás la última entrevista que dio, dado el empeoramiento de su estado de salud. Tenía 84 años. Unos nueve meses después, Jorge Rulli fallecía en esa misma casa. Con él, se moría el último pedazo de peronismo que existía. Al evocar esa muerte desde hoy, me es difícil no sentir un nudo en el cuello, no tanto por mi relación personal, aunque tuve el honor de entrevistarlo cuatro veces en jornadas muy extensas, de todo un día cada una, y me enorgullece sentirme su humilde discípulo, sino por la seguridad de saber que con Rulli se iba lo último que nos quedaba.
Jorge Rulli fue un verdadero estadista, pese a que nunca fue un hombre de Estado. Rulli debería tener el mismo relieve que Jorge Bergoglio o que Pepe Mujica, pero no se lo conoce. Y en buena medida, ese desconocimiento es un efecto directo de la calidad y densidad de su figura. Un guerrero, un profeta, un poeta, un filósofo, Rulli era exactamente todo lo contrario a lo que son los políticos hoy, sobre todo los que se llaman peronistas: un club de abogaduchos con vocación psicópata, millonarios o aspirantes a serlo, que sueñan con vivir en un barrio privado o ya lo hacen, y usan la política para mejorar su posición, en vez de usar su posición y poner todos sus recursos al servicio de una causa mayor. Lo hacen encima embanderados en los viejos símbolos.
Rulli fue muchas cosas, murió como un revolucionario-conservador, un nacional-bolchevique, un eco-fascista, un anarco-peronista, es difícil y es innecesario clasificarlo. Pero seguro que no era un militante de lo que ahora se hace llamar peronista, no tenía calcos ni termo Stanley, no adoraba la estética pop rebrandeada que parasita las viejas banderas para provecho propio mientras se las contradice en la práctica, no vivía de hacer remeras con frases del indio, no había distancia entre sus palabras y sus hechos, entre sus ideas y su forma de vida. Aborrecía todo eso. Al punto que una de sus últimas manifestaciones callejeras fue organizar un repudio en la puerta de la sede del PJ porteño porque exhibía la obra de un “artista” progresista donde se profanaba la memoria de Eva Perón en una muestra de pésimo gusto.
Publicamos la primera parte en Dólar Barato, el único medio nacional-revolucionario argentino, de esta extensa conversación sobre su vida, que es su obra. Porque Jorge Rulli es el filósofo-guerrero que dejó su legado en la praxis de su vida entera. Por eso estas conversaciones sobre su pasado son retazos de la obra magna del gran filósofo peronista de nuestro tiempo, que se llevó con él lo poco que nos quedaba, y que con su muerte nos obliga a reinventarnos o morir.
Primera parte
Empecemos por el peronismo, que es uno de tus grandes temas. Estamos en un momento muy complicado y vos hace rato que venís diciendo que el peronismo murió. ¿Podrías desarrollar un poco más esa idea?
Sí, el peronismo se terminó, lo digo con mucho dolor, también con mucha tristeza. Sí, porque no he tenido otra vida más que la vida unida al peronismo, en todos los lugares posibles de lucha, y con demasiados años de cárcel. Además, con una mochila con la que no sé qué hacer. Pero bueno, es una realidad, el peronismo no existe más. Y no hay cómo rescatarlo, porque desaparecido Perón y colonizado el movimiento obrero, no queda nadie que pueda con una cabeza suficiente y con un coraje suficiente, tratar de renovarlo. No hay, me parece que ya no hay capacidad.
¿Cuándo arrancás a militar en el peronismo?
Milito desde el 55. En realidad, estoy desde un poco antes porque comienzo el 31 de agosto cuando Perón amaga con renunciar y nosotros nos vamos con muchos chicos del colegio Nicolás Avellaneda a Plaza de Mayo. Tenía quince años.
Primero el local de la UES, en la avenida Santa Fe, esperando instrucciones, éramos centenares y no había nadie para decirnos qué teníamos que hacer. Me acuerdo que los chicos se subían a los árboles y cortaban ramas e improvisábamos garrotes. Después marchamos hacia Plaza de Mayo, que fue mi primera experiencia oceánica, como dicen los poetas, perder el yo en medio de la multitud. Nunca había estado así en medio de tantos, centenares de miles de personas, apretado, pensando en común con la gente que gritaba “dale leña”. Así le decían a Perón. Ahí Perón prometió una serie de cosas que no cumplió: el cinco por uno, y reprimir. La gente le demandaba eso. Pero él tendría sus razones para no cumplir con las promesas a esas demandas.
Después, estudiando su vida, en Europa, me di cuenta que debió haber sido muy difícil para él aceptar las condiciones de un enemigo dispuesto a todo: cuando amenazaron bombardear los silos de petróleo de Mar del Plata, más otros lugares que debían ser muy conocidos y muy queridos por él. Hay que comprenderlo en un fenómeno de época.
Ahora, cuando veo, por ejemplo, cómo los rusos se hicieron cargo de una central nuclear y desde ahí bombardean y los ucranianos dicen “no podemos responderles porque está la central nuclear”. Y me acuerdo de aquel chantaje de la Armada contra las bases de petróleo argentinas… porque fue una situación así, en que no sabés cómo responder, porque es tu central nuclear. Si la bombardeas provocas un desastre en tu tierra.
De hecho, después bombardearon Plaza de Mayo contra población civil.
Además, la Marina estaba desarmada. Pero bueno, ellos se las arreglaron. Evidentemente que las espoletas tienen que haber sido facilitadas por la flota inglesa del Reino Unido, porque todo ese cuento de que los odontólogos de la Armada fabricaron… no pudo ser, realmente les proveyeron el material que el Ejecutivo argentino les había quitado porque después del intento del bombardeo del 52 a la Marina la desarman. Pero bueno, estaba la esperanza de las milicias obreras o la milicia popular. Esa idea perdió vigencia después de la muerte de Evita porque la única que estaba dispuesta a repartir pistolas, y a veces lo hizo, fue Evita.
Pero evidentemente hubo un cambio. El peronismo perdió agresividad con la muerte de Evita. Yo nazco en ese intervalo extraño porque nos tenemos que hacer cargo, a partir del Perón que se va a la cañonera paraguaya, que se va al exilio, y de alguna manera hay una renovación generacional. Conocí a los compañeros de Juventud Peronista anteriores y no tenían nada que ver con nosotros. Nosotros éramos otra cosa, más allá de que los respetáramos, no es que fueran más burócratas, pero eran más tranquilos, es que no tenían la pasión loca de los que nacemos en el 55 arrojándole piedras a los autos que pasaban tocando bocina y enarbolando banderas extranjeras.
Yo vi pasar el ferrocarril por el puente Pacífico, arrastrando, llevando arriba los trenes, luego los tanques para Rosario, para reprimir en la villa de Rosario, Villa Constitución, un lugar que era particularmente peronista. Ahora yo he ido y hay una placa, los muertos, murió mucha gente. Bueno, en fin, fue muy duro, ¿no? Porque teníamos 15, 16 años.
Mi primer amigo peronista fue Osvaldo Agosto porque en mi colegio también tenía compañeros peronistas, pero el 31 de agosto nos escapamos, después nos sancionaron y el colegio era zona liberada de los comandos civiles y la verdad que fue muy amargo porque estando Perón de presidente me han hecho comer plantones porque llevaba el escudito de la UES. La Revolución Libertadora ya había ganado en el colegio secundario. Y bueno, fue duro.
Yo iba con la bicicleta tratando de encontrar los lugares donde se combatía para defender los bustos, esa fue la batalla de los bustos. Los arrastraban con cadenas y un automóvil donde la gente los quitaba. Primero los defendían a tiros en varios lugares, en muchos lugares se dio eso y después, cuando ya no podían resistir, se los llevaban y los ocultaban para que no sean vandalizados. Bustos de Perón y Evita, en algunos casos los tiraron a un lago o algo así, pero muchas veces los guardaron hasta los años 70, hasta que Perón volvió. A veces había en algún ropero, ya algún busto le desfondó el ropero a una compañera de uno y en otro caso, en algún sótano. Sí, se guardaron los bustos, fueron religiosamente guardados.
Además, bombardearon con un tanque el local de la Alianza Libertadora Nacionalista en la calle Corrientes. Era fuerte, todos los días había alguna cosa. Y después el asalto a los sindicatos. Hay cosas que no se dicen, pero en aquel entonces yo recuerdo que llevaban en las redadas a la gente a la cancha de River, al estadio de River, como hizo Pinochet. Pero aquí del tema no se habló más. Sí, fue cierto, habrá durado poco tiempo. Pero todo era muy duro porque la CGT pasó a ser la “CGT negra”. Yo vi algunas huelgas, que para mis ojos de niño fue impresionante ver a un tipo con la pistola en la mano cerrando negocios un día de huelga. La CGT negra, la de Andrés Framini, era una CGT más dura. Éramos todos combativos.
Eran muy arriesgadas porque no solamente estaba la policía, estaba el ejército reprimiendo, los comandos civiles que eran un aparato importante: asaltaban sindicatos y los sindicatos fueron todos intervenidos.
Yo me sumo y una de las primeras acciones es ir al diario Palabra Argentina, de Alejandro Olmos. Desde ahí se organiza la primera Marcha del silencio, que fue a un año de los fusilamientos de junio del 56, o sea que fue en junio del 57. Ahí participo, yo iba adelante y veo como se abre: un montón de personas cortando la avenida Santa Fe. Me acuerdo de las cartucheras blancas o sea que eran de la Marina. Y sacan pistolas y hacen una línea de tiradores y me tiré detrás de un automóvil.
¿Y a dónde marchaba esa movilización?
No me acuerdo a dónde íbamos, era en homenaje a los caídos. Era la marcha del silencio. No había que hablar, iba con carteles. Pero fue tan fuerte que yo años después me encontré con alguna gente que estaba ahí porque registré los rostros de los que corríamos, de los que estábamos. Fue muy fuerte que a los 16, 17 años te baleen así.
En el 57 ya me conecto con la Juventud Peronista, primero ahí en Palabra Argentina lo conocí al Tuli Ferrari, famoso referente de Ciudad Evita. Hace años que murió Tuli, que fue uno de los líderes, y en el 57 lo conozco a Héctor Spina, que va a pasar a ser mi jefe, que falleció hace poco después de años de estar muy mal, murió casi en vida vegetal.
Después conozco a Gustavo Rearte, bueno, a todos: a Bechi Fortunato; a “Tito” Bevilacqua. No tenía conocimiento para entender el tablero. Claro, estaban los que eran de la vieja Juventud Peronista, como Florencio Monzón y otro muchacho que se llamaba Pérez, que murió tempranamente. Y estaban los nuevos grupos de la Juventud Peronista, que eran más obreros y más combativos…
Los que habían nacido a partir del Golpe…
Sí. Y estaban algunos con más preparación, que habían nacido con el Golpe, pero ya venían con una carga doctrinaria que era la juventud de la Alianza Libertadora, pero de (Juan) Queraltó, no de (Guillermo Patricio) Kelly. Los de Kelly eran muy marginales. También compartíamos un espacio, pero eran más lúmpenes. En cambio, los que en gran medida nos formaron, fueron los de Queraltó, que participaba de la resistencia peronista.
El nacionalismo militante…
Claro, una formación muy superior
¿Y cómo enganchaste con la gente de ese grupo?
Porque admiro mucho a Bechi Fortunato, que con Tito Bevilacqua de La Matanza hacían un periódico, que se llamaba “Chuza”, como “lanza”. Eran la juventud de la alianza libertadora nacionalista de Queraltó, pero además eran de la resistencia peronista, salían a poner bombas, hacían todo lo que hacía la resistencia.
Y Bechi Fortunato tenía una gran formación, ella era cuatro años mayor que yo. La idea que yo tenía era que había leído todo lo que se podía leer, porque no había un libro que no hubiese leído, desde los clásicos. Así que para mí era una fuente de sabiduría y yo estaba sediento. Después, con los años, termina siendo mi esposa.
¿Ahí te incorporas a un grupo de JP?
Empiezo a militar en un grupo de la JP del centro, en una oportunidad en la que la policía nos dispersa. Yo termino en el subterráneo con otro que corre igual que yo, un morochito y nos vamos para Pacífico y de Pacífico seguimos caminando y nos damos cuenta que vivíamos a dos cuadras de distancia. Se llama Orlando Villanueva. Hace poco hablé con él.
Esa noche decidimos formar una Juventud en el barrio: la Juventud Peronista de Palermo. A los dos días yo ya estaba de novio con la hermana de él y así armamos un grupo, en cuarenta y ocho horas armamos un grupo de la juventud peronista y entramos y fijate la diferencia: empezamos a caminar el barrio para buscar a los viejos líderes, enseguida, lo primero es retomar la historia. Y encontramos un vecino que era dirigente de APA, de la Asociación de Aeronáuticos, que había sido un viejo peronista. Entonces nos explicó los clubes, cuáles eran comunistas, cómo habían ido cambiando los clubes de barrio, de Fomento y nos explicó todo, nos mostró el terreno.
Cerca del club Estrella de Maldonado.
Sí. Después conseguimos laburo con él, por eso trabajé en Aerolíneas con Orlando. Orlando era delegado de una fábrica de ascensores y yo era estudiante secundario. Entonces nos presentamos en Aerolíneas. Yo me presento para obrero, yo era clase media, imagínate. Y Orlando Villanueva, que era delegado obrero, se presenta para empleado. Hacemos todos los exámenes y él termina de operario y yo de empleado en Aerolíneas.
¿Y qué hacías ahí?
Me pasan a los que atienden teléfonos, reservas. Estaba atendiendo, era un sector de clase media. Me acordaba mucho de Jauretche: esa clase media que hace el amor en la oficina, no en la cama, decía él, porque estaban todo el día jugueteando con lo erótico en la oficina. Jauretche dice que la clase obrera hace el amor en la cama, se reproduce, y la clase media en la oficina.
La muerte de “la vida heroica” hace que intente buscar adrenalina en algún lado. Entonces, en ese mínimo circuito de oficina buscan la aventura.
En la oficina había esas relaciones adúlteras, que claro que eran solapadas, pero que todo el mundo las conocía.
Cuando vino De Gaulle todavía estaba en la oficina de Aerolíneas. Después, en una huelga me echaron. Tuve algunos encontronazos, claro, no tenía mucha educación gremial. Entonces en una asamblea directamente yo me paré, pedí la palabra y acusé ante la conducción del sindicato a la delegación de mi base -Perú 22, que eran opositores- de decirle a la gente que tenían que desafiliarse. A mí me parecía un crimen horrendo esto de desafiliarse del sindicato, al margen de quién lo dirigiera. Me formaba en esa disciplina.
Me acuerdo que una de mis compañeras se me tiró encima arañándome y puteándome. Bueno, esa chica a la que yo estimaba mucho, que era más joven que yo, bueno, esa chica que me puteó, se me tiró histérica y me quería sacar los ojos en medio de la asamblea, esa chica fue la Responsable de la Mujer en el gobierno de Menem: a propósito de que yo soy un militante particularmente censurado… ¿cómo se dice ahora?
Cancelado.
¡Cancelado! Estoy tomando conciencia de viejo de lo cancelado que he sido. He sido cancelado hasta lo inimaginable.
Inauguraste la cultura de la cancelación con cuarenta años de anticipación.
Me acuerdo que, en el 72, estábamos hartos de la manipulación de la que nos hacían objeto los del grupo montonero, que no eran de La Matanza. Yo militaba en Matanza, vivía en Ramos Mejía y teníamos una mesa democrática que agrupaba todos los barrios de La Matanza. Había un grupo al que le llamábamos “paracaidistas”, porque eran intrusos realmente. La Juventud Peronista de las regionales, que respondía a Montoneros, nos hacía la vida imposible. Entonces decidimos ir a la delegación del Consejo Superior en el centro de Buenos Aires y denunciarlos. Fuimos con un grupo, me acuerdo que tocamos la puerta del departamento y nos abren los que íbamos a denunciar, estaban todos allí. Es muy amargo ser cancelado. Por supuesto nos fuimos. Estaban ellos a cargo, los montoneros estaban en todas partes.
Retomemos un poquito antes de pasar a la década del 70 para ver un poco el recorrido. Estábamos en que te enganchas con la JP, arman la JP de Palermo, después lo de Corrientes Esmeralda…
Claro. Una vez como yo iba a hacer lucha al Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, y era luchador grecorromano, iba al centro casi todos los días y entonces un día presencio una situación en la cual un borracho grita “¡Viva Perón!” y un montón de mujeres que estaban haciendo compras se le van encima, lo empujan, el borracho cae y le pegaban con sombrillas y paraguas. Le pegaban mucho. El fervor antiperonista era terrible. Entonces ahí pensé que había que hacer algo y conversé con mi grupo y ahí se va a instalar una práctica casi terrorista, de romper cabezas, hasta que limpiamos el centro de comandos civiles.
¿Cómo funcionaba?
Poníamos una foto de Perón o de Evita en una pared y nos quedábamos por ahí haciendo como que no teníamos nada que ver y siempre caía alguien, al ratito nomás ya aparecía uno y la rompía y entonces le pegábamos una paliza y volvíamos a poner la foto y caía otro, y otro, y otro. Nos cansamos de pegar. De a uno, de a uno. A veces eran varios, a veces eran más que nosotros. Una vez fue un General y ahí se armó porque la chica que le pegó le rompió un paraguas en la cabeza al General. Una compañera fue… Entonces, al día siguiente vino toda una camada de cadetes del Colegio Militar, todos con camperas y vestidos de civil, pero con manoplas y cachiporras y a los que agarraron le dieron una biaba y además los llevaron presos. Entre dos nos tomaban de los brazos y el otro golpeaba. A mí, como a siete cuadras antes de llegar a Corrientes y Esmeralda, me avisaron, se había hecho un cerco avisando para poder parar a muchos. Y bueno, me salvé de eso. Pero pasó. Fue un día o dos, no más de eso. Después volvimos a las andadas, hasta que nos hicimos dueños del centro.
Para las fiestas poníamos petardos en la vía del ferrocarril y la gente se iba a su casa. Se terminaba, el centro quedaba vacío. Armábamos los petardos en la avenida 9 de Julio, las pastillas de potasio las rompíamos con botellas y hacíamos la mezcla con azufre y clorato de potasio, y los lustradores de zapatos, que estaban con nosotros, nos daban las latas, las llenábamos y las poníamos en la vía del tranvía. Entonces imagínate, un 1ro de mayo o 17 de octubre, las explosiones podían ser diez, veinte o treinta y se acabó. La gente se iba, se iba, el centro que quedaba vacío, más nosotros gritando en las esquinas. Generalmente, para no competir, cuando podíamos tomar contacto con otros grupos que surgían espontáneos, nos repartíamos las esquinas. Entonces nosotros ocupamos desde tal esquina otro de la otra cuadra y así a lo largo de Corrientes, y ahí se veían también las esquinas donde estábamos nosotros, siempre había cincuenta muchachos y en la otra no había nadie. Pero bueno, también servía para medir fuerza.
Los días de la soberanía, los 20 de noviembre, también quemábamos banderas. Lo había organizado Bechi, el grupo de la Alianza y nosotros fuimos y como íbamos siempre y teníamos petardos de Iglesia, bombas, pero enrolladas de papel. Y claro, como no estaban avisados, muchos creyeron que eran bombas de la policía y escaparon. Después lo reprocharon. Pero además uno la iba encendiendo, me la iban pasando y yo la arrojaba, y una me destrozó la mano. Entonces los compañeros me llevaron, yo estaba medio grogui, me llevaron al hospital del centro y los médicos me higienizaron. Cuando nos dimos cuenta dejé la conducción en manos de otro. Cuando tenía que intervenir la policía los compañeros me sacaron, me llevaron, así como estaba medio atontado, nos fuimos en un taxi y los demás se quedaron haciendo una contención y gritando. El compañero Pocho Rearte, que era hermano de Gustavo, me llevó a una clínica metalúrgica. Ahí hablamos con el médico y dijo “bueno, está bien, yo soy compañero”, y Pocho dijo, “ah menos mal porque yo tengo un revólver aquí para que lo curaras o lo curaras”, y bueno, ahí me cosió y me arregló la mano.
Era así, la improvisación total, un desborde de coraje, de coraje, de sacrificio constante y una militancia muy artesanal.
Nos reuníamos y había un compañero, era de la zona de playa, que tenía un ómnibus, un ómnibus de turismo. Entonces estacionaba el ómnibus en una calle oscura y adentro del ómnibus nos reuníamos, ahí eran nuestras asambleas, éramos bastante democráticos. Todo se discutía y se compartía. Ahora, bueno, me parece lamentable esta política de género, realmente penosa. ¿No? Porque me acuerdo la naturalidad con la que vivíamos la igualdad entre hombres y mujeres en esa militancia… No hacíamos propaganda, no hacíamos política con esto.
Me habían encomendado a un tipo, “el Polaco” o el “Anguila”, que era mi superior. Después fue custodia de Íñiguez y murió, lo desaparecieron al Polaco Anguila.
En un momento dado cae preso, por la policía, la escaramuza. Yo tenía una idea romántica que había de algunos libros españoles, sobre qué hacer cuando se llevan a un compañero. Entonces, de la casa de mi madre, tomé fideos, polenta, hice un paquete, de todo y me fui a la casa donde vivía Anguila. Era un barrio muy precario, una villa miseria. Cuando llego a su casa, me recibe un travesti con una nena a la que peinaba. Lloraba el travesti. Y yo con la cara impasible. No juzgaba.
Mi familia era tan normal… en todo sentido, ¿no? Mi padre, mi madre, mis abuelos. No tenía calle, no la tenía. Era una familia con los regalos de los Reyes Magos, con la Navidad. En la Navidad nos reuníamos ochenta parientes. Como eran las familias argentinas antes: los hombres se reunían por un lado, las mujeres se divertían por otro y los chicos nos quedábamos por ahí. Los hombres discutían de burros, de caballos, de carreras, la política estaba prohibida, la religión también, para no provocar fragmentación, ¿no? Y yo, bueno, en esta militancia me acostumbré, pero no juzgábamos esas cosas.
Había una cosa igualitaria sin hacer bandera...
De eso nada. Ahora se hace bandera, es pura bandera y mentiroso.
Me acuerdo cuando pasé a la organización militar, mi primer custodio era un matrimonio homosexual. Era la casa de seguridad y él, el que hacía de hombre, Juan Manuel, era mi custodia, era mi espalda. Tenía unos puños que al que le ponía la mano encima lo mataba, y era homosexual. Pero nunca se me ocurrió decirle nada, ¿viste? La pareja era ejecutivo de cuentas de una empresa. Pero cuando fue a verlo a Perón me comentaban que llevó todas las cartas de la rama femenina, si bien vestía como hombre y todo, pero con toda naturalidad. Dicen que fue cuando Perón lo recibe, lo abrazó, lo agarró de las solapas y tenía que decirle un montón de cosas que le habían encargado. En aquella época era muy difícil verlo a Perón. Además, que Perón se trasladó muchas veces. Perón se radica en España después del pacto con Frondizi y sale de la pobreza, pero antes de eso vivía en la miseria. Entonces Perón lo recibe y él mismo contaba que le mojó toda la pechera porque lloraba, lloraba y no le pudo decir nada, Perón trataba de sacárselo de encima y esto nos provocaba risas y nos divertíamos contando las anécdotas.
Ahora yo veo que es tan nefasto que se haga política con estas cuestiones y que haya que aclarar quién es “trans”, me parece cosa horrible y forzada. Me parece muy forzado. Pero bueno, los tiempos cambian.
¿Y la década del 60?
Claro, en un momento dado se empieza a poner pesado. Nosotros primero no reconocemos el pacto con Frondizi. Nosotros veníamos luchando contra los comandos civiles y ahí pasamos a enfrentarnos con los que apoyan a Frondizi y el pacto.
¿Ustedes son del grupo que no creen que Perón manda a llamar a votar a Frondizi?
Pensábamos que era mentira. Una noche después de una trompeadura en Corrientes y Esmeralda, que estaba cerca de Télam, la gente se reunía en la calle para ver las carteleras de noticias. Entonces ahí nosotros trabajábamos con toda la gente y porque la gente se reunía y hacía comentarios y estaban los que abusaban de los comentarios, y se formaban corrillos y peleas entre La Nación, en Clarín. Nosotros trabajábamos una buena parte de la noche allí, reclutando compañeros, sumábamos a la organización de Juventud Peronista y después los íbamos probando en diferentes grupos para dar pelea o para romper cabezas. Era siempre en desventaja porque del lado de los comandos civiles eran casi todos rugbiers y de este lado eran cadetes del Correo Central, chicas prostitutas, marginales. Trabajábamos con lo de más abajo. He visto comandos civiles abrirse paso entre la multitud que lo trataba de parar. Yo hice rugby, le peleaba en su propio nivel, sabía lucha greco-romana, imaginate. Pero me tuve que probar con gente mucho más grande que yo…
Bueno, así me gané un liderazgo, porque yo venía de la universidad, yo ya estaba en la universidad y en esa época es todo lo contrario a ahora: antes la gente más pobre te probaba antes de aceptarte como como líder.
Esa noche, después que peleamos con Tacuara, nos llega por un correo de Perón, un anciano (había gente que hacía de correo de Perón, iban y venían primero con los discos, después con las cartas o con las cintas), entonces él trae una carta para nosotros, para la Juventud Peronista de la esquina de Corrientes y Esmeralda. En la carta Perón decía: “Miren muchachos, quiero que sepan que es verdad: convencido por el compañero Cooke, acepté firmar con Frigerio. Pero yo les aclaro que ustedes son para mí como la Guardia Imperial. Ustedes no están obligados a obedecer mis directivas. Ustedes están más allá de las directivas. Hagan lo que consideren conveniente. Nada los obliga, los abraza con el corazón, bla, bla”. Imaginate, inmediatamente paramos la campaña anti Frondizi, porque es como que tu viejo te hubiera dado derecho para desobedecerlo, a partir de ese momento no lo desobedecés más, claro. Simplemente no hablamos más, no peleamos.
Pero cuando gana Frondizi se arman manifestaciones espontáneas de miles de personas. Y nosotros las iniciamos porque éramos muy duchos en la pelea de calle. Entonces salimos a decir “Frondizi, Frondizi”. Se empieza a juntar la gente. Empezamos y en un momento dado gritamos “Frondizi y Perón, un solo corazón”. Y vamos viendo, porque tenemos toda la cadena de compañeros que dice “se fueron unos pocos” y los demás se la bancaron. Seguimos diez cuadras por la avenida Corrientes y largamos: “¡Perón sí, otro no!” Ja, ja, ja, ja. Y la gente se quedaba. Hasta que nos enfrentaron. Un tipo nos tiroteó, era un comando civil. Se metió en un local del radicalismo del pueblo, porque Frondizi era la UCRI, en la calle Corrientes, se me escapó, yo iba detrás de él, casi tocándolo. Varias veces me pasó eso. Una vez uno que tiraba, no sé si se le acabaron las balas pero yo al final lo agarré y lo agarré mal y lo di vuelta y el quedó con el revólver frente a mí. Yo nunca supe si no tenía balas o si no me quiso matar. Fue tan fuerte que lo dejé. Después lo tomaron a patadas, sé que perdió un riñón, pero en general la lucha era así. Los comandos civiles sacaban el arma, tiraban y tiraban, tiraban hasta que se terminaban las balas y ahí íbamos sobre él. Y siempre había heridos. Claro, pero todas las noches había alguna escaramuza. Durante años fue así, hasta que no quedó ninguno. Porque si alguno gritaba “Viva Perón” la gente se escapaba.
Jorge, esta foto es un retrato del general Perón fechada en 1962.
Estábamos presos del CONINTES y me la manda Perón, como dice “al compañero Jorge Rulli, con todo mi afecto. Madrid, 15 de abril de 1962”. Y nosotros vamos presos en el año 60, hasta el 63, presos del CONINTES de Frondizi.
¿Te acordás como te llega la foto que te manda Perón?
A través de los correos, siempre había compañeros que iban y venían, y era Delgado, un compañero metalúrgico que era correo, ahora se me fue el nombre, pero llegó con una valija cargada de cintas y grabaciones de Perón. Entonces la azafata en el vuelo, cuando están ya regresando a Buenos Aires, le dice que el comandante de la nave quiere hablar con él. Lo llevan a la cabina y el comandante le dice: “vea, le tengo que decir que me acaban de avisar que lo están esperando en Ezeiza. En cuanto llegue lo van a detener, así que si quiere hacer algo le aviso a la empresa”. Y el compañero le responde: “déjeme bajar antes y cuando haga el carretaje, cuando vaya al final de la pista ábrame la puerta y yo me tiro”. Bueno, y así hizo, se tiró en la parte oscura y corrió entre el pasto y salió a la avenida Costanera, en Aeroparque. De ese modo salvó la valija llena de cartas de Perón.
A ese compañero lo mató Galimberti muchos años después, según le expresó Firmenich a dirigentes metalúrgicos, fue una venganza personal, porque este dirigente, en una reunión con Perón Galimberti le faltó el respeto a este compañero, pensando que delante de Perón este no iba a hacer nada, pero este compañero se paró, se acercó y le dio una terrible trompada. Entonces, después, cuando fue comandante de la columna norte, por su cuenta, Galimberti dispuso ejecutarlo. En fin, el proceso revolucionario es muy duro y a veces tiene cosas muy amargas.
Pero te contaba, en el año 59 nosotros asistimos al velatorio de una persona que se llamaba Mendoza, creo que Mendoza, al que lo habían tirado por la ventana del Departamento de Policía desde un tercer, cuarto piso, pero después, cuando se lo revisa, tenía las uñas arrancadas. O lo tiraron o se tiró él, pero lo estaban torturando.
Entonces ahí estaba el Tuli Ferrari, había varios, Gustavo Rearte, y salimos a tomar una cerveza por ahí y nos juramentamos que había que ejercer justicia. Estaba la Norma Kennedy que habló en el entierro y también jura venganza. Había un clima de hacer justicia y entonces ahí decidimos y asaltamos un destacamento militar de la aeronáutica, en Ciudad Evita.
¿Ya militabas en La Matanza?
No, no, no, yo me voy a la matanza en el 71, muchos años después. Yo militaba en Palermo y en el colegio Nicolás Avellaneda y en el centro de Buenos Aires, mi principal actividad era en el centro de Buenos Aires. Pero nosotros estábamos muy allegados a la gente de La Matanza, porque ahí estaba Rearte y Tulio Ferrari.
Los militares habían hecho unas casas de departamento para ellos, pero entonces nosotros impulsamos ocupaciones espontáneas de gente que ocupaba un departamento, por eso los militares hicieron un vivac para que no entrara más gente y para no dejar salir a los que estaban. Entonces lo que hicimos fue atacar ese vivac, que era con una hoguera, con milicos que se sentaban alrededor, tenía unos baños y desde ahí vigilaban.
Nos metimos en la casa y estuvimos a la noche acostados en el piso para que no se oyera desde las ventanas. Y me acuerdo que la esposa del compañero estaba alumbrando, o sea que gritaba y vino la partera y la atendía. Yo era medio poeta y estaba muy alucinado por el alumbramiento de ella y el alumbramiento nuestro. Yo escribía poesías.
Además creo que fue la noche que lo mataron a Tito Bevilacqua, que estaba en el servicio militar. Lo matan por la zona de Lobos, por ahí, porque había armado una especie de soviet peronista en el regimiento y la gente le respondía más a Tito que al oficial. Luego cuando pasan por la por la casa de Perón, la vieja casa donde nació Perón, Tito dio la orden y todo el regimiento se encuadró… se le fue la mano. Y lo matan poco después. Llega a la casa con un tiro como si se le hubiera escapado del fusil y los soldados que lo traen no eran compañeros de él, o sea que no saben nada, no le pueden decir a la familia, no le pueden contar como fue porque lo hicieron a propósito. Pobrecito Tito…
¿Y tu viaje a China?
Eso fue muchos años después, después del 65, claro, después que se frustrara el regreso de Perón.
¿Y cómo preparan el regreso de Perón?
En el 63 salimos de la cárcel y a pocos meses Osvaldo Agosto y otros convocan a todos los grupos de la Juventud Peronista y se conforma un triunvirato para conducirlos. Héctor Spina, Envar Cacho El Kadri y yo. No es muy cronológico esto, y es largo. Pero en 1956 yo no sabía cómo conectarme pero tenía muchas ganas de hacer cosas y salía de noche y quemaba cosas.
Pero también me afilié al frente de Liberación Argelino y entonces iba a pegar sobres, pegar estampillas, hacer cosas. Eso era en Primera Junta, Caballito: había una mezquita y un centro islámico. Ahí con otros colaboradores, aparece la gente que yo conocía de la Marcha del silencio, porque reconozco algunos: eran todos peronistas que no sabían dónde poner sus energías.
Los argelinos habían nombrado como embajador a un tipo con mucha dinámica y entonces mucha gente terminaba allí. Yo me afilié al FLN que para nuestra generación fue como Cuba para la otra, para la siguiente. Claro, el esquema peronista era copiado del FLN: un nivel de movimiento nacionalista patriótico, digamos, una estructura política. El FLN que tenía la conducción del Ejército de las zonas territoriales, pero la política era dirigida desde el aparato político, y después estaba el extenso movimiento nacional argelino, que era el sentimiento patriótico, como el Movimiento Nacional peronista. Por eso, después, para el regreso de Perón, se organiza el MRP- FAP: Movimiento Revolucionario Peronista – Fuerzas Armadas Peronistas.
El modelo argelino, claro, no era el cubano, no. El modelo cubano fue una macana después, tergiversaron su propia experiencia: para mostrar que Fidel había sido el que armó todo, cambiaron toda la historia de Cuba y nos vendieron el esquema Taco Ralo, que es un esquema que fracasó sistemáticamente, o el del Ejército Guerrillero del Pueblo: el modelo foquista y vanguardista que lamentablemente lleva a cabo el Che.
El Che compra ese modelo porque en realidad tuvo una experiencia de haber sido pasajero del Granma, no conocía Cuba. Yo comprobé eso en Cuba. Cuando le preguntan por Frank País dice “no, yo nunca hablé con él, no lo conozco”, y le replicaban “pero comandante sí estuvo ahí, en tal fecha, estuvo en la montaña con usted”, y el Che dice “sí, pero yo no tenía grado para poder hablar con él, que era un comandante, y yo era un teniente médico”.
Hay toda una historia de lucha de masas, de lucha popular del proceso cubano que queda muy opacada.
Se la excluyó, se la canceló para enaltecer al líder.
¿Cómo es tu relación con Guevara?
Grande. Porque Bechi, mi esposa, se trastorna el día en que lo matan, hace un brote delirante… En ese momento guardábamos expectativas al respecto. No había otros líderes y el fracaso del regreso de Perón nos dejó muy mal. El otro líder, João Goulart , había sido depuesto en Brasil y el único hombre con mucho liderazgo que aparecía era el Che y justo viene a Bolivia.
A mí me cuentan que estaba en Bolivia: el primero que me habla es Gustavo Rearte, que tenía información, estaba muy ligado, fíjate que después a poco de andar los cubanos lo dejan de lado a él, y lo nombran a John William Cooke delegado, y Rearte tiene que firmar un acta de compromiso político militar con los cubanos.
Entonces yo estoy en agonía en el Hospital Italiano el día que lo matan al Che Guevara. Bechi venía muy mal ya, por la tortura, por la agonía que yo tenía, venía muy mal, había hecho una afasia y varios problemas más. La muerte del Che la termina de destruir… Los abogados me cuentan que se lanzó a cruzar la avenida Cabildo en camisón, desconociendo ya, totalmente ida, y no sabe qué hacer…
Usted tiene una hija en ese momento, María Eva…
Sí, era muy chiquita, por suerte había quedado con las abuelas. Trataron de hacer lo posible, pero bueno en ese momento, yo estaba en agonía y me hacían diálisis. La tortura hizo que se me paralizaran los riñones, entonces tenía pesadillas terribles porque la sangre, mi cuerpo no purificaba, la propia sangre, ¿no? Entonces dormir era una pesadilla…
¿Y cómo te recuperas?
Me fui recuperando de a poco. Salí muy mal. Mi abogado, que era radical de la UOM, me dijo “mirá, logré sacarte por un traspapelado de carpetas, pero te van a venir a buscar y te dieron libertad por una y no se dieron cuenta que había otras cuestiones pendientes”. A lo cual yo contesté “bueno, ¿qué hago?”, “andate, tenés que irte ya”. Entonces me acordé de que Alicia Eguren había ido a verme al hospital y me había ofrecido reponerme en Cuba. Entonces hablé con ella y me dijo “sí, andá a verlo al Bebe que está en Montevideo”. Y me fui con toda la familia, con todos. Alquilé mi casa y me fui para allá. Cuando Alicia me confirmó que el Bebe sí le decía que podía mandarme a Cuba, me fui con Bechi y con María Eva. Los tres dejamos la casa alquilada, el departamento subarrendado, porque nosotros alquilábamos, a unos compañeros y me fui para allá. Por las dudas, un compañero del Comando Nacional, que sabía ser también mi maestro, César Marcos y también Lagomarsino. Entonces él me dice: “mirá si te cuesta mucho ubicarlo, al Bebe, andá a un lugar donde él labura en el puerto y se llama ‘Do, Re, Mi’”, un boliche. Bueno, yo lo busco, no lo encuentro y dejo en un hotel a Bechi con la nena y me voy al puerto. En la zona más tenebrosa del puerto de Montevideo, porque no hay ni luz, en unas calles oscuras veo unas luces de neón.
Decía “do, re, mi”. Me acerqué y estaban las vidrieras pintadas de cal, o sea era un antro. La cal había desaparecido de un lugar, entonces miro para adentro y lo veo al gordo Cooke, con visera, paños violetas, jugando al póker. Laburaba de eso, se financiaba con el póker, la militancia la mantenía ganando al póker. Dicen que era un genio para el póker. Que lo parió…
Así que busqué un teléfono público, porque no me atrevía a entrar. Lo hago llamar y le digo “avísenle que estoy en la puerta”. No me animaba a entrar porque era un antro esa cosa. Entonces el gordo sale, se sacó todo y dice “uy Rulli no sabía que ibas a llegar a esta hora, disculpame, pero estoy esperando un llamado de Perón y no puedo separarme del teléfono”. ¡Mentira! Perón no tenía relación con él. Pero el gordo era un vendedor y un macanero brillante, un personaje del cual no podías dejar de quererlo realmente.
Y entonces me dice “mirá, tengo que estar aquí, porque Perón me llama en cualquier momento, pero andá a verlo a fulano a determinada dirección”. Y era un director del Teatro Vital del Uruguay, se decía oriental, que estaba muy ligado a la Argentina, me recibió en su casa, se había separado, vivía en una casona, solo… un personaje.
Y ahí limpiamos un lugar porque era una mugre terrible. Desde que se había ido la mujer no limpiaba nada. Te digo que enjabonaba las camisas y las colgaba de un alambre porque decía que con la lluvia se enjuagaba. Imaginate, no tenía idea de nada, ni de pasar un escobillón.
¿Y por qué te pasó con el tipo?
Era un compañero que me podía hospedar. Bueno, yo ahí tuve un trato frecuente con el Gordo. El Gordo era un personaje extraordinario, un gran pensador. Tenía centenares de novelas de cowboy o de western, de thriller, de westerns, al lado de la cama, porque de noche leía o se leía una novelita para poder dormir. Era un buen personaje y escribía brillante. Lástima que se dedicó a la política en vez de a la literatura, porque ahí se equivocó fuertemente. Tenía ese resentimiento contra Perón de muchos altos líderes del peronismo, yo lo vi en Gustavo Rearte, en otros también encontré esa cosa. Estaban resentidos con Perón, no sé…
Después tuve mi experiencia también, no fue tan buena y ahora que he estado mal de salud, en esas noches de insomnio, pensando que me iba, revisé mucho… Yo tendría que haberle dicho a Perón esto… y no me atreví. Cuando lo vi a Perón en el 69, después de salido de Cuba. Los cubanos me iban a pagar un pasaje y yo dije “no, yo quiero la plata y me voy en tren porque quería llegar a Madrid. Y bueno, el primer contacto me invitaron a una reunión que había y no entendía nada porque Perón tenía un brazo sobre una Biblia gigante y hablaba y claro, después me entero, eran todos seminaristas del Líbano.
Entonces yo me voy retrasando, y cuando se van todos (Perón los ayudaba con los abrigos porque hacía mucho frío), cuando me ofrece el abrigo en la puerta, yo le digo “General, yo no soy el que soy, yo ya soy Julio”. “Sí, usted es el que mató al policía, siempre me acuerdo”, me contesta. Le digo: “No, General, lo herí nada más”. “Ah sí, bueno, venga, mañana” y me manda a hablar con el sirviente ese que tenía, “lo que sea lo que habla con Lopecito, explíquele, yo después le digo, véngase mañana y hablamos”. Bueno, y así fue.
Me recibió Lopecito, me llevó por el jardín y me habló de todo lo bueno que hacía con Perón, porque “a la edad de Perón soy como el entrenador, le voy tirando temas de conversación para que no envejezca”. Imaginate la idea que te daban de un Perón que necesitaba de López Rega para mantenerse lúcido.
¿Y lo ves a Perón?
Sí, y después me pasa con Perón, y Perón cierra la puerta y me encuentro con un Perón que me sermonea un poco, por alguna cosa, más allá de que acepté todo, porque para mí fue como encontrar el abuelo que no tuve. Fue muy impresionante.
¿Qué sentiste cuando estuviste ahí?
Y me sentí muy impresionado. Como ver más que un abuelo, un bisabuelo. Era una cosa muy rara y desconcertante porque se te anticipaba, y te salía con ideas.
Yo le hice una crítica a ciertas conducciones de la FAP, y él ahí me dijo: “qué quiere, Rulli, que haga la revolución con los buenos, nada más…” Y yo me callé. Le tendría que haber dicho “¿sí, sí, qué problema hay?” mejor dicho: yo no quiero que la haga con los buenos, yo quiero que no nos mezcle”. Esto era lo que tendría que haberle dicho. “No, nos mezcle.”
¿Se puede eso?
No me atreví, no me atreví… Pero yo había dado mi vida durante años. Había ofrecido mi vida y la de mi esposa y la de mi hija. Él no tenía derecho a sermonearme así. Después cuando le hablé del Che Guevara, me dijo: “no me hable de un comandante que se come su mula”. Claro, me di cuenta que me estaba hablando como jefe de tropa de montaña, el Che no debía tener ni idea. Es cierto, el Che fue a despedirse a Madrid y él lo sermoneó también porque era muy sermoneador.
Le dijo: “Doctor, usted es médico, y usted sabe dónde va a ir. Usted es asmático y sabe dónde va a ir. Es el clima más hostil”. Y el Che le dijo “Sí, pero yo lo sé, pero tengo reservas de medicamentos enterrados en diferentes lugares de la zona por la que voy a ir circulando”.
Perón hizo un gesto así, abriendo los brazos y dando a entender que ya había expresado su objeción al plan. Pasa que un delator permitió que todos esos enterramientos cayeran en manos del ejército. Se quedó sin ninguna droga para su asma. Un calvario y se terminó comiendo la mula para hacerse unos mocasines. Los cubanos le hicieron mocasines a los pies en carne viva, se quedó sin borceguíes.
Bueno, qué sé yo… Siempre pienso que tendría que haberlo dicho: “General, con todo respeto, yo estoy dispuesto a dar mi vida por usted. No me sermonee, escúcheme”, tendría que haberle dicho eso pero me aplastó. Me desanimó hablarle, era muy, muy tremendo, era una figura….
Una autoridad muy grande.
Sí, sí, claro, porque cuando yo le hablo de la lucha armada, él me dice “pero Rulli, el camión con armas de Íñiguez se perdió. Ya no tenemos armas”.
Estuve a punto de decirle “pero la administración de las armas la tiene el enemigo”, y me sentí como un pelotudo. Entonces no le dije porque sentí que no me iba a entender o que aunque me entendiera, iba a rechazar. No sé, era difícil hablar con Perón”.
Y a vos te queda esa sensación amarga porque no le dijiste algo que vos venías rumiando ¿Pero políticamente qué balance hace después?
Claro, yo no tenía planes, no sabía qué me iba a encontrar. Yo me encontré con una Argentina que me desconocía totalmente. No llego a la Argentina porque caigo en Montevideo y me como dos años más preso. Entonces vuelvo a la Argentina después de cuatro años, soy prácticamente un desconocido. Esa noche que llego yo estaba buscado todavía. Me voy a ver al que había sido mi abogado de toda la vida, Mario Kestelboim, que fue decano de Derecho, había sido mi abogado para todo y lo llamo. Lo encontré cenando en un lugar, hablé por teléfono, le dije “salí a la puerta que te estoy esperando”. Le digo, “mira, necesito un lugar donde quedarme”, Y dice “bueno, quédate en casa, ningún problema”. “Bueno, te agradezco” dije. Y me dice: “pero eso sí, te voy a tener que reportar que te tengo”, me aclara. Y le pregunto: “¿cómo reportar? ¿A quién?” “Y, a mi conducción, claro, estoy con la FAP de Cacho El Kadri”, me dice. Se habían quedado con toda la tropa que yo dejé, se quedaron con toda la columna.
A ver, hagamos una pausa ahí, porque para quien no conoce la historia se complejiza. Vos armás la JP y después arman las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) con un grupo que viene de las primeras Juventudes Peronistas…
En parte sí, y mucha gente que optaba por la lucha armada. Esas Fuerzas Armadas Peronistas estaban al servicio del retorno de Perón. Entonces era como una salvaguarda para defenderlo de posibles intentonas de matarlo o algo así. Pero para nosotros también era la oportunidad de iniciar un proceso revolucionario en caso de que fallara el retorno. La estrategia era insurreccional.
Cuando yo acepto, cuando Héctor Villalón, que era el delegado insurreccional con credenciales que decía “delegado insurreccional del peronismo”, me invita a Montevideo, hablo con él y él me muestra un esquema insurreccional que significaba: huelga general con los obreros en la calle y apoyo de los grupos armados de la Juventud Peronista: la FAP, un regimiento de caballería que venía del Chaco, del Sindicato de Obreros Hacheros que se había comprometido a venir con 500 hombres de a caballo sobre Buenos Aires. El ejército boliviano que cruzaba la frontera y atacaba por el norte, porque en ese momento para nosotros la milicia obrera boliviana era como si fuesen nuestros compañeros. O sea, me pareció excelente que el ejército boliviano cruzara la frontera. Bueno, después fueron “los bolitas”, cómo cambió la Argentina. Y así, las redes de antiguos terroristas que volvían a sabotear puentes y vías. Me presenta un esquema que a mí me maravilla. Me pongo a organizar la FAP, porque vuelve Perón y si lo quieren tocar o lo detienen, se activa. Era a todo riesgo.
Eso es en el 64, es esa vuelta.
Sí, claro, y el gobierno argentino manda, lo intercepta, bah le pide a Brasil que lo intercepte. En Brasil estaba de presidente un amigo de Perón, que era João Goulart, pero cuando Perón está por subir al avión de Al Italia, hay un golpe de Estado militar en Brasil y se queda sin la opción. La opción B era quedarse en Brasil y se queda y le fracasa. Pero ya no puede dejar de intentar venir.
El asunto es que en los entretelones de todo esto, en ese triunvirato que se había formado de la Juventud Peronista en el año 63, 64, Cacho El Kadri negocia con Vandor y arma el movimiento de la JP y se opone a Villalón y al proyecto de regreso de Perón, al proyecto insurreccional. Entonces ahí se rompe el Triunvirato. El Kadri y Vandor arman el MJP y yo sigo con las FAP.
¿Y por qué se oponen a eso?
Y, porque se opone Vandor, se forman las 62 de pie junto a Perón, cierran con todo ese aparato.
Vandor tiene proyecto un político de peronismo sin Perón…
En ese momento el enemigo interno era Vandor, que aparte, incluso se lo intenta matar a último momento y eso da un crimen de frustrado que lleva a que Vandor se queje ante Perón y poco antes de subir al avión Perón repudia al MRP y repudia todo intento de matar, de hacer justicia entre nosotros. Una cagada, una macana terrible del cuatriunvirato que era
la construcción, era una especie de intervención del peronismo.
Toda esta historia no es muy conocida.
No, no. Está ocultada, está ocultada.
Y ahí Cacho el Kadri juega muy mal, muy mal, juega y juega mal, porque claro, yo me caso con Bechi y era su gran enemiga, porque Bechi era la que había sacado la Juventud Peronista Trinchera, el periódico. Y él junto con Brito Lima la habían expulsado, en un acto muy macartista, muy feo. él aparece como el autor de Trinchera y en realidad no tuvo nada que ver. Hay una “Trinchera” de Cacho El Kadri, claro, es abiertamente falangista. Es así, los artículos son un culto a la muerte. Como era un ala de Falange era como que la muerte es vida y lo mejor que nos puede pasar es una cosa martiriológica y así están los ejemplares, yo los vi en el Museo del Museo de Literatura Revolucionaria
Bueno Jorge, me interesa esto, el grupo de Cacho el Kadri, a partir de esa FAP de Kadri que no son las de ustedes…
Claro, serían las FAP plagiarias
Ese es el puente histórico con la Juventud Peronista de la década del 70, el que arma el empalme de alguna manera entre la JP, Resistencia, las distintas juventudes y la JP tendencia y el inicio de los grupos armados es ese puente?
Puede ser porque ellos ya no son insurreccionales, arman un foco: Taco Ralo. Ese es el cambio de estrategia y de concepción. Claro, ellos ya están con Taco Ralo, es otro paradigma, sobre todo con la incorporación de un sector de la antigua Tacuara, marxistizada.
José Luis Nell…
No, sobre todo (Jorge) “ El Turco” Caffati. Con Nell estuve preso en Punta Carretas, en Uruguay. Viví un año con él en la celda, con los Tupa. Acá hay una foto de Nell con Lucía. Cuando ya le volaron una parte de la cabeza, en Ezeiza. Un error terrible, pero bueno, sí, yo fui muy amigo de él, pero él era más amigo de la infancia de Cacho. Habían estado juntos en el Liceo Militar. Yo lo conozco a Cacho el Kadri del local de los argelinos, porque era el hijo del director de árabe.
Y vos lo sumás a la JP…
Lo sumo a la JP a Cacho, claro, y después yo voy preso y él queda a cargo y se termina peleando con Bechi porque diríamos que era, como se dice ahora, muy machista. Era musulmán. Claro, era durísimo, en la década del 60. Y Bechi bajaba la línea doctrinaria a través de Trinchera, y el esquema argelino era muy fuerte.
¿Qué creés que te hubiese respondido Perón si vos le hubieses dicho esto que soñás hasta el día de hoy que tendrías que haberle dicho?
No lo sé, no sé…
“No nos juntes, no nos mezcles con los malos…”
No lo contradije en nada. Cada vez que él me sermoneó, yo me callé. No sé si hubiera aceptado. Y sí, es una pregunta que yo me la hago también. No sé si habría aceptado que yo me parara de manos y le discutiera. No sé, no lo sé. Pero me atormenta mucho eso, esa entrevista todavía porque siento que no cumplí. Él era como es, como fue… Sentí que era un hombre de otra generación que no podía entender nuestro lenguaje.
Me pasa ahora con gente vieja, incluso peronista, que han adherido a la Revolución Verde y cuando yo le hablo de la agricultura orgánica, yo me doy cuenta que no entienden de qué estoy hablando. Se ponen en contra porque sienten que les estoy tirando con un universo nuevo, y les importa un pito.
Me doy cuenta, y me salen con “cómo voy a mantener a tres mil millones de habitantes de la tierra”, y son lugares comunes… Pero se nota la diferencia de lenguaje. En mi mesa entre mis hijos y los novios de mis hijas veo los debates y yo me doy cuenta que para hablar ciertas cosas de la biodiversidad subís cinco años y tenés un cambio, bajas cinco años y todos comprenden, subís cinco años y te preguntan quién es Vandana Shiva, bajás cinco años y todos lo han leído. Y no es un problema de banderías sino un problema cultural, ¿se entiende?
Y yo sentí eso con Perón, el respeto era tan fuerte… Pero me sigue dando vueltas en la cabeza y ya no puedo responderme, no…