Estoy cansado de escuchar hablar de las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires. Al principio ese cansancio se confundía con la furia, pero voy a tratar de ordenar un poco las cosas y poner a raya a la indignación. Primero porque amo a la ciudad, y segundo porque creo que las personas que vivimos en Caba estamos ante un momento clave para poner un freno y reflexionar sobre el pescado podrido que nos quieren vender.
La ciudad es básicamente un conjunto de barrios, cada uno con su identidad, sus vecinos, sus escuelas, sus pasos a nivel, sus cafés de especialidad, sus supermercados, sus colectivos, sus centros de salud, sus zonas erróneas. Cada barrio, interconectado, es una máquina inmensa que todos los días produce vida, subjetividad, relaciones, dinero, ilusión, dolor, goce.
Antes de Macri, la ciudad “se gobernaba sola”. Después de Macri “la ciudad se gobierna con baldosas, plazas, cemento, leds, call centers y bots de Whatsapp”. Los porteños tememos perder esto porque por nuestras raíces histórico culturales sabemos que todo el precario, que la descomposición termina mandando. Buenos Aires flota sobre el barro y el macrismo le construyó unos andamios de concreto y burocracia a los que todos nos aferramos en algún momento.
El precio a pagar por estas mejoras llega ahora, 20 años después. Todo muy rico, pero llegó la cuenta. ¿Quién la paga? Adivinen. Porque se generó una corrupción todavía más monstruosa que la que la antecedía en las gestiones municipales de Grosso, De la Rúa, Ibarra. Un monstruo que incluye al PJ porteño, que cogobernó con ellos durante estos largos 20 años. Este bloque, al que llamo Viejo Orden Jurásico, no tiene un proyecto que vaya más allá de las cosas buenas o más o menos que se hicieron. Están imposibilitados cognitivamente para discutir cosas que vaya más allá de lo hecho. ¿Vieron alguna vez las distinciones que entrega la Legislatura? ¿Vieron alguna vez una sesión de la Legislatura? No lo hagan. Cuidensé.
Nunca fue tan evidente que hoy, para ellos, la ciudad es una vaca lechera donde administran negocios y poder. Los vecinos son un ganado al que esquilman con impuestos y la Legislatura es el velo institucional para que un sistema de negociados sucedan de espaldas a las personas reales. Otro sistema hecho para que nada cambie. ¿Quieren que nos vaya mal? No. Quieren mantener sus negocios y que todo siga como está. El problema es que todo se está deteriorando hace casi cuatro años. Y, principalmente, que el mundo cambió.
Una política jurásica
El mundo cambió. La educación cambió. El transporte cambió. Las necesidades económicas y profesionales cambiaron. La guita cambió. La juventud cambió. Y ellos no tienen nada para ofrecer. El desierto de ideas es apabullante. Pero hay algo más, algo mucho peor: no sólo no tienen imaginación ni siquiera para innovaciones municipales. No solo mienten. Tampoco tienen idea de cómo hacer para que la Ciudad de Buenos Aires alcance su destino histórico. Y ni siquiera registran los problemas más básicos y por eso urgentes: en la ciudad, criar a tus hijos, ahorrar para comprar un departamento o al menos alquilarlo, conseguir un trabajo, que la prepaga o la empresa de internet no te boludeen, no tener miedo, prosperar, invertir, formarte.
Nada de esto va a solucionarse sin un cambio de paradigma.
Hay tres tipos de falsas soluciones, falsas como ellos, y una respuesta real, real como nosotros. Las tres mentiras forman parte del Viejo Orden Jurásico y se organizan en torno al Estado. La solución real parte de las personas reales.
En el PJ Porteño, y más allá de lo que digan, de sus torsiones discursivas camaleónicas, viene pidiendo hace 15 años un estado enfermera, un estado que venga a remediar todos los males, y que no sea cruel. Quieren más trabajadores públicos, más observatorios falopa, más medios públicos, más secretarías falopa, más pelotas de sebo en un estado blando y gigante, de gelatina. Un estado asistente social que los haga sentir bien al final del día, como Alberto se sintió bien con las filminas sobre el Covid y el verso del gobierno de los científicos. El problema es que vienen cogobernando hace 20 años, votando el presupuesto hace 20 años, porotito por porotito, negocito por negocito, metro cuadrado a estrenar por metro cuadrado a estrenar. Eso sí: manejan mil secretarías e institutos, compran periodistas, transan listas.
Otros quieren un estado jardinero, que cobre impuestos altos y brinde servicios decentes, con buenas plazas, puentes y baldosas. Todo ese modelo está en decadencia, entró en decadencia hace ya casi cuatro años, padece obesidad mórbida, no se pude mover. Lo que sigue vigente es la casta de Lospenattos y de Vidales girando en loop, y las excepciones en el código urbanístico, que en la versión del Macri Negro favoreció a los pulpos constructores por encima de los pequeños inversores.
El Estado enfermera y el estado jardinero son las dos caras de la misma moneda. Unos ensucian la plaza y otros la limpian. Se complementan, no existe uno sin el otro. Las personas y los cargos y la carencia de ideas circulan. Votan todos lo mismo en la Legislatura. Se reparten influencias en el poder judicial de la Ciudad. Son el Viejo Orden Jurásico de la política porteña.
La tercer propuesta es la libertaria. Nadie termina de entenderla del todo, ni siquiera ellos, pero tiene un reclamo legítimo y es que se bajen los impuestos y haya menos trabas para la iniciativa individual y privada. Si las dos caras del Viejo Orden Jurásico ponen el acento en regular y en conceder dádivas a los vecinos (un crédito inalcanzable, un curso pedorro de computación, un deck sobre la calle) los libertarios quieren básicamente reprimir y que el Estado se retire. Dada la cantidad de mafias que generó el orden corrupto de la ciudad y la cantidad de trabas absurdas que existen para hacer cualquier cosa la idea parece razonable.
Pero lamento decir que también es falso, quizás aún más falso que lo anterior. Voy a dar tres motivos. Primero, en ninguna ciudad del mundo la inversión privada pudo construir, ordenar o siquiera preservar una ciudad. La ciudad necesita de sus habitantes cuando el capital sólo necesita de consumidores, y cada vez menos de trabajadores. Ergo, lo privado no puede manejar una ciudad. Segundo, no tienen ninguna vocación de generar controles hacia la política. Si un presidente participa de una estafa piramidal, me permito no tener mucha confianza de lo que harán sus segundas o terceras líneas con los presupuestos monstruosos y la corrupción monstruosa de Caba. Un mono con una navaja envenenada sería muchísimo menos peligroso. Y tercero, su matriz de pensamiento sigue siendo estatal. En lugar de engordarlo o de pincharlo con anabólicos, pretenden eliminarlo. Pero todo su pensamiento está centrado en el estado, aunque de un modo inverso. Por supuesto que jamás lo van a eliminar. Van a utilizar esta coartada para seguir hacer negocios cada vez más obscenos a espaldas de las personas reales.
Por todo esto propongo otra idea, que quizás les parezca tonta: al Estado no hay que eliminarlo ni engordarlo ni usarlo para comprarse muchos departamentos. Hay que sacárselo de la cabeza y empezar a inventar nuevas instituciones transparentes, auditables, tecnológicas, cercanas, hechas para y por personas reales.
Una Nueva Constitución para un Nuevo Orden
Cuando uno acepta esta simple máxima, de sentido común, muchísimas barreras que parecían infranqueables se empiezan a caer. Lo único real son las personas, los barrios, los recorridos cotidianos, las dificultades cotidianas. Lo único real son las situaciones reales de los que viven en la Ciudad de Buenos Aires. La de tu vieja, que nunca tuvo una estación de subte a menos de dos kilómetros de su casa, y tiene que ir al médico en el centro tres veces por semana. La de tu hermano, que terminó el secundario y sabe que su destino más factible es estudiar una carrera que la inteligencia artificial va a reemplazar quizás antes de que la termine. La de tu tío, que atiende un comercio minorista, nunca pudo recuperarse del todo de la pandemia y lo matan con los ingresos brutos. La de tu sobrina, que va a la escuela pública y se muere de frío. La tuya, que sabés que no vas a tener una jubilación digna y dependés de las locuras de los políticos jurásicos.
Empezar a elaborar soluciones para estos problemas es relativamente simple. Pero para conectarse con lo real hay un enorme escollo. Un totem que debemos destruir.
Hablo de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. La principal garante del Viejo Orden Jurásico. La que existe desde 1996, cuando nadie tenía internet.
Esa Constitución es la que creó una Legislatura que no sirve para absolutamente ninguna otra cosa que para garantizar la supervivencia del Viejo Orden Jurásico. La Legislatura donde quieren entrar los streamers, los cometas halleys de la política, lxs androides, los chivos emisarios de políticos sin votos, los pintorescos, los chantapufis, los desvergonzados. La Legislatura que busca legitimarse con nuestro voto.
Es una Constitución que, con intenciones genuinas, inventó unas entidades abstractas llamadas “Comunas”, entelequias que terminaron funcionando como escudo y como guarida del Viejo Orden Jurásico. Googleen cuánto cobra un comunero. Pregúntense qué hace. Pregúntense cuántos comuneros hay. ¿Conocen a alguno? ¿Alguna vez les solucionó algún problema? ¿Alguna vez introdujo alguna mejora tangible en su barrio? ¿Alguna vez les acercó una propuesta, una consulta, una inquietud? ¿Tienen el Whatsapp de su comunero amigo? ¿Su dirección de mail?
Bueno, si se responden estas preguntas quizás lleguen a la misma conclusión que yo. Ojo, debe haber buenos comuneros, gente que debe alimentar a su gato todos los días. El problema es un sistema institucional perverso diseñado para que los problemas reales de la gente real jamás se solucionen. Un sistema institucional viejo, corrupto, enfermo, perimido, alejado de la tecnología, alejado de la vida real. Un sistema institucional garantizado por la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires.
Por eso, desde el Nuevo Orden Porteño decimos: Una Nueva Constitución para un Nuevo Orden.
¿Pero qué significa esto?
Básicamente significa que los porteños vamos a recuperar el control de nuestro dinero, de nuestro barrio y de nuestro futuro. Significa que, después de casi 30 años la ciudad va a crecer económicamente, demográficamente, aspiracionalmente.
Cada uno participará en la medida de sus intereses y deseos, pero todos podrán controlar el funcionamiento de la administración. La premisa básica de nuestra Constitución es que las responsabilidades son importantes. Y agrego algo: todavía más importantes que los derechos. La segunda premisa es que las cosas tienen que suceder rápido, caiga quien caiga.
Un Nuevo Orden Porteño significa que áreas claves del presupuesto de la Ciudad serán decididos y controlados por los barrios. Que cada barrio tendrá un Jefe Barrial elegido en forma directa, y una Junta Barrial elegida a través del azar, capaz de llevar adelante o vetar iniciativas. Permanecerá la figura del Jefe de Gobierno como gran decisor de inversiones en Gran Infraestructura, y como un aliviador impositivo y burocrático encargado de hacer crecer la producción y la economía. Pero será abolida la Legislatura tal como existe y, por supuesto, las Comunas.
Una Nueva Constitución para recuperar el control. Es una propuesta simple, de sentido común. Es una invitación a implementar nuevas herramientas para nuevos problemas en un mundo que se transforma de manera vertiginosa.
Y les digo algo más: hay que apurarse y hacerla nosotros.
Porque en el Viejo Orden Jurásico están desesperados por no perder los kioscos y no van a tardar de proponerla ellos para perpetuarse.
Una elección falsa
No les pido que me crean. Solamente les pido que se detengan un poco en los que se presentan a legisladores en estas elecciones. No es tan difícil, los medios los muestran todo el tiempo. Mírenlos como si fueran Lombrosianos. Y después de mirarlos hagánse la pregunta sobre si es más franco elegir a uno de estos profesionales de la mentira, o impugnar, o incluso pegar el faltazo este 18 de mayo.
Silvia Lospenatto es diputada por la provincia de Buenos Aires, pero quiere ser legisladora porteña. Miren su imagen en una pantalla. Mírenla fijamente y van a ver que no es real: es una IA programada para conservar las concesiones, las cajas y los contratos de un espacio político degenerado, avejentado y falto de iniciativa que traicionó a su base electoral. Tanto Silvia como María Eugenia Vidal -no me dejen olvidar a Cristian Ritondo ni a su cardumen de departamentos- son los exponentes más abyectos de una casta política nacida en la Ciudad de Buenos Aires, surgida post diciembre de 2001, que aprovechó a la política para convertirla en un business de la representación y la delegación. Androides coacheados que jamás pagaron una carga social, que hace más de veinte años que no esperan un colectivo, que nunca tuvieron un jefe que les cayera mal o se sacrificaron por nadie real.
Del otro lado, del lado de los socios históricos, Leandro Santoro representa esta misma virginidad de Cuit y adicción a las prebendas de los aparatos políticos. Santoro parece un buen tipo. Incorpora además una docena de conceptos de alguna cátedra de Sociedad y Estado del CBC, habla bien la jerga progresista, pero de persona real no tiene nada. Es un tipo que viene rosqueando desde que nació, de comité en comité, después del comité a la unidad básica, a fuerza de asados y palmadas en la espalda, de sobremesas con organigramas manchados de chimichurri. Parece que tuvo un lapsus y se olvidó de pedirle un cargo a su amigo Alberto Fernández (Slavoj Zizek diría que justamente por esto es su heredero histórico). Ojo, entiendo la necesidad pulsional de votarlo para sentir que le ganaste una a Milei. Hacelo, votalo. Rompé esa urna con tu rebeldía loca. Pero en mi humilde opinión solamente vas a legitimar el día de la marmota de los que gobiernan la ciudad desde hace 20 años. Quizás te sientas bien si gana. Pero si no gana… bueno, mejor no pensemos en eso.
Incluso Caruso Lombardi jugándose el pellejo en las canchas de la B Metropolitana y boxeándose en la calle, con su idea de la cárcel isla y un partido que es un desprendimiento marchito de LLA es mucho más serio y vital que el resto de los espantapájaros que quieren seguir con la calesita de las cajas y de las prebendas. Incluso Manuel Adorni, que fue un seis de copas hasta que dio el batacazo como alcahuete mediático del gobierno es mucho más digno. A Adorni no le importa la ciudad, pero al menos no lo disimula. Adorni no quiere estar ahí, no quiere ser candidato, odia que le saquen su cargo y su visibilidad para pudrirse en el infierno de la Legislatura. Pero va y pone la cara. ¿Lo votaría? Antes prefiero morir. Pero es más honesto que muchos de los otros.
Una convocatoria sincera
Bueno, si llegaste hasta acá imagino que estarás muy ansioso por sumarte a esta gesta. Y te preguntarás también quiénes somos. Voy a empezar por esto segundo, y la respuesta también es simple. No somos nada. Somos veintisiete valientes que se cansaron de las mentiras del Viejo Orden Jurásico.
El fracaso está garantizado y es nuestra condición, pero confiamos en la fuerza de nuestras ideas. Somos fracasados reales y somos idealistas reales porque somos porteños reales.
Si te querés sumar, te cuento que además de un proyecto de Constitución y muchas ideas tenemos una metodología de trabajo, que es lo más importante.
Nuestras reuniones no son doctrinarias ni teóricas, son metodológicas.
No discutimos “modelos de ciudad”, discutimos cosas concretas.
Somos una estructura modular pero jerárquica y piramidal.
Creemos en el trabajo, la responsabilidad y las soluciones.
Queremos ser miles y fundar un partido que nos dé una herramienta de transformación genuina.
Cualquier ayuda sirve.
Pero si te sumás vamos a requerir de un compromiso mínimo.
Para hacerlo escribinos a nuevoordencaba@gmail.com.
Vamos a invitarte a participar de una reunión metodológica e inmediatamente vas a asumir responsabilidades, que son más importantes que los derechos.
Sabemos que trabajar cansa porque trabajamos, como cualquier porteño real.
Pero hacer política con vocación de servicio también puede ser divertido.