Es contraintuitivo pero dólar barato es dólar caro. Todo en Argentina es caro en dólares con el dólar barato. Los que tenemos más de cincuenta años hemos visto, en la época de Joe Martínez de Hoz, a algún amigo de papá celebrar por haber vendido un departamento en Recoleta a un millón de dólares. Es decir, lo que hoy serían 5 millones de dólares. Hoy con 5 millones hasta te podés comprar la casa en Los Ángeles de Ellen DeGeneres. Con el dólar barato, en esos años meridianos de la dictadura, un departamento en Buenos Aires valía lo que hoy vale la casa de una estrella de Hollywood; o un Toyota Corolla -que en USA lo vendían al público a USD 5.800 -, en Argentina en 1981 te lo cobraban USD 24.400 que a plata de hoy serían 85 mil dólares. O sea, lo mismo que hoy te piden por un Audi Q5 cero km en la concesionaria.
Por supuesto que la historia no se repite. Pero rima. Y en los ‘90 la convertibilidad era un poema. Con un manto de neblina, los argentinos asumimos que, como un pase de ilusionismo, el menemismo había creado el argendolar. Un papel pintado made in Casa de la Moneda que valía y era igual a un dólar. Más que pensamiento mágico, pensamiento infantil.
Baudrillard decía que en nuestra época ya no es la simulación lo que oculta la verdad sino que es la verdad la que oculta que no hay verdad. En nuestro caso, eso fue el 1 a 1, y los que lo aman tienen nostalgia de algo que nunca estuvo ahí. Teníamos sueldos de mil quinientos dólares pero acá todo costaba el doble que en cualquier lado del mundo. Hasta las tiendas de USD 0.99 de USA en Argentina eran los Todo x 2 pesos. El doble. Una factura de teléfono fijo típica eran USD 70 por mes. Un robo. Y todo era así. Un Renault 21 Nevada Break costaba en los ‘90 la friolera de 41 mil dólares, que hoy serían 100 mil dólares. Por una fucking rural. El estacionamiento del Mitsubishi Bank en avenida Corrientes y San Martín te esquilmaban casi USD 5 la hora y era más costoso que en Mónaco.
Es que el 1 a 1 es una bestia mitológica. Un pegaso que vivió apenas dos años. De septiembre de 1991 a finales 1992 tuvimos inflación galopante en dólares y el periodo que va de 1993 a 1995 es la fase luminosa de la convertibilidad que idealiza la gente. Son apenas 2 años. Efecto Tequila mediante, a partir de 1996 empezó la etapa dark del menemismo, +15% desempleo. Hasta 1999. Lo que vino después terminó en 2001 con tragedia, 39 muertos, estado de sitio y helicóptero. La hipótesis, entonces, es que el dólar barato necesita sueldos altos porque el costo de vida se pone carísimo. Y ahí nos encontramos con el límite de hierro, la bête noire de la formación económico -social argentina: los dueños de las PyME.
En el 99% de los casos, el empresario PyME está en combate permanente con lo que considera dos demonios: el Estado y los sindicatos, a los que les gustaría prender fuego gritando Dracarys. Los MiPyME no quieren y jamás van a asumir que en el juego de la vida están más cerca de los trabajadores que emplean que de los empresarios prebendarios que admiran. Podrán crecer y arriesgar capital -y eso está perfecto- pero siempre van a estar más cerca de su gerente general que de la familia Born. En 99 de cada 100 casos no entienden por qué les va bien. Entonces rápido aparece la casa en Castores, la casa en Pinamar, los 4 viajes al año a Disney, los colegios de nombre inglés, el servicio doméstico, el obligatorio be-eme. El gran drama cultural es que, en lugar de asignarse sueldos y dividendos, todo ese estilo de vida se financia como gasto corriente de la empresa. Entonces cuando viene la mala tendrían ganas de gritar Dracarys pero no les da la nafta y vociferan: ¡Este país es una mierda! mientras echan empleados para que les quede lo suficiente para el Ski Week anual de Las Leñas.
Que derrota cultural que el empresario MiPyME se crea un Forbes 50 como Rocca, Macri, Blaquier o Urquia porque históricamente la PyME argentina es ineficiente con un sesgo cultural a considerar: el bolsillo de payaso del lifestyle de los dueños. La PyME en el 99% de los casos paga las clases de crossfit, el auto de la nena, el alquiler de la quinta grande con cancha de once en el tercer cordón, el viaje a Chile para comprar ropa pensando que H&M es lujo. Todo eso se paga no con las ganancias de la empresa sino con las tarjetas de crédito de la empresa. A los MiPyME -de quienes necesitamos que empleen casi el 75% de los trabajadores disponibles de la población económicamente activa- les va bien cazando en el zoológico gracias al mendigurismo conceptual y el cepo. ¿Entonces qué hacen? Se compran un departamento en Cariló, una lancha en Tigre, un Audi y una Raptor. ¿Invertir? Nah, éso los despeina, les arruga la ropa. Y a ese 75% de la PEA les pagan sueldos bajos ora a los empleados, ora a los managers.
¿Por qué pagan sueldos bajos? ¿Por qué no invierten en capitalizarse? Repito, para que quede claro: porque el flujo de la empresa lo necesitan para mantener el circo de su vida: las comidas de los miércoles en el Club House con los otros MiPyME que juegan paddle, la cuota del viaje de egresados a Brasil del hijo del medio, el abono de Starlink para mirar pelis yendo a la costa. Todo se paga con la chequera de la empresa. ¿Qué pasa si Argentina entra en recesión y se le caen las ventas y el flujo de caja? Se quejan, dicen que este es un país inviable y achican su negocio. No tienen fondo contracíclico para capear los malos momentos. No saben lo que es eso, no les interesa tener un fondo de emergencia. Prefieren imitar pobremente el lifestyle de los Blaquier y darse el gustito de compartir un vuelo privado de Flapper a Punta del Este en lugar de armar un fondo de reserva.
Este es, entonces, el gran drama cultural argentino: Nuestro gran empresariado prebendario y corrupto es un horror, y el empresariado PyME que le copia las taras es otro horror. Somos la tierra del empresario rico con empresa pobre. Y la culpa no la tiene el país. Argentina ofrece márgenes de ganancia exorbitantes, como no hay en ningún lado del mundo.
Epílogo, como se leía en los minutos finales de la serie Los Invasores, en blanco y negro, en Canal 13
Cuando Caputo le dice a la clase media y media baja empobrecida: “Ustedes aguanten, que en dos o tres años tenemos otro país” sabe a quien le habla. Toto sigue sentado arriba de la plata haciéndole un torniquete a los que los votaron intuyendo que pueden aguantar. El peronismo, ese significante vacío, dice que no, que la calle es un polvorín y otras exageraciones, pero eso es porque hace más de una década que abandonó el territorio y mira todo desde un Ipad en reuniones donde siempre pero siempre hablan del armado de listas para futuras elecciones y nada más. El peronismo fantasmático tiene un error de diagnóstico ahí.
Au contraire, Milei, tiene un diagnóstico claro. Les ha dicho en la cara a los empresarios: “Somos pocos y nos conocemos bien. Muchos han disfrutado del beneplácito que el conjunto de los argentinos les dio en subsidios, exenciones y aranceles a la competencia. Tuvieron décadas de cazar en el zoológico, amparados en el cuento de preparar su matriz productiva y modelo de negocio para poder competir en su propia ley. Muchachos, si no alcanzó con eso, ¿cuánto más se le puede exigir al conjunto de los argentinos que al final del día es el que paga con el sudor de su frente por esos privilegios?”
Quizás en ese momento el presidente tuvo la epifanía de estar confrontando con los verdaderos saboteadores de su modelo, el empresariado. Es que la gente aguanta, come raíces en su metro cuadrado mientras la actividad se recupera. Pero los formadores de precio y su fandom PyME siempre van a aprovechar esos momentos de crecimiento para mandar una lista de precios con aumento por si pasa. Y siempre pasa. Ya lo dijo Mauricio Macri siendo presidente en 2017: “Los empresarios si hay 2% de inflación, te enchufan 4% y por las dudas 8%”.
Si el plan del dólar barato fracasa, la culpa no será de los que compraron la ilusión del mañana y aguantaron el ajuste comiendo raíces, sino de los negreros que en Argentina se autoperciben empresarios solo porque no pagan los aportes patronales de sus empleados “porque son caros” y se los patinan en ropa tipo Gucci/Chanel con el logo gigante y repetido igual a la que compra Wanda Nara.