El comienzo de las primeras fechas de los campeonatos del ascenso en este 2025 vino de la mano de un calor asfixiante e insoportable, como los tiempos sociales que vienen corriendo desde ya tantos años. Este hedor me hizo recordar a los años de adolescencia cuando a mediados de enero esperábamos el fixture para ver el trajín que iba a tener que soportar tu club y tu gente en una delirante, genuina y estoica carrera de miles de peligrosos kilómetros para ver a tus colores en barrios y páramos rivales. En tiempos donde no era habitual que en la tribuna habiten camisetas originales, al verla en el verde césped en la primera fecha, se murmuraba entre amigos la cantidad exagerada de publicidades que llevaba la misma, manchando el manto sagrado de los colores del club. Hoy en día es casi irracional presenciar cotidianamente en algún furgón del tren o mismo en la tribuna a purretes con casacas diseñadas por terceros con los colores de su club impregnada gratuitamente de sponsors de enormes empresas multinacionales. Esta observación miope y estúpidamente costumbrista revela algunas consecuencias más serias: la actual falta REAL de identidad y pertenencia, y el fin de la REBELDIA en los tablones del fútbol argentino.
El poder, allá por el 2007, le puso el cascabel al gato prohibiendo la acción popular de concurrir de visitante a los estadios. El plan de erradicar la violencia en el fútbol fue un slogan que festejaron los que la miraban de afuera como también los que cortan el bacalao en la negociación millonaria del fútbol espectáculo. Un pedacito, más chico que otros pero pedazo al fin, se lo comió el que le llevaba los tirantes y los bombos. Los demás, empresas televisivas, fuerzas de seguridad, magnates foráneos, políticos de turno y propios futbolistas no se cansan de ganar mientras esa masa heterogénea y amorfa de millones de tribuneros fue perdiendo de a poco todo el acervo cultural e identitario que tan arraigado estaba en las barriadas porteñas y bonaerenses. Es así como las adhesiones políticas poco orgánicas y muy adolescentes que impregnaban los alambrados de las canchas (es el caso de retratos del Che Guevara, siglas como la “PV” o leyendas que rezaban cuestionamientos sociopolíticos) fueron reemplazadas por los Gauchito Gil; o el escudo del PJ, que se encuentra presente en todo trapo insignia de cualquier barrabrava actual del fútbol argentino. Proponiendo una analogía en el panorama político actual: las banderas del pueblo las tienen los mercaderes de turno y la masa colectiva es despojada de sus propios emblemas. Porque la tribuna se convirtió en una fosa común de la cultura popular donde el Poder Real carcomió la identidad barrial y tumbó a una rebeldía genuina y minimalista.
Actualmente a la tribuna se va por inercia, por el honesto amor por lo que alguna vez fue, porque los barrios más allá de la inminente gentrificación de los mismos todavía tienen ese aroma que te invita a parar en un almacén con tus colegas y brindar con unas buenas frescas. El deterioro de las identidades en el fútbol va de la mano con el saqueo cultural, y es un síntoma más de la colonización pedagógica. Enrique Cadícamo en su tango “Niebla del Riachuelo” de 1937 instala la postal de un micromundo muerto, como lo era el del puerto en aquel entonces. El fútbol y su culto callejero va por ese camino, y está a punto de obtener su certificado de defunción. La parca está a la vuelta de la esquina entre el narcomenudeo de los jefes de los para-avalanchas y las selfies de los otarios que piensan que la tribuna es un espectáculo más dentro del abanico de posibilidades de ocio que te propone los empresarios del entretenimiento. No en vano por estas épocas surge el debate de las SAD en el fútbol argentino. Sincerándonos que hace tiempo en muchos clubes se laburan bajo un gerenciamiento oculto en cuanto están manejados por empresarios de alta gama, banqueros y usureros (el ruin mundo Bragarnik), los clubes siguen siendo asociaciones civiles sin fines de lucro. Hoy en día sería difícil encuestar desde el club más pobre al más rico del fútbol criollo y que no salga favorable la decisión de privatizarlos. El fin de la idea de lo colectivo por sobre lo individual también caló fuerte en la tribuna, y nos llevó a esta lenta pérdida de identidad y pertenencia del hincha común. Cuando la calle no se la siente propia y un estilo de vida tradicional y de base comunitaria se convierte en un paseo palermitano o una turbia actividad gangsteril poco le interesa la vida cotidiana del club, tribuna e hinchas.
Mientras tanto hace tres miércoles una runfla funebrera, que no eran más que quinces tipos, fueron a apoyar a los jubilados que se vienen manifestando hace ya innumerables días pidiendo que no los maten de hambre. A un jubilado que siempre va empilchado con la casaca de Chacarita se lo vio reprimido por los azules y sus pares de tribuna decidieron convocarse en ese día de la semana a fin de poder solidarizarse con la causa de los jubilados y plantear una pelea menos desigual. “Hacete el guapo conmigo”, fue el espíritu del convite. El miércoles posterior, de alguna forma espontánea, miles de hinchas de diferentes clubes salieron a las calles del Congreso a combatirse con las fuerzas del orden.
¿Quedará todavía algo de aquel sujeto social rebelde, minimalista, callejero y autóctono?