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¿Cómo leer a Curtis Yarvin? Breve guía para neoliberales de izquierda

Diego Vecino
13 Feb. 2025
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En la película de 2006 Tenacious D Jack Black pelea contra la educación puritana represiva de su pueblo natal de Kickapoo, en Missouri, que pretende manipular su alma para convertirlo en un ciudadano dócil y temeroso de Dios y del Estado fundado por el comunista Abraham Lincoln. Para contrarrestarla, el joven escucha rock y heavy metal intentando incorporar las enseñanzas corrosivas que promueven sus letras sobre violaciones menores al código civil y la subversión del decoro público. Una noche, tras una muestra particularmente ofensiva de lenguaje sexual, su padre arranca todos los posters de bandas que cuelgan en las paredes de su habitación y lo manda a la cama sin helado. Un último póster queda intacto, sin embargo, detrás de la puerta: Ronnie James Dio, vocalista de Black Sabbath, lo mira sentado en un trono oscuro y marciano. A través de la imagen, que cobra vida como en una profecía musical, le indica que para realizar sus sueños de emancipación cultural debe abandonar a su familia y escapar hacia la tierra profana de Hollywood, en California.

Apenas llegado Jack Black entiende que Los Ángeles expresa una realidad terrorífica: es exactamente lo que Dio le prometió, es decir, un lugar en donde la vanidad y la arrogancia del rock se encuentran deificadas hasta el más intolerable simulacro publicitario. Muy rápido se da cuenta que la ciudad no es la isla de contracultura que imaginaba en sus fantasías infantiles -ese Edén de liberación que resiste la hegemonía opresiva del cristianismo evangélico- sino por el contrario la pura realización del espíritu de la Reforma, el epicentro mismo de la maquinaría mercantilista de la norteamérica hiperreal que había emergido de las entrañas revueltas de la década del ‘60. El camino que le había señalado el profeta del metal no llevaba hacia la liberación sino hacia la fetichización oscura de una nueva forma de sometimiento espiritual, más dulce y sofisticada: el liberalismo.

Esto se encuentra burdamente simbolizado en la película por el jefe final al que los héroes deben enfrentarse para resolver el conflicto de su fracaso laboral y su represión sexual: el mismísimo Señor de las Tinieblas, o sea, el Diablo o Belcebú, que no es otra cosa que una metáfora -apenas velada detrás de un millón de chistes pornográficos- de la elite intelectual, pederasta y vampírica del Partido Demócrata.

Al final de la película, Jack Black no logra la iluminación espiritual ni la fama ni la gloria. Es simplemente otro gordito más de baja testosterona en un departamento sobrepreciado en el extrarradio de Los Angeles, fumando marihuana, intentando componer una gran canción y leyendo a Philip K. Dick. El camino que le propuso Ronnie James Dio falló. O, mejor dicho, al fallar lo preparó marginalmente para identificar la verdadera puerta hacia la verdadera liberación, la redpill: un blog de teoría política ultra reaccionaria.

Frente al fracaso total del rock, que en estos párrafos de interpretación sobre la masterpiece conservadora de Jack Black, sería un sustituto simbólico para el New Deal Order y, en el caso argentino, para la doctrina política peronista y la vieja sociedad salarial, Curtis Yarvin funciona un poco como un Black Sabbath cyborg y pervertido diseñado para una época de verdadero estancamiento económico, desencantamiento político y decadencia cultural. El mensaje sería: ya probaste con el punk y te diste cuenta que era una maniobra publicitaria, ya probaste con la justicia social y te diste cuenta que era una estrategia para reprimirte sexualmente, ya probaste con la vuelta a la tradición y te diste cuenta que no había ningún lugar a donde volver. Ahora probá odiando a la democracia y a su consenso cultural decadente y pelotudo.

Las ideas de Yarvin tienen, en este sentido, ciertos efectos esotéricos -es decir, la capacidad de recuperar el aguijón que la filosofía política hace mucho tiempo perdió en el loop hueco de la hipernormativización académica, del vocabulario autista de las ciencias políticas y la opinión pública y del compliance a las reglas de decoro del departamento de People & Culture.

Pero también, no es solo que Yarvin sea un enérgico punkrocker de esta era sino que sus ideas son buenas. Buenas y subestimadas por sus perezosos exégetas a quienes, tanto en la izquierda como en la derecha, le queda demasiado cómodo ocultarlas detrás de la máscara translúcida del monarquismo de accionistas. Leer lo que escribe, por supuesto, implicaría un pequeño esfuerzo que no están dispuestos a hacer.

En la Argentina hemos visto intentos realmente penosos por glosarlo que oscilaban entre el tono infantilizador de los viejos sitios web de resúmenes escolares (Yarvin es fascista, Yarvin es neorreaccionario, Yarvin aboga por un tipo de gobierno en el que la democracia es abolida por un rey-CEO, etc etc) y lo que te devolvería un query básico a chatGPT. En todos los casos los análisis disponibles son condescendientes e insultantes. Como no somos mal pensados lo atribuimos al hecho de que sus escritos están disponibles solamente en inglés -una lengua menor pero al fin y al cabo imperial-, cosa que ha limitado la difusión de su obra en nuestra filial de la Roma Apostólica. Frente a esto queremos ofrecer una solución parcial.

Agradecemos a Curtis, entonces, por su trato y amable predisposición y por aprobarnos la traducción que aquí presentamos. También a Cecilia, su editora en Argentina, que es una genia.

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Lo que van a encontrar a continuación es un capítulo perteneciente a un libro publicado a lo largo de 11 entregas en su blog Grey Mirror entre el 11 de junio 2020 y el 28 de febrero de 2021. Más concretamente, el capítulo cuarto, llamado “Principios de cualquier régimen futuro” [Principles of any next regime]. No es uno de sus textos más citados pero allí se encuentran sugeridos algunos de los conceptos que a nuestro criterio constituyen el core de la filosofía política de Yarvin, además de algunas provocaciones que también forman parte de aquello que lo ha hecho famoso, respetado y amado. De forma fundamental, el texto expone el sentido en el que Yarvin concibe el declive de los regímenes democráticos y su transformación en las modernas oligarquías que gobiernan la mayoría de los países occidentales actualmente. Los ejemplos fundamentales sobre los que construye esta narración histórica son los de Inglaterra y Estados Unidos, aunque el lector podrá encontrar fácilmente algunas claves para pensar la situación del frágil y deificado simulacro que llamamos democracia argentina

Yarvin explica que en la consolidación de los modernos regímenes oligárquicos se produce por la confluencia de dos factores. Por un lado la perversión del poder de la multitud, el principio central de la soberanía del sistema en sus momentos genéticos: mientras que inicialmente el poder del pueblo en armas excedía al poder de las instituciones encargadas de representar y administrar ese poder de forma mediada -es decir, mientras que la turba ingobernable era capaz de funcionar como una amenaza creíble frente al gobierno del príncipe si este fallaba en realizar su trabajo correctamente bajo la forma de revueltas violentas- la democracia funcionaba como un sistema de gobierno sostenido sobre un principio de soberanía real (el que otorgaba el pueblo). Sin embargo, argumenta Yarvin, desde los inicios de la democracia moderna europea la relación comenzó a invertirse: mientras que los mecanismos de control capaces de ser desplegados por las instancias formales-institucionales del soberano empezaron a superar al poder “real” del pueblo (ejército, policía, policía secreta, recolección de impuestos, etc), la multitud pasó de ser una amenaza latente, una multitud indisciplinada y agresiva, a un revuelto de individuos apenas vinculados entre sí por una identidad colectiva vacilante y débil que scrollean pantallas de vidrio de forma narcisista buscando establecer microdiferencias insignificantes para sentirse únicos y especiales. 

En este punto Yarvin establece el divorcio, fundamental para entender nuestros regímenes políticos modernos, entre el poder formal (las figuras publicitarias que detentan las oficinas ejecutivas en nuestras repúblicas, a quienes un pueblo disminuido y paralítico delega un poder disminuido y paralítico) y el poder real (la casta de expertos, profesores, científicos, burócratas que realmente toma las decisiones y que se oculta a sí misma para borrar su responsabilidad frente a los resultados). Esta distinción, la forma en que históricamente se produce este divorcio y la necesidad de volver a reunificar ambas instancias resulta fundamental en la filosofía política de Yarvin. No es necesario citar a Pierre Bourdieu en este punto (“la esencia de cualquier relación de fuerza es disimularse a sí misma y así adquirir toda su fuerza”) para entender cómo esta concepción de poder se conecta más profundamente con la mejor tradición sociológica francesa de lo que sus detractores están dispuestos a admitir. 

Esto nos lleva, de hecho, hacia la Catedral. El otro factor fundamental es la deformación del principio teórico que fundamenta la soberanía en nuestras democracias occidentales modernas perversas: vox populi, vox dei, la voz del pueblo es la voz de Dios. Sin embargo, durante el siglo XX -explica Yarvin- los intelectuales y políticos del mundo se dieron cuenta que la voz del pueblo podría ser severamente manipulada por líderes perversos y carismáticos que distorsionaron su sentido sagrado. Con lo cual transformaron la regla un poco para decir que, en realidad, el pueblo está siempre en lo correcto -si es educado correctamente.

Esto hace a la regla perfecta: una tautología. Y, como dice Yarvin, la transformación del principio de soberanía democrática pone al pueblo no encima de todo sino debajo de aquellos que deben educarlo: los profesores. Y como “el pueblo está debajo de los profesores, el poder puede ahora empezar a trabajar directamente con ellos”. Este es el origen conceptual de la Catedral y el momento en el que, teóricamente y junto con el sacrificio sacramental de la turba violenta en la plaza pública y su transformación en domesticados consumidores civiles, las democracias se convierten en oligarquías. 

En la Argentina ambos momentos se parecen mucho al ciclo que se abre con la apertura democrática en 1983. Por un lado, gracias a la intervención del poder brutal de la dictadura, nos encontramos con un pueblo finalmente quebrado, atomizado y excluido de las instituciones tradicionales de movilización e identidad política, y por otro lado hacen su aparición los grupos intelectuales orgánicos del sistema oligárquico (desde el Grupo Esmeralda hasta la hegemonía de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA) diseñando el sistema de gobernanza argentino a imagen y semejanza de los modelos de democracia neoliberal naciente en la Europa unificada y en el Estados Unidos post New Deal. Este modelo es el que entró en crisis en 2001, de nuevo en 2008 y de forma terminal y definitiva en 2023, en parte porque no ha traído nada excepto estancamiento económico y decadencia cultural al país y en parte por sus propias contradicciones internas: el creciente aislamiento e irrelevancia de nuestra casta de intelectuales, más preocupada por vincularse a los circuitos de prestigio académico y recursos financieros globales que por establecer su dominancia política local y vincularse con el aparato productivo, la creciente insostenibilidad económica del sistema universitario “gratuito” en un escenario de alto déficit fiscal e inflación, el desprestigio de ese mismo sistema universitario por su utilización para sostener plantas militantes en la UBA, etc. Por suerte, Javier Milei, quien es el emergente por excelencia de esta crisis, está llamado a asegurar su resolución satisfactoria.

Los profesores que constituyen la Catedral, por supuesto, no son literalmente profesores sino toda la casta de formadores de opinión, cuyos roles están históricamente determinados. En nuestra época contemporánea, y para su sociedad, Yarvin los identifica en Harvard, Yale, el New York Times, etc., pero son susceptibles de ir mutando. En definitiva, son los expertos que tienen como objetivo educar la voz del pueblo -educar la voz de Dios. En este contexto, la perversión del principio de soberanía tiene dos efectos. Primero, el poder real tiende a alojarse por proximidad sobre esta casta de intelectuales y formadores de opinión y, por lo tanto, la lucha por el poder empieza a parecerse a una lucha por ocupar posiciones o una lucha por trabajos: en los ministerios, en universidades, en centros de formación, en ONGs, en observatorios, en fin, en cualquier institución que posea autoridad de enunciación legítima sobre alguna área del conocimiento. Por otro lado, teniendo en cuenta que el poder de la multitud se encuentra enfermo y debilitado -ya que no hay más multitud sino dispersión de individuos- y que ese poder se traslada enfermo y debilitado a los representantes a través de un acto electoral viciado, las elecciones se transforman no ya en una decisión real sobre quién va a gobernar el país sino más bien en una especie de termómetro que la casta de profesores se fija a sí misma para testear cuán bien o mal educado está el pueblo -cuán bien o mal están haciendo su trabajo. De forma tal, si gana Sergio Massa significa que todavía estamos en un país ilustrado, sensible, refinado y justo; y si, en cambio, gana Javier Milei significa que han hecho mal su trabajo y que el pueblo ha descendido hacia la ignorancia, la barbarie, la decadencia civilizatoria y la estupidez.

El concepto de Catedral permite también explicar por qué en determinados momentos el sistema logra adquirir un alto grado de coordinación ideológica y consenso entre agentes diferentes e incluso opuestos en torno a determinados temas clave a pesar de no poseer un mecanismo coercitivo y verticalista de organización de la realidad (es decir, un Ministerio de la Verdad). Al reemplazar la raison d’etat (propia de las monarquías) por el marketplace de las ideas (propia de las democracias liberales modernas), lo que resulta triunfador una y otra vez no son las mejores ideas, las más eficientes, las más sensatas, las de mayor impacto, sino al contrario, las que permiten satisfacer el impulso hedonista de la mayor cantidad de ciudadanos bien pensantes de la manera más cost-effective posible -es decir, con mínimo esfuerzo real. El ejemplo recurrente de Yarvin es el de la primavera árabe que movilizó, bajo la falsa fantasía altruista, la energía e imaginación de las clases medias politizadas globales que en algún momento creyeron que realmente era posible derrocar sin consecuencias ni mayor comprensión de geopolítica a perversos dictadores abstractos mientras bebían chardonnay en sus casas. En nuestro país el equivalente que podría establecerse de esta fantasía de almas bellas es tan nocivo como perverso. O acaso, ¿no es la celebración del déficit fiscal infinito para sostener políticas productivas estériles un impulso hedonista y autodestructivo? ¿No es disfrazar el empobrecimiento del país de “justicia social” una voluptuosa y sensual aceleración narcisista? ¿Cómo nos convencieron a todos de que esto era lo bueno, lo justo, lo correcto?

En este evidente escenario, una de las principales representantes de la casta de intelectuales mainstream del régimen neoliberal en retirada sugirió con sorna en su celebrada columna sobre Yarvin que la pauperización material de la planta docente universitaria invalidaba la aplicabilidad del concepto de Catedral a la Argentina, algo que, tras leer estas líneas, corresponderá juzgar al lector. Aunque, en su defensa, es necesario ser justos y recordar que lo dijo antes de que todos supiésemos la gran cantidad de dinero que el Departamento de Estado norteamericano bajaba para sostener canales de streams, revistas y ONGs destinados a legitimar y galvanizar la agenda feminista, de género, ecologista, indigenista, afro, etc. Es decir, a promover la “coordinación espontánea” de estas convicciones minoritarias, ajenas y corrosivas que ella defendía aparentemente ars gratia artis, es decir, sin morder de ese generoso presupuesto internacional. Una lástima.

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En este texto que presentamos Curtis Yarvin contrasta tres principios de gobierno posibles para la modernidad: el principio democrático, el principio utilitarista y un tercero, propuesto por él, organizado alrededor del sentido de la salud pública. No resulta difícil prever que los primeros dos son presentados como perversiones y, en tanto estrategias de organizar el orden político, confluyen para consolidar el sentido distorsionado de nuestras sociedades contemporáneas: el principio democrático deviene oligárquico mientras que el principio utilitarista reorganiza el objetivo de la existencia humana en torno del hiperconsumismo hedonista. 

En este punto -y después de entretener la idea de una cárcel de cápsulas de realidad virtual para encerrar a la población pobre del mundo como un ¿ejercicio puramente teórico?– Yarvin hace un alegato en contra de la deshumanización distópica a la que nos somete el avance tecnológico de la modernidad y en favor de la reintroducción de ciertas instituciones y prácticas premodernas con el objetivo de recuperar el sentido sacramental de la vida humana. A esto le llama “dificultad artificial”. La experiencia argentina por supuesto desmiente categóricamente que la introducción de regulaciones burocráticas catastróficas y condiciones de vida artificialmente complicadas produzca un reencuentro trascendental con la condición humana guerrera primordial. Más bien, por el contrario, espiraliza el loop neurótico de la población hasta el punto de la autodestrucción. Y en todo caso, ¿no es la dificultad artificial lo que Samuel T. Francis llamaba anarco-tiranía, los dos, según Yarvin, enemigos mortales y directos del orden y de la libertad?

Sin embargo, la defensa de Yarvin en contra de la comodidad de la vida moderna complejiza la narración burda que se ha hecho de él en algunos melancólicos medios de la izquierda caviar de baja testosterona, en el cual se lo ha calificado de “aceleracionista” o se lo ha asociado a los intereses de los oligarcas tecnológicos de Silicon Valley como si sus ideas fuesen absolutamente coincidentes y equivalentes -algo evidentemente falso. En realidad, su ascendencia intelectual sobre algunas figuras relevantes del USG expresa, antes que convergencias claras e incontrovertibles, las contradicciones y potenciales fracturas al interior de la coalición de gobierno.

¿Es Yarvin realmente un aceleracionista? Su célebre texto Patchwork. A Political System for the 21st Century, de donde sale su provocativa idea de una “dictadura de reyes-CEO” en pequeñas monarquías fragmentadas de accionistas, parecería sugerirnos que sí. Y una escucha superficial de algunas de sus entrevistas llevó a muchos comentaristas a afirmar que sí. Mi posición general es, sin embargo, que no: Yarvin es un luchador contra el poder deshumanizante y crepuscular de la modernidad, y por lo tanto escribe todo el tiempo en contra de la máquina. Este texto que traducimos es una prueba de ello. Pero su esfuerzo por recuperar el impulso trascendental de la humanidad no se nos aparece con los mismos tonos llorones y melancólicos con que los “nacional-populistas” o los cogidos izquierdistas europeos reclaman la vuelta al orden global que fundaron los acuerdos de Bretton Woods. Hay otra vitalidad, otro humor, otro perfume. Aunque su idea de retornar a los gremios medievales y a su sistema de asignación de mérito sea estéril e imposible, Yarvin ha visto internet y ya no puede ignorarla. Sabe que la historia solo avanza hacia el futuro.

Este es el Yarvin acaso nietzscheano que aparece entre las grietas del más fácilmente reconocible Yarvin carlyleano. Ambos confluyen, sin embargo, en la noción, repetida a lo largo de varios de sus ensayos, de que “el gobierno no puede funcionar a vapor”. Es decir, el gobierno no puede funcionar con planillas de excel ni sus decisiones pueden ser extirpadas de responsabilidad a través de KPIs, ni la frontera última de la gobernanza humana puede ser reducida a las “cuentas públicas” -tal es la pretensión de los profesores o, en la jerga vernácula, del “gobierno de científicos”. En cambio, sus intervenciones deben estar impulsadas por el juicio carismático de un gran líder capaz de exhibir gran sabiduría o gran locura, dispuesto a asumir en sus hombros el peso de la responsabilidad de gobierno y a señalar un camino de futuro sin compromisos. Es decir, las características humanas esenciales de la soberanía de mando. De nuevo, aquí olfateamos la bancarrota de los estados democráticos neoliberales en occidente post década del ‘80, especialmente dolorosa y patética en el caso de aquel que impulsó y lideró el consenso progre-peronista en la Argentina de 1983-2023.

También es aquí donde el monarquismo de Yarvin aparece como una consecuencia de su libertarianismo y no en contradicción con él, en la medida en que la tiranía es una forma del caos tanto como la anarquía, mientras que la libertad es la verdadera forma del orden. De hecho, la relación entre orden y libertad va a ser un tema recurrente en varios de sus textos más relevantes y, en todos los casos, la resolución será siempre no en favor del orden -como podría solicitar el derechista normie enclosetado promedio- sino en favor de ambos. Porque por definición, orden es libertad. Por lo tanto -y quizás paradójicamente- la libertad no es formulada en Yarvin como una especie de criterio posmoderno de autodiseño físico y espiritual capaz de emanciparnos de la autoridad a cambio de destruir nuestros vínculos sociales y nuestro sentido trascendente, a la manera del siglo XXI, sino por el contrario, como una Ley del Padre, que aunque nuestro autor se empeñe en calificar como severa pero justa nosotros inutimos -porque hemos leido a Lacan- caprichosa, vengativa y burlona, algo que aceptamos de buena gana.

El roadmap yarviniano para el objetivo misesiano de la sociedad libertaria (el orden espontáneo) sería, entonces: paz externa, seguridad interna, imperio de la ley y libertad. Este ciclo ascendente de obligaciones represivas se erige sobre la base de que el respeto dogmático de los derechos naturales prepolíticos por fuera del contexto que los produce y los promueve nos arrastra lentamente no hacia el objetivo de la armonía (la libertad) sino, por el contrario, hacia el caos, la derrota, y la destrucción. Dentro de este marco teórico -la profanación de Rothbard a través del “orden” y el “estatismo” carlyleano- es que Yarvin nos permite leer también las tan solo aparentes contradicciones que otorgan sentido histórico al experimento Milei. ¿No es esto conmovedor?

Por cierto que esto marca el optimismo de nuestro autor cuando escribe versus su pesimismo cuando en general habla. En esta última encarnación (es decir, cuando es entrevistado) parecería emerger siempre el Yarvin del nothing ever happens -no importa cómo gire el ciclo político ni quien gane las elecciones, etc etc. todo siempre parece girar en falso. En cambio, cuando escribe, su discurso se vuelve luminoso y esperanzador. Incluso cuando -como le reprochan sus críticos- los ejemplos históricos que elige para fundar sus propuestas resultan arbitrarios, justamente deben serlo porque, mientras que la historia nos devuelve en loop hacia la decadencia de la oligarquía enquistada y velada, Yarvin nos quiere mostrar un pipeline de innovación política radical posible hacia la tecno-monarquía trascendente y gloriosa. ¿Es esto realmente un pecado? La tradición católica lo absolvería inmediatamente -y esa es la grandeza de la iglesia Romana en contra de las denominaciones reformadas y de la misma academia, que retoma los vicios más cenicientos del protestantismo, que lo apedrearían inmediatamente por “faltar a la verdad histórica precisa” (zzz). También, aquí es donde Yarvin encuentra su rasgo distintivo como verdadero intelectual y autor, y no como comentarista, influencer, columnista de radio o -peor- político: para entenderlo es necesario leerlo y no solamente escucharlo.

Pero, en fin, ¿para qué extenderme más? Por narcisismo patológico, quizás. Pero Curtis Yarvin nos espera. ///// DB

#4: principios de cualquier régimen próximo

Tratemos de entender el sentido del gobierno desde el principio

por Curtis Yarvin

Traducción: Diego Vecino

En 2020 todos somos nihilistas. Lo que sea que este enigmático régimen que heredamos del siglo XX signifique, casi ninguno de nosotros cree en él. 

Si todavía existe involucramiento auténtico dentro del sistema político norteamericano, es puramente negativo. Si todavía “apoyamos” a cualquiera de los órganos del sistema -a sus alas, tentáculos, departamentos, corporaciones o dignatarios- es únicamente para “resistir” a alguna otra oficina, figura, principio o movimiento opuesto, al cual encontramos todavía más atroz.

Es una exageración decir que todo el Show es falso. Pero: todo el Show es falso. Entonces si nosotros, nihilistas, ni siquiera pensamos en el Show -muchísimo menos participamos en él- y no soñamos su Sueño, ¿en qué estamos pensando realmente? 

Nihilismo, desinterés y absolutismo

El contenido fundamental del nihilismo del siglo XXI, al igual que muchas filosofías esotéricas manufacturadas cínicamente para seducir a los jóvenes, es un par pervertido de yin y yan: el desinterés y el absolutismo. Estos conceptos no se superponen pero encajan. En los capítulos previos escribimos mucho sobre el desinterés. En este capítulo vamos a empezar por el absolutismo.

El desinterés, el yin del nihilismo, significa desvincularse, desprenderse, retirarse o renunciar a toda forma de poder, o a toda ambición de poder, influencia o relevancia. Los rusos le llaman a esto “exilio interno”.

El desinterés es sorprendentemente difícil de alcanzar, especialmente si el poder no puede resistir el placer de perseguirte. Lo que puede salvarte, sin embargo, es que el poder siempre tiene enemigos, y los va a perseguir a ellos primero. Vos no sos un enemigo del poder. En tu caso, aprecias y respetas al poder, pero nada más.

Tu magia es la magia de los débiles, no la de los fuertes. No sos el lobo ni el oso, sino el búho y el zorro. Mejor saber que ver, mejor ver que ser visto, mejor ser visto que ser notado, mejor ser notado que ser temido, mejor ser temido que ser odiado, mejor ser odiado que ser golpeado, mejor ser golpeado que ser asesinado, mejor ser asesinado a que asesinen a tu familia. El zorro no tiene ilusiones y está siempre, en principio, escapando.

El desinteresado nihilista es un expatriado virtual: un invitado en su propia patria. Si estuviera en Tailandia, respetaría al rey de Tailandia. Como está en América, respeta a los poderes americanos (y que resulta que son los que están en todos lados del mundo). Respeta las leyes formales y las leyes reales porque cualquiera de las dos -o ambas a la vez- pueden ser desplegadas contra él. Si los perros del poder son lanzados en su contra nunca va a pelear, va a correr.

El absolutismo, por otro lado, es el yan del nihilismo, y significa pensar ex nihilo: desde el principio, desde el primer principio, sin relación a ningún pasado específico ni a ninguna realidad presente. A los nihilistas nos preocupa la realidad. Nos preocupa tanto, de hecho, que no aceptamos substitutos. El motto de la Royal Society, pensado durante tiempos mejores, es nullius in verbum. Es decir, no tomamos por cierta la palabra de nadie -eso es lo que significa realmente “creer en nada”.

El Sistema ha entendido muchas cosas bien. Existen muchos campos del conocimiento -por ejemplo, la matemática- en donde el Sistema podría ser asintomáticamente perfecto. Estos son los campos donde, en general, la academia soviética tendió a estar siempre equivocada -siempre en los campos de la ciencia “dura”.

Pero, al igual que no aceptamos la ciencia soviética, no podemos simplemente aceptar cualquier conocimiento de parte del Sistema sin algún tipo de justificación, limitada o exhaustiva, de su validez. No importa cuan prestigioso sea. De la misma manera que algunas áreas del conocimiento soviético no fueron mancilladas por el poder, otras fueron absolutamente corrompidas. De hecho, casi no quedan rastros de la psicología soviética, de la ciencia política soviética, de la historiografía soviética…

Una justificación general sería algo así como: la física soviética es válida. Una justificación más limitada sería: este paper de física soviético es válido. Ambos argumentos necesitan una justificación. La física soviética no puede ser aceptada in verbum -tan solo por el prestigio intrínseco de la URSS o por el prestigio de la física- de la misma manera en que un paper de física soviético no puede ser aceptado simplemente porque apareció en una prestigiosa revista soviética de física.

La tradición académica consiste en pararse en los hombros de los gigantes que nos precedieron. Sin embargo, los académicos no piensan demasiado acerca de estos gigantes; simplemente dan por sentado lo que estos precursores desarrollaron y listo, como si ese conocimiento siempre hubiese existido. No son  dioses, claro. Han cometido errores. Pero esos errores son accidentales, ruido aleatorio. Es nuestra tarea, parados sobre sus hombres, corregirlos.

La situación del académico cambia una vez que se da cuenta que mientras ciertamente hay un montón de gigantes en la multitud que está surfeando, hay también algún que otro ogro. Los errores de los ogros no son pequeños accidentes sino que son pecados mortales. Incluso constituyen crímenes de varios grados. Auden conocía a este tipo de forajido:

Agosto de 1968

El ogro hace lo que los ogros pueden

Hazañas imposibles para el hombre.

Pero un premio está más allá de su alcance:

El ogro no puede dominar el habla.

Sobre una llanura subyugada,

Entre los desesperados y los muertos,

El ogro se pasea con las manos en las caderas

Mientras la baba le brota de los labios

Todo académico verdadero recuerda bien la primera vez que se paró en los hombros de un ogro. El momento en el que el pie le picó de forma salvaje y las ganas de volver a estar parado al nivel del piso. Aquellos que lograron escapar a la reacción alérgica están bendecidos. Los verdaderos luchadores son aquellos capaces de aventurarse en las aguas envenenadas de La Catedral y llegar lejos -incluso, si tienen suerte, crecer para convertirse en ogros ellos mismos. Con el tiempo, todo el barco se va llenando de ogros.

Ahora, el absolutista, de vuelta en el piso, tiene un grave problema. De verdad tenemos que empezar ex nihilo. Mientras que existen gigantes en cuyos hombros realmente podemos pararnos, los nihilistas no tenemos hombros donde subirnos. No, al menos, sin un exhaustivo examen de ADN intelectual.

Esto le deja a los intelectuales nihilistas muchísimo más trabajo que a sus pares más ortodoxos, especialmente en las ciencias “blandas”. ¿Es esto realmente un problema? ¿Acaso el mundo occidental no está teniendo vergonzosas dificultades para encontrarle ocupación a las grandes masas de sobreescolarizados oficinistas que produce sin parar? Cuanto más trabajo académico encontremos que es corrupto y debamos excluir, más trabajo podemos darnos a nosotros mismos. Y en la medida en que campos enteros del conocimiento deban ser descartados, las oportunidades se vuelven enormes.

La historia del siglo XX, por ejemplo, es prácticamente tierra baldío de principio a fin. Más allá de algunos hechos y algunas figuras, nadie sabe nada acerca de lo que pasó ahí. Es un período fascinante que casi no ha sido estudiado, excepto por supuesto por sus propios escritores -esencialmente todos los que participaron de alguno de los bandos en disputa.

Imaginá que estás leyendo acerca del Tercer Reich, la Unión Soviética, incluso el Imperio Romano sólo a través de sus propios intelectuales autorizados. “¡Pero nuestro régimen es diferente!”. Perdón loco, seguro tenés razón. Las fuentes primarias, voluminosas durante este siglo, son tan interesantes como siempre. Sin embargo, no existe casi historia.

Pero, en fin, me desvié de mi tema. Este no es un artículo historiográfico. Al final de este capítulo el objetivo es hacer un primer acercamiento a otra área, la política pública absoluta, la cual no es un terreno baldío sino un valle fecundo e inexplorado que con suerte vas a disfrutar dado que vamos a pasar todo el resto el libro acá. Vamos también a pasar el resto de este capítulo adentrándonos en este valle. Va a ser un poco más corto que el anterior.

Alcanzando el punto de partida

Al rechazar precedentes, ceremonias y tradiciones, los absolutistas pueden diseñar el futuro desde los primeros principios. Pero empezar desde cero es solo la mitad del viaje. La otra mitad es alcanzar el cero -desde nuestros principios. Quizás no sean los mejores, pero van a ser nuestros.

Una manera de venderle el absolutismo a los americanos -algo que es casi tan difícil como vender sandwiches de panceta a ISIS- es derivar nuestra siguiente doctrina política no desde principios racionales, como si fuésemos autistas, sino de algún mito estadounidense sagrado, algo que todos adoremos.

Empecemos por esta famosa línea de Lincoln: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. ¿Quién no ama a Lincoln? Nadie que importe. ¿Quién puede no estar de acuerdo con que esta frase describe el gobierno perfecto? Probablemente nadie en el mundo. Pero vamos a tirar un poco del hilo de esta frase hermosa de Lincoln, a ver hasta dónde nos lleva.

Primero: ¿Me puede explicar alguien la diferencia entre “por el pueblo” [of the people] y “para el pueblo” [by the people]? Supongo que Lincoln pensó que tres cosas eran más poéticas que solo dos, lo cual es cierto. Excepto que “por” [of] signifique “por encima” [over] -aunque esto está implícito en la definición de “gobierno”. En cualquier caso, resumamoslo en “gobierno del pueblo, para el pueblo”.

“Del pueblo” y “para el pueblo” definitivamente son cosas distintas, pero son atributos lógicos binarios no mutuamente implicados -como decir “agua fría” y “agua dulce”.

Al menos para beber, el agua fría y dulce es lo mejor que podés tener. El agua hirviendo y salada, por el contrario, sería lo peor. Pero si tenemos dos pares de atributos lógicos binarios ortogonales nos tocan cuatro opciones.

Por ejemplo, supongamos que flotamos en una pequeña balsa en el medio del océano Pacífico y no tenemos nada con qué remar. Y supongamos que podemos beber agua en cualquier momento que queramos, pero solo tenemos dos opciones: agua fría y salada, o agua hirviendo y dulce.

¿Es posible que alguno de estos dos líquidos inferiores -ninguno de los dos alcanza el estatus ideal de ser frío y dulce- pueda, sin embargo, calmar nuestra sed? Si pudiésemos beber agua fría y salada podríamos beber directamente del océano. Si pudiésemos beber agua hirviendo y dulce…

…podríamos, de hecho, beber de ese barril negro que está detrás de nuestro mastil. ¡Nos estábamos preguntando qué tenía ese barril adentro! Estamos perdidos en el medio del Pacífico y nuestra única fuente de agua dulce se está calentando bajo el rayo del sol, caliente como el té caliente y casi intomable. O eso es lo que pensábamos.

Nuestro reciente descubrimiento es entonces que, aunque el agua fría y dulce es lo ideal, el agua hirviendo y dulce puede funcionar perfectamente y es -aunque mucho menos agradable- muchísimo mejor que tomar el agua fría y salada del océano. Desde una perspectiva histórica este descubrimiento servirá como metáfora para lo que tenemos que decir a continuación. 

Como Lincoln, queremos un gobierno por el pueblo y para el pueblo. Pero imaginate que no podemos tener los dos. Imaginate que el gobierno por el pueblo no puede de hecho ser al mismo tiempo un gobierno para el pueblo. Imaginate que tenemos que elegir uno de los dos. ¿Qué es lo que importa más? ¿Qué nuestra agua sea dulce o que nuestra agua esté fría? Creo que sé lo que Lincoln hubiese respondido en este caso.

¿Es esta una decisión difícil? Reduzcámosla ad absurdum. Elijan ustedes entre estas dos sociedades posibles: o paz y armonía bajo el dominio asfixiante de una inteligencia artificial extraterrestre y autista que sólo proporciona al pueblo las más justas leyes y promueve su cumplimiento de una forma eficiente e imparcial, o una sociedad de caos y anarquía en el que somos vejados, golpeados, violados y humillados por nuestros primos retrasados que incluso desde niños sabíamos que no estaban del todo bien de la cabeza.

El agua dulce es necesaria. El agua dulce y fría es un lujo. El gobierno para el pueblo es una necesidad. El gobierno del pueblo es un lujo. No siempre estamos obligados a elegir entre necesidad y lujo. Pero a veces lo estamos -y cuando lo estamos, necesitamos una manera de entender la diferencia entre uno y otro.

La regla de Pope

Esta idea de que el gobierno es antes que nada y principalmente para el pueblo es históricamente normal. Pero como somos todos americanos para entender cuán normal era necesitamos mirar la historia mucho tiempo hacia atrás. 

Quizás la mejor expresión literaria de esto es lo que podríamos llamar “la regla de Pope”:

For forms of government let fools contest; [Por las formas de gobierno dejen que los tontos compitan]

Whatever governs best is best [El que sea que gobierne mejor es lo mejor]

Even if it’s an alien AI autist [Incluso si es una inteligencia artificial extraterrestre autista]

Esto es lo que más o menos escribió hace 250 años Alexander Pope -una especie de virgo de la época- en una de sus coplas, que tengo acá conmigo.

Si no podés aceptar la regla de Pope significa que tu visión del gobierno y del poder no es instrumental sino mística. Crees que ciertos seres humanos tienen derecho a gobernar y que ese derecho es inherente a ellos, más allá del bien o del mal que hagan con ese poder. Crees que incluso una pequeña porción de daño es un precio que vale la pena pagar en tanto el poder político es esencial a ciertas almas humanas.

Esta es la típica forma de concebir el poder de las castas aristocráticas. Si pensás así entonces lo que querés es pertenecer a la aristocracia. Esto está perfecto. Es muy bueno ser -o convertirte- en un aristócrata. Pero este deseo, como todos los deseos, puede pervertir tu lógica elemental. Y la lógica pervertida es un juguete un poco peligroso para pensar.

La creencia en el derecho de cuna como justificación del poder político cae dentro del “debería” de Hume antes que en su realidad. Es un juicio ético o estético. Hamlet, el príncipe de Dinamarca, también sintió que tenía un derecho hereditario al poder político, y que ese poder era esencial a su alma humana.

Pero que Dios ayude a la nación que se convierta en una nación de Hamlets. Querido lector, te insto a cuestionar críticamente este deseo aristocrático. Si te resulta muy difícil, sin embargo, es probable que no le saques mucho provecho a lo que queda de lo que tengo que decir.

Para el resto de los lectores, y para lo que queda del libro: el buen gobierno es el gobierno para el pueblo. Como nihilistas nos sentimos cómodos negando que nadie, ni el príncipe de Dinamarca ni un ciudadano común en Daguestán, nace con ningún derecho moral al poder. La única pregunta legítima que debemos hacernos entonces, tanto en Dinamarca como en Daguestán, es: qué es lo mejor para Dinamarca o para Daguestán.

Tres caminos en el bosque

Hablar latin está de moda de nuevo. Así que acá hay tres propósitos para el gobierno como mantras en latín: (a) vox populi, vox dei; (b) salus populi, suprema lex; y (c) luxus populi, suprema lex (nunca nadie dijo la opción C pero el latin es correcto -creo).

Cada una de estas fórmulas puede ser vendida fácilmente como una variación del “para el pueblo” lincolniano. La opción A es, de hecho, “por el pueblo”, pero todo bien, lo pusimos para refutarlo en cada máscara bajo la cual se nos presentara.

Casi todo el mundo jura que cree en la opción A. Casi toda la política pública moderna se funda en dar por sentada la opción C. La opción correcta es, sin embargo, la B. Casi nadie cree en la opción B.

B es además la respuesta normal históricamente así que cuanto más te alejes del momento actual más la vas a encontrar. B es incluso el lema del estado de Missouri. Si Missouri la tomase seriamente sería un lugar muy diferente.

B no debería ser para nada sorpresiva o provocativa. Y sin embargo, si la tomamos en serio, lo es. B es, entonces, el camino inusual y misterioso que vamos a tomar. Pero primero, démosle una chance a A y a C.

Vox populi, vox dei

Vox populi, vox dei es la definición de soberanía popular: “la voz del pueblo es la voz de Dios”.

Como Dios siempre tiene razón, el pueblo siempre tiene razón. Como el pueblo siempre quiere lo que es correcto, el pueblo siempre debe tener lo que el pueblo desea.

Ninguna doctrina fue más explotada por el siglo XX que esta idea de que lo que sea que el pueblo (o una mayoría numérica de los adultos) desea o prefiere debe ser lo mejor y lo más correcto tanto para ellos como para toda la sociedad.

Para hacia la mitad del siglo, sin embargo, los intelectuales del mundo parecieron estar de acuerdo en que una población civilizada y educada podría ser confundida de forma muy peligrosa y persuadida de desear cosas que eran en realidad negativas para ellos y para otros. Hasta donde yo sé, esta noción no fue revisada desde entonces.

Cualquiera que no es un nazi puede estar de acuerdo con que la existencia de Hitler prueba este punto. Cualquiera que sí es nazi podría mencionar a FDR, a Churchill o a Stalin. Quizás los historiadores del futuro terminen señalando a los cuatro, pero difícilmente no estén de acuerdo con este argumento.

Así que el Sistema Moderno, en la segunda mitad del siglo XX, corrigió su principio fundamental a lo siguiente: el pueblo está siempre en lo correcto solo si está educado correctamente. Obviamente esta regla es inconsistente con el principio de vox populi, vox dei. ¿Quién podría ser capaz de “educar” a Dios?

El principio corregido es infalible porque es una tautología. Lo mejor de todo es que incluso permite adaptar al Sistema para prescindir del pueblo. Como el pueblo es consecuencia del sistema educativo, el poder puede trabajar directamente con los profesores. Esto ayuda mucho a mantener a los inadaptados sociales fuera del edificio. Describe también la manera en que nuestra antigua república se transformó inevitablemente en una oligarquía moderna.

“Un poder inmenso y tutelado”

Durante el siglo XX aprendimos a asumir que el pueblo cree en cualquier cosa que le enseñan. Un profesor es una fuente confiable. De hecho, cualquiera con una licencia puede hacer afirmaciones y todos van a creerle. Un profesor es un profesor. Un académico es un profesor. Un periodista es un profesor. Y aún mejor, las autoridades del gobierno pueden ser profesores.

Y quienes controlan estas posiciones controlan la opinión pública. En última instancia, toda la política se trata sobre una de dos cosas: la guerra o controlar posiciones. Si la opinión pública puede ser manipulada controlando posiciones, el vox populi tiene un solo cuello que cualquier poder puede apretar.

Si todos los profesores deben obtener su matrícula del Ministerio de la Ilustración del Dr. Goebbels, la opinión pública va a ser una opinión nazi. Si todos los profesores deben ser católicos, la Virgen María probablemente va a ganar todas las encuestas de opinión. 

Controlar posiciones -filtrar quién puede acceder a estos trabajos, típicamente estableciendo algún criterio de uniformidad religiosa, cultural, ideológica o racial- no es solamente una manera de intervenir sobre el sistema. Es más bien un campo entero de intervención -una de las bellas artes. Es, de hecho, el gran campo de la política (no violenta).

La política es universalmente humana. No tiene que estar centralizada o dirigida para existir. Es decir, solo porque no tenés un Ministerio de la Verdad para matricular periodistas no significa que el poder no vaya a encontrar una manera gentil de escurrirse y rodear con sus manos el cuello de tu flujo de verdad.

Apretar cuellos es lo que el poder hace. Eso y otra cosa, algo peor: rompe esos cuellos. El poder sabe cómo cuidar de sus amigos y de sus enemigos. El poder es cinturón negro de artes marciales, pero sus zanahorias son jugosas y ganan medallas doradas en las ferias estatales. Eso significa que el poder no necesita lastimar a nadie directamente. Ha hecho suficientes amigos como para gestionar a sus enemigos.

A cierto nivel el Sistema incluso es capaz de admitir esto abiertamente. Lo ha hecho muchas veces. Y puede hacerlo gracias a su nueva versión de vox populi producida en el siglo XX: el pueblo está siempre en lo correcto solo si está educado correctamente. De forma un poco incómoda incluso es probable que vos estés de acuerdo también con esta fórmula del poder. Porque tu verdadera fe no está depositada ni siquiera en un poder específico sino en el poder en sí. Tus principios son superficiales e hipócritas. 

En realidad, existen dos grandes temperamentos políticos y no tienen nada que ver con políticas públicas -solo con la obediencia. Como progresista seguramente tengas dentro tuyo la certeza de que en la Alemania Nazi hubieses sido nazi -de la misma manera en que yo hubiese sido un liberal. Como escribió Cavafy [el poeta Konstantinos Kaváfis] alguna vez:

Che Fece… Il Gran Rifiuto [Quien por cobardía rehúsa]

Para algunos el día llega

en que tienen que dar el gran SI o el gran NO

Quien tiene el SI dispuesto

sobresale de inmediato y entra

al glorioso camino de sus convicciones

El que rehúsa, nunca se arrepiente;

si de nuevo le preguntan, repetirá: NO

y sin embargo, ese NO -justo- es la derrota de su vida

¿Este sos vos? ¿Fuerte en tus convicciones?

Las apuestas de la tautología

La suposición fundamental de la democracia es que la opinión del pueblo es una causa última. Una vez que establecemos que la opinión del pueblo es, en cambio, una consecuencia de otra causa anterior -una vez que entendemos que debe ser educada y guiada- vox populi, vox dei no solo es un concepto “equivocado”, sino que es inexistente. Ninguna voz puede ser la voz de Dios y a la vez ser la voz del hombre detrás de la cortina.

Si la voz del pueblo ni siquiera viene del pueblo, si el pueblo está menos hablando que siendo hablado, si el barro sublevado de la patria al final siempre resulta ser pasto sintético, significa que aquellos partidos, instituciones, movimientos o fuerzas oscuras que controlan la voz del pueblo, al pretender que esta voz es endógena y verdadera, están pretendiendo ser Dios.

Esto no es sorprendente. Muchos regímenes pretenden al menos estar inspirados por Dios. Muchos de ellos incluso pretenden ser descendientes de Dios. ¿Es vox populi, vox dei menos racional que eso?

Pero Dios nunca habla directamente. Cuando le otorgamos la soberanía a la opinión del pueblo, le otorgamos el principio de soberanía de hecho a los profesores -o sea, a las prestigiosas instituciones que anteceden y dan forma a la opinión pública. Esto no es diferente a haberle otorgado el principio de soberanía al Ejército, a la Iglesia o al Rey. Excepto que la opinión del pueblo sea una causa última, autogestionada y autoproducida, más allá del alcance de cualquier otro poder para ser controlada, manipulada o regulada, la soberanía popular no puede, básicamente, existir.

Entonces la paradoja de la opinión pública es que si es manipulada no existe. Y si en cambio, existe, el poder debería ser incapaz de -y, por lo tanto, carecer de incentivos para- forzarla, seducirla o influenciarla, de modo que la mente colectiva sería independiente sin esfuerzos; su única causa sería la de sus propias opiniones. 

Pero la opinión del pueblo, según una constitución en la que la soberanía popular es real, formal o ambas, se convierte en un megáfono del poder, un espiral sagrado, la presa que busca todo partido político para hablar a través de ella. En lugar de una fuente infinita de filosofía justa e imparcial es una espada filosa que los fuertes empuñan y los débiles sufren.

El prerrequisito para la democracia

En algunos casos sin embargo la democracia de hecho funciona. En algunos casos de hecho es una herramienta para que la voz del pueblo controle al Estado -no para que el Estado controle a la voz del pueblo. Se supone que debería haber una válvula que tiene que hacer que el poder fluya siempre en la dirección correcta. Pero las válvulas son siempre mecanismos pequeños y complicados. ¿Qué determina el flujo real del poder? Si pudiéramos empezar a controlar al Estado de nuevo, quizás podamos empezar a controlar bien al poder.

Imaginemos que el soberano legítimo fuese un Rey legítimo. Sabemos sin embargo que los reyes, incluso las dinastías, pueden moverse en seguida de ser los dueños del poder a ser los títeres del poder. Sabemos que Isabel II tiene en teoría el mismo trabajo, el mismo título y las mismas credenciales de trabajo que Isabel I.

Un monarca no puede ser un verdadero monarca absoluto, un verdadero señor del Estado, sin (a) una voluntad inconmovible por conducir, y (b) una total confianza en su habilidad para gobernar. Cualquier defecto en su voluntad o en su confianza puede convertir en un monarca en un cuerpo sin cabeza o en una celebridad real -ambas condiciones igual de irreversibles.

Podemos generalizar esto y decir que en realidad ningún régimen puede gobernar si no es un régimen fuerte. El mismo nacimiento histórico de la democracia -tanto en Grecia como en Inglaterra- no fue una consecuencia de la evolución de la sofisticada filosofía política sino de la fortaleza popular, en su sentido doble de determinación y habilidad.

En los períodos tempranos de la democracia vemos que su poder real (el poder de la multitud) excede enormemente su poder formal. Más tarde en el ciclo sin embargo la disparidad se invierte: el poder formal de la democracia excede a su poder real. Sus indolentes, pacíficos votantes no sólo no dejan de ser una muchedumbre violenta sino que ni siquiera son capaces de constituir un grupo unificado. Estos “últimos hombres” son demasiado débiles para siquiera intentar blandir las espadas que forjaron sus primitivos y violentos ancestros con el fin de manipular los poderes que usufructúan.

Así que estos poderes deben y serán removidos de sus manos. En una monarquía en la que el rey es débil, el rey será manipulado. En una democracia en la que los votantes son débiles, los votantes serán manipulados. En ningún país la vox populi [voz del pueblo] puede ser la vox dei [voz de Dios]. Dios no puede ser manipulado.

Es imposible para ningún partido, persona o población débil gobernar en un sentido real. Como Tocqueville alguna vez escribió: “todavía no se ha ideado ninguna estrategia o combinación de políticas sociales de gobierno para transformar a una comunidad de ciudadanos pusilánimes y débiles en un pueblo enérgico”.

Por esto es que FDR [Franklin Delano Roosevelt] no puede ser acusado de haber asesinado a la democracia americana más de lo que se acuse a Julio César de haber asesinado a la república romana. En ambos casos tenemos regímenes que son incapaces de gestionar sus países. Mantener esperanzas sobre la recuperación de esos antiguos regímenes es frívolo. El tiempo no va para atrás. Lo que sí podemos desear es reemplazarlos de la forma más ordenada posible.

Una democracia en la que la voz del pueblo es formalmente soberana pero no tiene la determinación ni la capacidad para imponer su voluntad es un poco como la monarquía en la que el rey es formalmente el soberano pero tiene ocho años de edad. La gran diferencia es que los reyes de ocho años eventualmente crecen -una tendencia que cualquier avezado burócrata de carrera en la estructura estatal puede anticipar fácilmente. Esta inevitabilidad convierte al Consejo de Regencia en eminentemente temporal -en el largo plazo, el rey todavía es el rey. Sin embargo, por ahora, ninguna nación ha sido todavía gobernada por ningún niño, y nunca lo será.

Pero si la ausencia de voluntad y confianza en la Norteamerica moderna es, en algún sentido, consecuencia de la larga decadencia de la virtud pública, la tendencia para nuestra democracia va en la dirección opuesta. Nuestro país no es un niño. Nuestro país es más bien un adulto con la mentalidad de un niño. Los niños van a crecer; nuestro adulto está, en cambio, decreciendo.

“Su pueblo”, decía Alexander Hamilton, “su pueblo, mi señor, es una gran bestia”. Hamilton tenía razón. Pero una gran bestia tiene voluntad y capacidad. Hamilton tenía razón en ese momento. Hoy Hamilton no hubiese tenido razón. Nos hubiese visto a nosotros -incluso con nuestras movilizaciones y disturbios callejeros- y hubiese visto no una gran bestia sino un gusano mezquino y quisquilloso.

Al lado de la bestia del siglo XVIII, la democracia del siglo XXI es un pepino de mar. Una vez fue un gran animal salvaje pero ha evolucionado para convertirse hoy en un cuasi-vegetal incapaz de pararse, sin suficiencia ni voluntad. Empoderar al pepino es empoderar a su agricultor. Su voz es la voz de su agricultor. Este ventriloquismo pasivo y hueco es la última fase de muchos regímenes políticos.

La autocracia es la ausencia de democracia

Si la voz del pueblo no es la causa última del régimen todos los gobiernos son “autocracias” -otorgar poder absoluto a una institución arbitraria, contingente y de la que no se espera que rinda cuentas, a la que se considera espiritualmente pura e infalible es, por definición, una autocracia.

“Autocracia” significa literalmente “oligarquía o monarquía” -la ausencia o lo opuesto de la democracia. En un sistema de gobierno en donde -como demostramos- la democracia es efectivamente imposible no hay sin embargo un argumento posible a favor de la autocracia -la elección es únicamente entre una oligarquía o una monarquía.

En tu mente “autocracia” significa solamente “monarquía”. Esto parece ser un pequeño detalle semántico. En realidad es una gran brecha de seguridad semántica. Así es como la democracia se murió sin que te dieras cuenta.

Vos asumiste que la democracia existía cuando había ausencia de autocracia, lo cual es verdad. Después asumiste que autocracia era lo mismo que monarquía, lo cual es falso. Entonces como no veías una monarquía en tu sociedad, asumiste que no hacía falta seguir haciéndole control de calidad al régimen, clickeaste en “OK” y seguiste adelante. Por suerte no estás custodiando nada valioso como, no sé, joyas o algo así.

Si una oligarquía manipula la voz del pueblo, la voz del pueblo es manipulada. Si la mente colectiva es manipulada por una oligarquía, la mente colectiva es manipulada. Que la fuente de esa manipulación no esté concentrada en una sola persona o en una institución que todos podamos identificar fácilmente y odiar al mismo tiempo no lo hace menos real. De hecho, vuelve a la manipulación más estable y más segura.

Cuando la oligarquía es, de hecho, positiva

Hay una ventaja de tener una oligarquía y no es que la oligarquía sea más libre que una monarquía. Es que la oligarquía es más estable y más segura que una monarquía. Por definición, es más fácil derrocar a una monarquía. Entonces las monarquías trabajan más en asegurar la seguridad interna. Por eso es que se sienten menos libres.

En períodos de inestabilidad global -como, por ejemplo, los últimos 250 años- las monarquías están en desventaja, porque la estabilidad es fundamental. Esta desventaja las obliga a sobreinvertir en seguridad interna. Por eso es que tendemos a pensar en las monarquías, autocracias y Estados autoritarios modernos con una fuerte policía secreta como esencialmente cosas similares sino sinónimos -y, generalmente, cosas horribles y perversas.

La libertad característica de las oligarquías jóvenes viene de su estabilidad. Cuanto más estable es un régimen, más caos controlado puede tolerar de forma segura. Las autocracias inestables no pueden tolerar el libre mercado. Las autocracias muy inestables no pueden ni siquiera tolerar la libertad de expresión. Cuanto más estable el gobierno, más libertad es posible que permita. Desafortunadamente, esto significa que a medida que envejecen y se vuelven débiles y decadentes las oligarquías también desarrollan un costado represivo.

Haciendo estallar las paradojas de Popper

Esta aparente paradoja tiene la misma estructura que la famosa “paradoja de la tolerancia” de Karl Popper. El Sistema puede ser todo lo tolerante que quiera siempre y cuando esta tolerancia sea consistente con su propia seguridad. Puede tolerar cualquier partido político -excepto aquellos que no toleran al Sistema.

Si el liberalismo extiende su tolerancia al fascismo, el fascismo podría derrocar al liberalismo. Sabemos esto porque, de hecho, sucedió. Y el fascismo en el poder no tolera al liberalismo, así que es intolerante. Así que toleramos a todos, menos a los intolerantes. 

Popper, que lamentablemente sigue atascado en el siglo XX, sin nuestra arrogante y futurista capacidad retrospectiva de observar la historia, no fue capaz de ver que esta paradoja es en realidad una situación de equilibrio múltiple perfecto -la misma lógica que le recomienda al liberalismo no tolerar al fascismo también le recomienda al fascismo reprimir a los liberales.

Es lindo ver que estamos teniendo una experiencia espiritual tan intensa, pero por favor recuerden que esta droga nos pega a todos igual de fuerte.

Milton [John Milton], en su gran llamado por la libertad de opinión, Areopagitica, llegó a la misma conclusión. Los protestantes deben tolerar a otros protestantes. Pero los católicos son peligrosos para el Estado. Los católicos deben ser cancelados -quizás incluso deberíamos pegarles. En todas las épocas alguien formula esta teoría.

Popper y Milton, ambos familiarizados de forma personal con los detalles de la guerra civil, no están haciendo otra cosa que parafraseando un poco la regla de oro bíblica: “hazle lo peor a tu vecino antes de que él te lo haga a tí”. El consejo de Popper es Maquiavelo puro. Su mensaje a cualquier régimen es: agarrá las palancas del poder, controlá la voz del pueblo, antes de que alguien más lo haga.

Si la voz del pueblo controla al Estado, para controlar al Estado uno debe controlar la educación, el periodismo, la academia y el arte. Cómo se distribuye este control es un hecho militar sobre el terreno, es decir, un resultado arbitrario y contingente de la historia. Si la voz del pueblo es expresada a través de la televisión, enviá a tu infantería a la torre de TV. Si se expresa en internet, hay que filtrar internet.

Popper reinventó así la excepción schmittiana, la prerrogativa de los Tudor, o la raison d’etat de los Borbones. Por la misma razón, Isabel I le prohibió a Ben Jonson interpretar The Isle of Dogs, al punto en el que ni siquiera hoy sabemos que tipo de cosas traviesas y malvadas decía [La Isla de los Perros fue una famosa obra de teatro de Thomas Nashe y Ben Jonson escrita e interpretada en 1597. Fue prohibida inmediatamente y ninguna copia se conservó ni existe hasta el día de hoy, NdeT]. La “cultura de la cancelación” no es una especie de moda de la era de las redes sociales. Es más vieja que Shakespeare y más vieja que Roma.

Hay obviamente una diferencia entre la soberanía centralizada de la monarquía, es decir, cómo se ejercía el poder en la Inglaterra de la dinastía Tudor o en la Alemania Nazi, y la soberanía descentralizada de las oligarquías modernas: este último es mucho más dificil de contrarrestar y destruir.

En el antiguo orden había un poder para perseguirte. En el mundo moderno, todos tus vecinos te están mirando -o están pensando en empezar a mirarte. Al menos si pusiste un cartel sobre el césped de tu patio apoyando al candidato, según ellos, equivocado. En el viejo régimen, el rey era fácil de derrocar. En el mundo moderno, ¿cómo derrocás a tu vecino?

Una oligarquía descentralizada es aún una autocracia. No tiene un Hitler, no tiene un Goebbels -y no necesita uno. Vae victis! La próxima vez que nos encontremos va a ser dentro de un tanque. A luta continua.

Luxus populi, suprema lex

Luxus populi suprema lex es latin real pero no es una idea real de la antigua Roma. Significa “el lujo público es la ley suprema”, aunque pocas ideas horrorizarían más a un romano que esta (al igual que lexus populi suprema lex, que significa “todos están obligados a manejar un Lexus”).

A lo largo de la historia intelectual anglo-americana, la idea de que el lujo público es la ley suprema es conocido como utilitarismo. Todas las escuelas occidentales modernas de economía, marxistas o libertarias, capitalistas o comunistas, son fundamentalmente utilitaristas. 

Así es que nuestras economías, que básicamente son todo lo que hacemos todos los días, están gestionadas bajo el principio de lexus populi. Y como el Dr Phil siempre dice: ¿qué tal te está funcionando eso?

Lujo es, por supuesto, vulgaridad. Un utilitarista diría que la utilidad pública es la ley suprema. Pero el mismo utilitarista debería reconocer que la utilidad asciende en una escala de necesidad a conveniencia a lujo. Y, para un tipo como Jeremy Bentham, nuestras más modestas conveniencias contemporáneas resultarían un lujo milagroso. Esta no es una diferencia objetiva.

Lujo, o utilidad, es la satisfacción de un deseo. Utilidad es el objeto de consumo. Es fácil medir la satisfacción agregada del deseo popular: basta contar simplemente todos los dólares que todos los consumidores pagan a todos los productores por todos los bienes y servicios que consumen y listo.

Ahora, cómo la cantidad de dólares que un consumidor está dispuesto a gastar corresponde a su deseo por un producto dado, el precio del producto en teoría mide su utilidad. Entonces, los productos más lujosos son más útiles; así que la utilidad es lujo. Al menos, para un utilitarista.

Como es imposible no sentir un poco de vergüenza frente a esta burda doctrina de luxus populi no medimos el consumo agregado sino la producción agregada. Ambos son el mismo número, por supuesto. Un incremento en el número lo medimos como “crecimiento” -excepto que éste haya estado causado por la elasticidad de nuestro -moderno, tecnológico y regulado por criterios estrictos- sistema financiero, a lo que le llamamos “inflación”.

Para distinguir entre “crecimiento” e “inflación”, asegurando que cuando la línea va para arriba es porque los deseos del pueblo están siendo realmente satisfechos, tenemos que medir las transformaciones en la calidad de los bienes y servicios. Una métrica económica utilitarista como el PBI solo puede ser definida de forma correcta como el placer agregado que produce.

La macroeconomía utilitarista es fácil. El aumento del placer es igual al aumento del precio menos la inflación. Mientras que la Declaración de Independencia norteamericana es clara acerca de la “búsqueda de la felicidad”, nuestros economistas siguen un poco conflictuados por esta imagen de los Estados Unidos como un gran salón de masajes, por lo cual usan eufemismos como “consumo hedonista”.

La utilidad tiene la misma ventaja que la democracia: es medible. Tenemos un sistema político práctico en el cual los votantes eligen un partido que esperan maximice la utilidad general -es decir, esperan maximizar la satisfacción de sus deseos.

Pero los objetivos de un gobierno, y los resultados de unas elecciones, suelen ser números duros que todos pueden ver y con los que todos pueden acordar. O al menos esta es una característica deseable de un sistema político. Todo el mundo quiere un “gobierno que pueda funcionar a vapor”, un poder mecánico en lugar de humano.

Pero hay un problema grande a la hora de medir la utilidad. Como a los economistas libertarios pertenecientes a la escuela austríaca les gusta señalar, la utilidad no es comparable entre consumidores. El placer no puede ser agregado -sería un abuso de las matemáticas.

Un Big Mac vale mucho más para alguien que se está muriendo de hambre que para un hombre rico. Como Bill Gates tiene una sola espalda, dudosamente valga la pena que se agache a recoger un simple billete de cien dólares del suelo. Pero para un desarrapado sin hogar seguramente cien dólares compren varias horas de pura felicidad. No es posible sumar estas cosas.

Esta ambigüedad produce cierta fricción política entre utilitaristas libertarios y utilitaristas liberales. A los liberales les gusta decir que tomar cien dólares de un billonario y dárselo a un pobre produce un incremento espectacular en la utilidad general. A un libertario en cambio esto le parece onda, digamos, un robo. Y robar provoca daño en la utilidad general.

Al observar este debate nos empezamos a preguntar si es posible que tanto libertarios como liberales estén a la vez equivocados y en lo cierto. Esto puede ser posible cuando ninguno de los dos tiene ningún tipo de arraigo en la realidad -cuando ambos están discutiendo acerca del color del cielo no mirando directamente al cielo sino mirando un fragmento del cielo reflejado en un charco.

Es fácil olvidar que la planificación de las cuentas nacionales para ajustarse a una macroeconomía dominada por el consumo hedonista –hedonomics, podríamos llamarla- tiene menos de cien años: es una innovación posterior a la primera guerra mundial. Incluso la tradición liberal económica solo tiene un cuarto de milenio -desde Adam Smith.

Los hombres llevan produciendo y comerciando y pidiendo prestado hace mucho más que eso. Y los gobiernos también, llevan promoviendo y regulando y cobrando impuestos hace muchísimo tiempo. Si nos olvidamos todo lo que se dijo y se pensó desde 1770 en el mundo aún sabríamos muchísimo sobre economía política.

Al satisfacerlo totalmente

El problema con el utilitarismo es más profundo que la rivalidad fraternal entre el comunismo y el capitalismo. De hecho, no es ni siquiera un problema económico. Es un problema espiritual.

La utilidad es la satisfacción del deseo. Uno de los aspectos más interesantes de este promisorio nuevo principio, luxus populi, suprema lex, es cuanto tiende a merodear el pensamiento budista antiguo.

Buda también hablaba del deseo. Buda afirmaba que el sentido de la existencia era la conquista del deseo. Y el deseo, tal como enseñaba Siddartha Gautama, podía ser conquistado de una manera: al satisfacerlo totalmente. ¿No es esto lo mismo que nos dice el moderno utilitarismo -¿que el sentido de la vida económica es satisfacer los deseos?

Pero esperen. ¿Cómo?. Ok, sí. Entiendo. Les pido disculpas, acabo de recibir una llamada. Vamos a tener que hacer una pequeña corrección. Donde escribí “Siddartha Gautama” por favor tachen y escriban “Hugh Hefner”.

Aparentemente el Buda histórico enseñó que el comportamiento “hedonista” nunca podría satisfacer el deseo humano -solo inflamarlo. Mm. ¿Entonces el utilitarismo sería lo contrario al budismo? Ok, interesante. En este caso, “Playboy es también válido”

El problema con el utilitarismo es que no es muy consecuente con nuestro objetivo. Recordemos que nuestro objetivo es alcanzar el gobierno para el pueblo. Si estamos de acuerdo con que el buen gobierno equivale a la máxima utilidad estamos diciendo que lo que es bueno para el pueblo es lo que sea que el pueblo desee. La economía hedonista de la era lux populi mide las preferencias según estas se revelan, no según se expresan. Pero el error fundamental es el mismo.

A medida que escalamos la pirámide de las necesidades, desde la necesidad a la conveniencia, y de la conveniencia hasta el lujo, lo que naturalmente anhelamos empieza a divergir de aquello que es naturalmente bueno para nosotros. Cuando te estás muriendo de sed lo que deseas es exactamente igual a lo que es bueno para vos. Pero cuando estás viviendo como Hugh Hefner, lo que deseas y lo que es bueno para vos pueden ser, de hecho, cosas absolutamente opuestas entre sí.

En la punta de la pirámide del poder adquisitivo, vivir bien es una lucha constante en contra del deseo -un deseo que Buda, que había nacido como miembro de la familia real, conocía muy bien. Aunque no todos nacemos príncipes, nuestras vidas están llenas de lujos que los príncipes de antaño no hubiesen podido ni siquiera imaginar.

Cuando combinamos este error con el error de agregar escalas de utilidad incomparables entre sí nos damos cuenta que todas las formas de economía hedonista y todas las escuelas del utilitarismo económico podrían estar muy lejos de tener sentido -y que la flecha del progreso técnico mueve a la economía en la dirección opuesta a la cordura. Hedonismo + tecnología es una receta perfecta para una sociedad diabética.

La tecnología y la maldición de los recursos

Los economistas del siglo XX se encuentran frecuentemente perplejos frente a un fenómeno al que llaman la maldición de los recursos, en la cual las naciones con más acceso a recursos naturales tienen de forma consistente peores resultados económicos. Esto parecería escapar descaradamente a la lógica del axioma de la modernidad, luxus populi, suprema lex.

Algunos aspectos de la maldición como la enfermedad holandesa son entendibles, aunque aún así se enganchan mal con la mayoría de la teoría económica liberal clásica. Si los holandeses encuentran grandes reservas de petróleo bajo su suelo la teoría del comercio de David Ricardo sugiere que la economía holandesa debería desplazarse de producir manufacturas (las cuales ahora podrían importar de China) a la industria de servicios (como pelar uvas para los perforadores de petróleo). ¿Cómo esto podría interpretarse como una “enfermedad”? ¿Quién quiere trabajar en una fábrica, produciendo cosas, en lugar de conseguir cosas gratis por un tubo enterrado en el suelo?

Y sin embargo Venezuela, que tiene las mayores reservas de petróleo de Sudamérica, es el peor caos político y social de la región por lejos. Lo que esto significa es que la actividad económica -humanos trabajando e intercambiando- es esencial para una sociedad, para una civilización y para una nación. Una economía en la que cinco personas entierran un caño en el suelo y todo el resto viven recibiendo cheques del gobierno es incapaz de constituir una verdadera sociedad, una civilización o una nación. Esta es la maldición de los recursos.

Nadie se da cuenta que la tecnología, cuando está lo suficientemente avanzada, es como encontrar grandes reservas de petróleo bajo tu suelo. Treinta ingenieros trabajando para Whatsapp solían gestionar mil millones de cuentas. Una economía en la que cinco personas, o incluso quinientas mil personas, desarrollan chips y diseñan software, y todo el resto vive de recibir ayuda social del gobierno, tampoco es capaz de construir una verdadera sociedad, una civilización o una nación.

Lo que la maldición de los recursos nos dice es que ese “comunismo de lujo totalmente automatizado” -el escenario apoteósico de la sociedad luxus populi, suprema lex– ya está aquí, entre nosotros. Solo que no está repartido de forma equitativa. Algo de esa sociedad está en Venezuela, casi todo el resto está en el golfo pérsico (una creencia religiosa fanática parecería reducir los efectos de la enfermedad). Aquellos países que sufrieron la enfermedad del jugo de dinosaurio durante el siglo XX son solo una pequeña muestra anticipada del infierno que la tecnología del siglo XXI va a desatar a lo largo y ancho de toda la tierra.

Cuanto más cerca nos acercamos a este apocalipsis de recursos tecnológicos ilimitados, más cerca estamos del infierno -excepto por esa pequeña élite talentosa, perezosa, parasitaria a la que le va muy bien (al igual que a la élite venezolana). Este problema se está volviendo cada vez más urgente, pero no podemos ni siquiera empezar a resolverlo hasta que no lo entendamos. Y ni siquiera estamos empezando a entenderlo.

Salus populi, suprema lex

Este es el principio original y verdadero de todo gobierno, famoso durante milenios. Nunca necesitó ser cambiado y nunca necesitó ser mejorado: “la salud del pueblo es la ley suprema”. Alas, es más fácil decirlo que entenderlo -y más fácil entenderlo que implementarlo.

La palabra salus, literalmente “salud”, es el corazón de la cuestión. En 2020, salus ha tomado un sentido bastante literal. Mientras que su definición médica no está necesariamente mal, sí está incompleta. En un sentido amplio y general, salus podría ser traducida como “condición humana”. Con excepción de algunos miembros de la profesión legal, los hombres tenemos cuerpo y alma.

Así que podríamos decir que el sentido del gobierno es defender y cultivar los cuerpos y las almas de sus súbditos (el término “ciudadanos” nos lleva de nuevo a la pregunta por vox populi, vox dei).

El problema central del salus populi, suprema lex es que mientras la salud del cuerpo puede ser cuantificada -más o menos- a la salud del alma le corresponde un juicio cualitativo y estético. Usualmente es un juicio muy fácil de hacer a un nivel individual. Pero totalmente refractario a los métodos cuantitativos de la administración centralizada masiva del siglo XX.

Las métricas para medir el éxito cuantitativo de la administración son inherentemente populares entre la oligarquía porque habilitan el proceso de toma de decisiones impersonal, procedimental y sin asignar responsabilidades directas a nadie. Cuando el criterio de éxito es cualitativo, estético o incluso simplemente no científico, las decisiones solo pueden ser tomadas por un autor, un chef, un director, un general militar o un CEO. Este individuo, sin embargo, quizás cansado en algún momento de servir como una especie de oráculo para la toma de decisiones excepcionales dentro de una serie de operaciones pasivas, pueda intentar hacer uso de su iniciativa personal y gestionar de forma proactiva el proceso de todas las decisiones -y acá es cuando entramos en una monarquía. Este es el motivo por el cual luxus populi se mantiene como un principio tan popular: encaja perfecto dentro de la caja de herramientas del Estado gerencial.

El cine aceptó la teoría del autor hace mucho. Las cadenas de restaurantes compiten con los restaurantes independientes por precio, nunca por calidad. Y si hacer una gran película o preparar un menú es un proceso etéreo que tiene que ver con la tipo de visión creativa sólo atribuible a una mente humana singular que no admite otro director u otro chef -¿cuánto más podemos decir del gobierno? Por eso, la regla cualitativa de salus populi, aunque no requiere de una monarquía necesariamente, está tan históricamente atada a esta forma de gobierno, como la regla cuantitativa de luxus populi lo está a la oligarquía.

Recuperando el arte de gobierno

Acá llegamos finalmente a la carne de Gray Mirror: el manual operativo para el próximo soberano.

Mientras que cada situación histórica es nueva, el próximo régimen se va a enfrentar necesariamente a un desafío sin precedentes: transformar el orden global en un planeta adornado con bombas atómicas por todos lados. El nacimiento de este nuevo orden será tan espectacular e irreversible como el lanzamiento de un cohete. E igualmente binario: o va a salir bien o va a salir mal. Y su ingeniería debe ser igual de perfecta. Ningún país se nos puede explotar en el camino.

Este es el gran desafío que tenemos. Tenemos que construir un cohete y no estamos ni siquiera seguros de que sabemos física. Y como para que un gobierno funcione algunos deben conducir y el resto debe acompañar, hay dos artes que vamos a tener que volver a aprender: no solo el arte de gobernar sino lo que Wyndham Lewis llamó el arte de ser gobernado. Este último es probablemente el más difícil.

Nuestro conocimiento del gobierno en el siglo XXI viene fundamentalmente de tres lugares: (a) la teoría abstracta, que es la peor manera de pensar y aprender, (b) nuestra experiencia colectiva de gobierno durante el siglo XX, la cual es en la mayoría de los casos menos que inutil ya que en general nos enseña como hacer mal algo que además es moralmente equivocado, (c) viejos libros escritos por gente que proviene de países increíblemente raros, que están muertos y que no están en condiciones de responder un e-mail.

Al elegir el objetivo de los antiguos gobiernos -el salus populi– hemos hecho felices a esos viejos políticos e intelectuales muertos. Al menos sabemos hacia qué luna nuestro cohete se está dirigiendo.

Aún así, ni nosotros ni los hechiceros de antaño tienen una idea clara de qué significaría realmente salus populi en el siglo XXI. Tampoco la lógica puede ayudarnos a ponernos de acuerdo dado que la pregunta no es ni inductiva ni deductiva, sino crítica y estética. De gustibus non est disputandum.

Cinco colectivos para una cantera

¿A qué nos referimos entonces por salus populi?

Cualquiera que haya estudiado griego moderno alguna vez seguramente se habrá maravillado ante el hecho de que la palabra “metáfora” etimológicamente significa transporte. Una metáfora es, de hecho, un colectivo. Una manera cualitativa, estética, de trasladarse de un punto A a un punto B.

Una metáfora del gobierno es una perspectiva para juzgar al gobierno. Si nuestra metáfora del gobierno es que Elvis es el Rey, la manera de juzgar al gobierno es preguntarnos: ¿qué haría Elvis en nuestra situación? ¿qué pensaría Elvis si estuviese en nuestro lugar? Si Elvis estuviese satisfecho con nuestras decisiones, entonces nosotros también podemos estarlo. Por supuesto, este colectivo sólo es efectivo si sabemos más sobre Elvis que sobre el gobierno.

En mi bolsillo tengo cinco metáforas del gobierno. Las cinco son sinópticas: si les hacemos la misma pregunta vamos a recibir de ellas la misma respuesta -más o menos. Esto puede ser porque la respuesta es la correcta o puede ser por alguna otra cosa que desconocemos.

Desgraciadamente, los bits de datos se han vuelto demasiado caros este verano. El presupuesto de este emprendimiento está casi agotado. Así que no podemos pagar el transporte en los cinco colectivos, podemos pagar solo dos. Los dos que elegimos entonces son los dos que van a ser más novedosos para la mayoría de los lectores -aquellos en los que probablemente nunca pensaste en el contexto de la política o de la historia. No son los mejores colectivos, son los más nuevos.

Los otros tres que quedan son transportes usados. Seguramente los puedas adivinar más adelante. Pueden ser representados como dioses, fuerzas, principios generales, etc. Además del precio de los bits de datos, hay un segundo motivo por el cual no queremos manejar transportes usados -incluso aunque estos son, libra por libra, transportes mejores.

El Sistema no solo ya ha transmitido imágenes de estos colectivos hasta el hartazgo -ha transmitido también y mil veces sus caricaturas deformes y perversas. Nuestros amigos encuentran estas malas metáforas, las eligen, las usan y terminan siendo elegidos como los villanos de la obra. No es un papel que quieras -tené cuidado.

El colectivo #1: el zoológico humano

El zoológico humano. No hay manera en que esto no te suene horripilante de entrada. Así que abrochate el cinturón amigo. Nos vamos a adentrar en un poco de filosofía ética hardcore.

Antes de empezar: hay dos tipos de zoológico. En el primer tipo de zoológico, los animales existen por el zoológico. En el segundo tipo, el zoológico existe por los animales.

Los zoológicos del primer tipo están generalmente restringidos al tipo de experiencia de Tiger King [la serie de Netflix con Joe Exotic], los circos o países del tercer mundo. Los zoológicos occidentales que cualquier profesional considera los zoológicos reales, legítimos, esos zoológicos que están más o menos en todas partes, pertenecen al segundo tipo. El sentido de estos zoológicos es apoyar a los animales y no al revés. El zoológico del Bronx no es una conspiración para mantener cautivos y torturar animales.

Así que el zoológico es para los animales -igual que el gobierno es para el pueblo. Sin embargo, el zoológico ejercita un tipo de dominio absoluto e incondicional sobre los animales -de la misma manera en que un gobierno ejercita soberanía absoluta e incondicional sobre sus súbditos. Quizás esta metáfora no es tan rara al final de todo.

La condición animal

¿Pero qué significa realmente que el zoológico es para los animales? ¿Que sería el salus animalium? Al igual que con los humanos, esta pregunta es difícil de responder. Con los animales obviamente tiene un componente físico más prevalente porque solo pensamos que los hombres tengan almas, pero los animales más elevados ciertamente tienen mentes, hábitos y personalidades. Por algo le ponemos nombres a nuestras mascotas.

Una definición posible del salus animalium podría ser que el cuidador del zoológico es como un agricultor y su objetivo es el de producir los suficientes animales saludables como le sea posible. Sin embargo, mientras que algunos zoológicos prestigiosos son conocidos por reproducir a sus animales, en definitiva un zoológico es un zoológico, no un criadero de leones.

Otra definición posible del salus animalium podría ser que el cuidador del zoológico es como una loca de los gatos -que su objetivo es asegurarse que los animales disfruten de su vida lo máximo posible. El sentido del zoológico sería la búsqueda de la felicidad animal. Los leones solo comerían filet mignon y, como no hay nada más feliz que estar intoxicado, tendrían acceso a vodka y marihuana. Quizás incluso un poco de pornografía de leones… 

Pero la loca de los gatos tampoco es una cuidadora de zoológico. La relación del zoológico y la condición animal es mucho más sutil que esto. Empieza con el entendimiento universal de que cualquier criatura apartada de la naturaleza y encerrada en un medio artificial o, incluso peor, nacida en un zoológico, es fundamentalmente una criatura disminuida -un animal inferior comparado con sus primeros libres y salvajes.

Entonces el cuidador del zoológico se pregunta: ¿cómo, dentro de los límites operativos de un zoológico de la vida real, que existe para el beneficio de los animales pero que no puede quedarse sin dinero para mantenerlos y cuidarlos, podemos reducir y mejorar esta disminución? Esta mejora es exactamente la definición del salus animalum.

Los leones enjaulados siempre van a estar disminuidos frente a los leones reales. ¿Qué puede hacer por ellos que sea lo más real posible, lo más leonino posible? Si tiene el presupuesto, puede crear un escenario artificial y hacer que los leones cacen a una cebra para el almuerzo. Claro, si los leones pudieran elegir, elegirían que les manden baldes de carne trozada y listo (todos los gatos son haraganes, y los leones son los más haraganes de todos los gatos).

Resulta que una parte importante de convertir a un león en cautiverio más parecido a un león real es presentarle algunos de los desafíos de ser un león real. Estos desafíos son caros, incluso prohibitivos. Es mucho más barato para el cuidador del zoológico no desafiar al león y convertir su vida en un delivery de carne trozada, marihuana y videos de tiktok de gatitos. Esto es lo más feliz que un león podría ser. Cualquier león elegiría esta prisión de felinos antes que la implacable y salvaje sabana.

En un zoológico el placer es barato y la dificultad es cara. Ejercitar a los leones y mantenerlos ocupados al punto de que no se aburran y no se vuelvan neuróticos dentro de un presupuesto limitado sin usar marihuana, porno felino u otros estímulos degradantes es un desafío constante a la creatividad que podría convertir incluso las memorias de Geral Durrell en algo digno de leer.

El cuidador extraterrestre del zoológico

Ahora, llevemos esta metáfora hacia la vía láctea. Todavía es un experimento mental. Pero ahora vamos a meter bípedos sin alas en el zoológico.

Alertados de la epidemia humana por nuestras expansivas ondas electromagnéticas disparadas al espacio por la mala programación televisiva global, la Autoridad Galáctica manda a nuestro sistema solar una unidad de supervisión temprana. Esta nave espacial aparece en la órbita de la tierra y se estaciona, rompiendo la barrera del eter cósmico en una lluvia galáctica de chispas de color rosa.

A bordo de la nave hay un cuidador extraterrestre de zoológico. Su IQ es un número divisible por cero. Rápidamente sus sensores nanotecnológicos están por todos lados, así que sabe absolutamente todo lo que pasa en nuestro planeta. Y puede destruir todo y a todos, con lo cual no tiene sentido resistirse. Su régimen es supremo y está por encima de todos los poderes terrenales humanos, igual que el zoológico está por encima de los leones.

Afortunadamente, nuestro cuidador es un cuidador benigno. Está aquí para gobernar para los humanos. Los humanos deben prosperar, florecer y, por sobre todas las cosas, deben ser lo más humanos que sea posible. A partir de aquí, turistas espaciales bien intencionados en sus yates galácticos visitarán nuestro sistema, visitarán nuestro Planeta Tres, y lo abandonarán con su billetera más liviana. Pero esto será solo para ayudar a sostener y financiar el nuevo parque de vida salvaje planetaria (la unidad de supervisión temprana no es barata).

La operación es, sin embargo, un poco menos costosa de lo previsible porque los humanos no son leones y se gobiernan a sí mismos. Siguiendo el consejo del Imperio Británico, nuestro cuidador extraterrestre práctica el “gobierno indirecto” -usa su poder excepcionalmente ilimitado no para administrar de forma directa sino para permitir a los humanos seleccionar una forma de gobierno, leyes y personal de su preferencia. Idealmente no va a necesitar eliminar a nadie.

Este régimen, no directamente alienígena pero sí aprobado por los alienígenas -un Estado satélite o títere- es el que debe cumplir con el mandato de salus populi. El cuidador alienígena provee un manual de operaciones para formar una estructura de buen gobierno humano, y mientras se encontrará todo el tiempo en la estratósfera con todos su sistema de cañones láser listo en caso de que los líderes humanos no puedan controlarse o mantenerse en el poder, realmente preferiría no tener que pulverizar a nadie.

Esta metáfora nos conduce al diseño hipotético de un documento para el buen gobierno humano. El cuidador alienígena del zoológico galáctico no existe así que no tenemos la suerte de poder poner nuestras manos sobre él. Pero aún podemos intentar escribirlo. Que es todo lo que cualquier buena metáfora podría hacer por nosotros.

El colectivo #2: las zonas de exclusión humanas

El cuidador del zoológico alienígena es una buena metáfora pero en última instancia es débil. Requiere que nos imaginemos un poder etéreo que rodea la tierra y que pensemos en nosotros como si fuésemos leones -un test serio de la imaginación. Nuestra siguiente metáfora va a necesitar esforzarse un poco más.

Presentamos entonces un colectivo más poderoso. Aunque tengan en cuenta que el poder viene con un costo. El cuidador del zoológico alienígena era muy improbable aunque de hecho era un poquito tierno. Esta metáfora será, en cambio, distópica y siniestra pero, de hecho, mucho menos imposible. Diría que casi es posible.

Es tan posible, de hecho, que podría ser confundida por algo que estoy proponiendo -lo cual definitivamente no estoy haciendo. El punto del ejercicio no es invitarlos a experimentar esta situación extrema sino a aprender a orientarse dentro de ella. El ejercicio, que no es real, nos va a enseñar algunos principios que algunos órdenes políticos pueden utilizar para resolver problemas reales en el mundo real. Para convertir esto en un buen escenario útil vamos a intentar hacerlo lo más realista posible.

El dungeonmaster

Un país es como un juego de rol. Su régimen está determinado por el dungeonmaster (DM). Tanto los jugadores como el DM son perfectamente humanos, pero el DM le da forma al mundo en el que los jugadores desarrollan sus acciones. Exactamente como el gobierno, casi.

Esta metáfora parece perfectamente normal por ahora, ¿no? Nada perverso ni aterrador. Quizás deberíamos subirnos y ver hasta donde nos lleva.

¿Quién es el demiurgo omnisciente que diseña el juego? ¿Cuáles son sus objetivos? El DM, ya sea el organizador de un juego de mesa o el arquitecto de un mundo virtual, se debe a la experiencia de los jugadores mientras escenifican y performan a sus personajes.

La condición humana es cuerpo y alma. La metáfora del zoológico era más acerca del cuerpo. Esta metáfora será más acerca del alma. El juego que los jugadores juegan no es, por supuesto, físicamente real. Desde un punto de vista espiritual entonces, ¿qué palabra dirían que podría caracterizar mejor la experiencia tanto del jugador real y de su personaje? Una candidata podría ser intensa.

Nadie quiere vivir como un caballero medieval y rolear como un consultor de marketing. Cuando nos sumergimos emocionalmente en un personaje a través de un juego de rol, ya sea en un mundo virtual como en un juego de mesa, lo que queremos es vivir una experiencia lo más dramática y significativa como sea posible. De lo contrario solo sería una melancólica experiencia de solo píxeles en una pantalla o un dado en un tablero.

En los mundos virtuales que no pueden lastimarnos físicamente, solemos revelar nuestras preferencias humanas por la intensidad. No es coincidencia que generalmente seleccionemos experiencias sociales, políticas y tecnológicas premodernas -y cuanto más antiguas y más fantásticas, mejor. La más básica sociología humana indica que, puestos a escoger, los seres humanos prefieren vivir en cofradías de guerreros dedicadas a luchar contra dragones para ganarse la vida.

Hay tres tipos de mundos virtuales: mundos virtuales sin monstruos artificiales que habilitan la violencia jugador-contra-jugador (PvP); mundos virtuales que combinan monstruos y violencia (PvPvE); mundos virtuales sin violencia (PvE). Este tercer tipo es el más rico y el más intenso. El segundo es medio cursi pero popular y puede estar bien hecho. El primer tipo es estúpido y en general le gusta a los pervertidos y a los periodistas.

En nuestra vida real como seres humanos no podemos pelear con dragones. Pero nos gustaría que nuestra vida fuera lo más dramática y significativa posible. Una cosa es no reducir la salud pública al lujo público pero otra cosa es directamente rezarle al dios de Neruda de “la lucha, el hierro, los volcanes”.

Ahora, Pablo Neruda, que como poeta no vale nada, era un stalinista duro. Y la intensidad con la que se vivió la política durante la primera mitad del siglo XX fue sentida como un gran fracaso por todos durante la segunda mitad. Pero hay una razón por la cual hoy el simulacro de la discusión política online tiende a reducirse a falsos fascistas adolescentes peleando neuróticamente contra falsos comunistas adolescentes.

Mientras que cuando nos volvemos adultos dejamos de prestarle atención a los juegos infantiles, la intensidad de la vida sigue siendo algo importante. Quizás las vidas más intensas y más humanas sean aquellas vividas por los delincuentes profesionales, seguidas de cerca por los emprendedores. Pero lamentablemente no hay ninguna sociedad funcional que esté enteramente formada por criminales y/o emprendedores. E incluso estas dos experiencias palidecen al lado de la intensidad vivida por un Comisario de la NKVD o un comandante de las Waffen-SS.

Y sin embargo, realmente no queremos ser asesinados en masa o metidos en un gulag. Pero tampoco hay algo así como un gulag virtual que podamos experimentar. Al final, es cierto que nuestros mundos virtuales son solo píxeles: entretenimiento casual y esteril.

Las preferencias reveladas de los gamers nos enseñan algo acerca de cómo los seres humanos reales desearían vivir y trabajar: en una cofradía de cazadores de dragones profesionales (teniendo en cuenta que los guerreros que cazan dragones necesitan espadas bien elaboradas, buena armadura, mujeres hermosas, etc.)

Pero la metáfora está todavía demasiado lejos. Los humanos reales no pueden pelear contra dragones y ganarse con eso la vida. ¿O sí pueden? Vamos a ver si podemos acercarnos un poco a la metáfora.

Lo malo con la metáfora del DM es que, si bien los juegos de rol pueden ser muy atractivos, los jugadores solo pueden dedicarle una pequeña fracción de su vida. Incluso si no tiene nada en su vida excepto los videojuegos, debe cambiar de juegos con cierta regularidad. Y, por supuesto, después de morir su cadáver sin bañar se va a quedar aquí, con nosotros, en la tierra, entre la cama, la pantalla del televisor y las latas de energizante Monster acumuladas.

Tratemos entonces de imaginar una situación -como un experimento mental y no como una propuesta- en la que podemos profundizar la experiencia del juego. Proyectamos al jugador lo más dentro del mundo virtual como sea posible trayendo la capacidad de diseño y gestión del DM lo más cerca al poder político como podamos. Al final de nuestro experimento -que ciertamente no es una propuesta- quizás alcancemos la verdadera soberanía.

Las zonas de exclusión humana

El proceso de gobernanza de Norteamérica es un problema difícil. Es mucho más difícil que el proceso de gobernanza de Islandia. Es mucho más fácil que el proceso de gobernanza del planeta -un problema realmente espeluznante. Como un experimento mental -y ciertamente no una propuesta- tomemos entre nuestras manos este monstruo.

Imaginamos ya a nuestro planeta siendo gobernado. Y estuvimos de acuerdo en que este gobierno planetario acepta que el ethos político era salus populi. Entonces aceptamos que el deber del gobierno planetario debía ser permitir que 8 mil millones de personas vivan una vida totalmente humana.

Cualquiera que lea esto va a estar de acuerdo con que la tragedia de la tierra hoy y para el futuro próximo es que la mayoría de los seres humanos no viven y no pueden vivir de una manera que podría ser reconocida como totalmente humana. Definitivamente no viven en cofradías de guerreros dedicados a cazar dragones.

La mayoría de los seres humanos que habitan la tierra viven de una manera horrible, en lugares que parecen -y usualmente huelen- a basura, haciendo cosas sombrías, estresantes y horribles todos los días para sobrevivir, sometiéndose a las reglas impuestas por gobiernos de mierda. Con suerte esto no va a ser una novedad para vos.

Esto es culpa del siglo XX. En tu caso, no estás de acuerdo con esto y hacés bien. Pero, ¿cómo podríamos cambiarlo? Si el mundo debe ser rehecho en una forma que no sea una mierda, quizás no podamos rehacerlo en el mismo lugar en el que está hoy.

Ninguno de los genios de la gobernanza global del siglo XX nos demostró nunca cómo convertir una villa miseria en algo que no sea una villa miseria, excepto a través de la destrucción absoluta -aunque estos casos de conversión abundan. Pero si destruimos los barrios pobres con la gente adentro, o incluso si solo los forzamos a salir con perros y rifles de asalto, nuestras cabezas realmente habrán vuelto al siglo XX.

Nosotros tenemos un mejor plan. Vamos a ofrecerle a toda la gente que vive en condiciones inhumanas en lugares de mierda un lugar mejor y en condiciones mejores para vivir.

Todavía no va a ser perfecto. Va a ser una solución parcial y transitoria. Va a ser una zona intermedia entre el lugar del que vinieron -usualmente un lugar que necesita ser quemado hasta los cimientos- y un lugar al que van a ir, usualmente un lugar más pacífico, más bello, placentero, que todavía no existe. Este pueblo va a ser mejor que la zona intermedia, y la zona intermedia va a ser mejor que la villa. Entonces cada paso del proceso puede ser completamente voluntario.

El diseño de esta zona intermedia debe balancear dos tradeoffs. La zona intermedia es un mitzvah [un orden, un mandamiento], lo que significa que debe infringir lo menos posible -tanto financiera como físicamente- la integridad del mundo que lo circunda. A la vez, el orden exterior, que cree en el principio de salus populi, debe hacer todo lo que esté a su alcance para defender y cultivar la humanidad de los seres humanos que residen dentro de la zona intermedia.

Como puede tomar un tiempo considerable construir pueblos pacíficos, bellos y placenteros para que estos residentes vivan, las zonas intermedias, aunque no deben estar diseñadas para ser permanentes, sí deben estar preparadas para el peor escenario posible que, en este caso, sería que los residentes deban pasar en ellas toda su vida.

Los seres humanos ya viven en cualquier parte. Usar la migración humana como arma política es algo muy típico del siglo XX. Una zona intermedia debería ser un arma ineficaz políticamente entonces. No debería estar sujeta a ninguna condición con excepción de los costos operativos y las condiciones físicas del espacio geográfico que la rodea.

La implicación de este requerimiento es que la zona intermedia debe estar sellada. Excepto cuando la gente esté entrando o saliendo, ninguna persona puede cruzar la puerta. Una zona de exclusión sellada puede ser puesta en cualquier lado. Podrías tener una al lado de tu casa -simplemente un edificio alto, grande, sin ventanas.

Pero ya hay una palabra para estas zonas de exclusión humana selladas: una prisión. ¿Cómo podríamos construir una prisión en la que los seres humanos quisieran vivir? O, al menos, en la que prefirieran vivir antes que su actual barrio decadente y hobbesiano?

En el pasado no podíamos, pero actualmente tenemos los videojuegos.

La caja antisocial

Empecemos con el caso más oscuro y distópico: el átomo de la humanidad antisocial. La mitad de esta gente sin esperanza, insalvable, ya son probablemente gamers.

¿Odias tu vida? Una nueva vida te espera en las colonias espaciales. Vas a vivir en un pod y a comer insectos. Lo vas a amar porque este pod es el pod gamer más extremo.

Tu pod se encuentra dentro de una habitación de tres metros por tres metros y provee una experiencia totalmente inmersiva. No es solo audiovisual, como lo que conocemos hoy en día como realidad virtual, sino que es verdadera inmersión háptica y física. Tus manos virtuales pueden sostener herramientas virtuales. El pod es también un pod de ejercicios en el que podés hacer tanto cardio como ejercicios de fuerza. Con varias extensiones incluso podés tener sexo a través del pod. Incluso te puede pasar drogas a través de tus fosas nasales.

Dentro de tu habitación está tu pod, tu inodoro, una cama, un lavabo y una ducha. Los packs de comida y ropa fresca llegan a través de un tubo neumático, a través del cual también la basura y la ropa para lavar salen hacia el exterior. La matrix de soporte requiere una infraestructura básica de agua, cloacas, ventilación, el tubo neumático (a través del que deben ser capaces de pasar tacos de insectos y camisetas), ethernet y electricidad. Las paredes de la habitación son también pantallas. El cielo es un cielo de alta definición. Incluso te daría la sensación de que vivís en un lugar maravilloso -como la cima de una montaña o quizás un club de strippers.

La habitación es una celda en una especie de colmena humanista. Si el contenedor, o su pálido y larvario ocupante, necesita soporte especializado, rieles y elevadores lo mueven hacia un punto de contacto donde el staff de asistencia lo pueden abrir. Una luz empezaría a parpadear una vez que tu celda esté a punto de moverse.

Dentro del pod vivirías en un cuento de hadas como un héroe peleando contra dragones con tu cofradía. Tu control háptico es tan realista que incluso podrías abandonar tu pod el día de mañana y ser un gran espadachín en el mundo real. Aunque, ¿cuándo fue la última vez que alguien necesitó un soldado de infantería medieval en el mundo real?

¿Cuál sería el modelo económico de la vida dentro del pod? Bueno, en principio la vida en el pod es barata -el costo de la celda, el costo de la matrix, el costo de los burritos de cucarachas, robots que hagan la limpieza y provean servicios de emergencia y el costo de construcción del pod, el cual estaría amortizado en el tiempo. El sistema tiene cero externalidades. Quizás el Estado pueda financiar tu pod -quizás creabas más externalidades mientras estabas afuera.

O quizás tenés que pagar tus propios fees. O quizás querés hacer un upgrade de tu burrito de cucaracha a uno con carne real. Podés trabajar físicamente en el mundo real -utilizar tu control háptico para operar maquinaría real en el mundo real.

Cualquier cosa desde una aspiradora hasta una excavadora puede ser operada por bitcoins o cualquier otro tipo de token virtual. No es tan divertido como pelear contra dragones, pero tampoco es inhumano. Estas personas que residan en la zona de exclusión entonces podrían convertirse en centros de datos inteligentes habilitando la posibilidad de que las máquinas en el mundo real sean movilizadas no por una endeble inteligencia artificial sino por una inteligencia natural.

Como estamos sujetos a las leyes de la física, lo ideal sería que las celdas estén ubicadas en proximidad geográfica al lugar a donde estas inteligencias serán puestas en uso práctico. El mundo se vería salpicado aquí y allá entonces por estas excéntricas torres selladas en la que seres humanos viven aislados, junto a una pequeña red de servicios de soporte: producción de alimentos a base de insectos, mantenimiento textil y servicios médicos, dentales y de seguridad.

Un riel o servicio de transporte marítimo global podría transportar las celdas a cualquier lado del mundo a donde más poder computacional fuese requerido. Una luz parpadeará cuando tu habitación esté a punto de ser movida. Legalmente, seguirías perteneciendo a tu país de origen, por supuesto, y podrías volver ahí en cualquier momento y según tu voluntad. Pero la celda está sellada, y también lo está la colmena. De hecho, es probable que no tengas ni idea en ningún momento dado de a dónde estés ubicado geográficamente en el mundo -y no debería haber razón para que eso te importe. Una luz parpadeará cuando tu habitación esté a punto de ser movida.

El pueblo de los pods sociales

Para muchos gamers esta vida aislada en un pod podría ser ideal, lo que demuestra cuán enfermos estamos. Mientras que ser un gamer enfermo de la cabeza está 100% OK, los seres humanos normales tienden a constituir una especie social por lo que alojarlos individualmente es inhumano.

La unidad de organización social natural de la humanidad es la tribu o el pueblo, que tiende a agrupar cientos de bípedos sin alas. Es decir, esas criaturas a las que conocemos como seres humanos, con sus nombres, caras, personalidades.

El pueblo de los pods puede contener una comunidad entera de humanos en un solo espacio. Los usuarios en esta comunidad podrían interactuar físicamente unos con otros y virtualmente con el resto del mundo. El dungeonmaster puede mover usuarios entre comunidades, pero en general los usuarios no circularían con alta frecuencia.

Un pueblo sellado no puede ser móvil, pero puede ocupar una o más plantas en un edificio de colmena. Aún así, la única manera de acceder al pod es un elevador seguro que solo se abre en una zona segura. El pueblo no deja de ser una prisión en el sentido literal. Cuando el staff del DM entra al pueblo, entran como guardias de esa prisión, con el nivel de fuerza que sea necesario según la situación.

Pero cualquiera entra a esta prisión únicamente por fuerza de su voluntad libre. La tarea que nos queda es persuadir a gente normal -no solo a gamers degenerados- de mudarse a una prisión (que pueden abandonar en cualquier momento). Por muy buena que sea la ingeniería del producto esto va a requerir importantes habilidades de marketing.

El pitch va a ser simple y no muy novedoso. Una nueva vida te espera en nuestras colonias espaciales. ¿Estás viviendo una vida de mierda en un lugar de mierda? ¿Por qué no unirte al equipo del transbordador galáctico?

Te vamos a juntar con una excelente tripulación. O podés traer tu propio pueblo desde el mundo real. Vas a entrar a la nave, despegar hacia la estratósfera, navegar la galaxia -tener una nueva, excitante y diferente experiencia en cada nuevo sistema que visites. Sos como James T. Kirk, o al menos como el Teniente Chekov. O quizás tan solo quieras ser una especie de estrafalario vikingo rapero pirata espacial. 

Por supuesto, cuando estás llevando a cabo tus incursiones piratas espaciales no vas a estar, digamos, aterrizando físicamente en estos planetas. Su atmósfera no es respirable, etc. Vas a mandar un drone, el cual vas a manipular a través de tu pod. Si el drone es destruido en combate por supuesto que vas a salir ileso.

Obviamente el hardware que controla a los drones es el mismo que te permite jugar videojuegos: los pods. Pero el gamer solitario es un átomo social. Está aislado y por eso puede cambiar entre juegos cuando sea que se aburra, de la misma manera en que cualquier gamer lo haría en su living. En el caso del pueblo de los pods sociales, esa no es una posibilidad.

El pueblo sellado es un transbordador espacial único -o lo que sea que decidamos que funcione como la metáfora del juego. Todo el pueblo habita una única historia virtual. Esta historia consume toda la vida social del pueblo. Si dentro de la sociedad nace un hijo (como debería suceder, un pueblo sin niños es inhumano, aunque esta necesidad no implica que debamos alcanzar una tasa de fertilidad superior a la tasa de reemplazo) la historia puede durar para siempre. En el back room los programadores están codeando más y más planetas para visitar en este momento.

En la medida en que las generaciones avanzan los jugadores de este juego podrían olvidar que el juego no es real. Incluso podrían pensar que están explorando la galaxia en serio. Si llegan a las colmenas en un estado de subescolarización, incluso podrían alcanzar esta certeza en muy poco tiempo -lo cual sería óptimo para su salud mental.

En el mundo real este pueblo es una o más plantas en un edificio aferrado fuertemente a la superficie de la tierra. El pueblo se gobierna a sí mismo -¿cómo podría no hacerlo?- y sin embargo, el pueblo es simplemente un pod en una zona de exclusión sellada, y su gobierno está irremediablemente gobernado por el dungeonmaster. De nuevo, de la misma manera que con el zoológico humano, observamos aquí la administración indirecta.

En cualquier momento de la historia extraterrestres de cuatro miembros en armaduras podrían capturar el trasbordador galáctico, abordarlo y hacer lo que quieran con su tripulación. Gracias a su tecnología de escaneo remoto, los extraterrestres podrían incluso desplegar un llamativo conocimiento de todos los eventos que hayan sucedido previamente a bordo…

El día del dungeonmaster

No estamos recomendando que estas zonas de exclusión humana sean el futuro de nuestro régimen de gobernanza global. Estamos presentándolas como algo perturbador aunque plausible para poner al lector en el improbable estado moral del dungeonmaster, el cual es también el improbable estado moral de un soberano. 

En este punto, los dos son casi equivalentes. De hecho, el DM tiene más poder sobre la realidad virtual que cualquier soberano sobre el mundo físico; y está, por lo tanto, más cerca de la trascendencia. Gestionar un pueblo sellado es ser su dios. Para un pueblo poco sofisticado culturalmente, esta percepción puede ser tomada literalmente.

Para gestionar un pueblo sellado hay que ser casi un antropólogo: gestionar las almas y los cuerpos de los de los seres humanos -diseñar el espacio y escribir las reglas sobre las cuales los cuerpos deben existir, diseñar el mundo y escribir el código sobre el que las almas deben desarrollarse.

De nuevo como un dios, el DM también lo sabe todo. Tiene una cámara en cada habitación. Los habitantes del pueblo no interpretan en esto una invasión de la privacidad, sino que lo entienden como la condición intrínseca de la fuerza impersonal y etérea que los supervisa. Idealmente, el DM nunca debería producir ningún milagro y debería dejar a los habitantes gobernarse a sí mismos, como haría cualquier pueblo.

Pero el DM no puede dejar que los habitantes del pueblo vayan demasiado lejos en sus defectos de gobierno. ¿Qué puede hacer entonces? Lo ideal sería mantener el uso de la fuerza lo más abstracto posible. Es suficiente decir que puede extraer a cualquier habitante del pueblo en la zona de exclusión y moverlo hacia otro pueblo o a un pod privado. Con este poder físico, el DM tiene la habilidad de interrumpir el devenir de cualquier patética tiranía humana.

Su poder virtual es divino. Su departamento de tecnología diseña el hardware y el software del pod -tanto la interfaz como los juegos. La interfaz debería ofrecer un sentido de humanidad tan completo como sea posible. El juego debe ofrecer una percepción de realidad lo más humana posible.

Estas características deben integrarse con la experiencia física de vivir en una prisión y comer burritos de cucaracha entregados a través de un tubo neumático de una manera tan perfecta y sin fricción que cualquier ser humano podría nacer y morir de anciano en el pueblo habiendo tenido una experiencia rica y significativa, sin ningún límite extra que los que tendría cualquier persona ordinaria viviendo una vida ordinaria fuera del pod -un habitante del pueblo nunca haría surf, pero tampoco lo haría un habitante de la estepa de Mongolia.

Como ningún pueblo estaría realmente aislado del resto de la humanidad, los pueblos de pods sociales vivirían en un mundo virtual que les permitirá interactuar virtualmente con otros pueblos, incluso con otros tipos de personas. El casamiento entre pueblos, en el cual hombres o mujeres jóvenes se transfieren hacia diferentes tribus, sería un patrón de conducta común. De la misma manera, la guerra entre tribus. O el comercio entre tribus. O la difusión del arte y las ideas…

El DM es un ser humano, no un dios. Como un dios guía a la civilización. Es difícil imaginar que cualquier ser humano, otorgado poderes casi divinos sobre tantos otros hombres y mujeres, fallaría en utilizarlo con al menos el cuidado y la reverencia de un cuidador de zoológico cuya única responsabilidad profesional es mantener a un par de osos pandas solitarios no sólo vivos sino felices y bien alimentados.

Y porque este nivel de soberanía es a la vez casi divino como casi posible, el modelo es un escenario verosímil para un experimento mental relevante en términos de política pública. Nos ofrece una apenas deformada imagen de lo que sería un escenario de autoridad ilimitada. Tratemos de usar el ejercicio entonces para hacer una reflexión más acerca del sentido del gobierno, quizás más profunda y prohibida.

Acerca del dolor y de la muerte

Los pods hápticos de realidad virtual que estuvimos describiendo son difíciles de producir, incluso en 2020. Son fáciles de imaginar, sin embargo. Pero el proyecto de extender su presencia a través del mundo sensorial -de realidad aumentada básica a sensaciones táctiles, quizás olores e incluso una sensación de intoxicación- debe extenderse lo más lejos posible hacia el terreno de lo prohibido.

¿Cuál es el salus populi? El ser humano saludable debe florecer en todo aspecto posible para limitar sus capacidades. Algunas capacidades son intelectuales, algunas son profesionales, algunas son artísticas, algunas son militares. ¿O acaso algunos hombres no nacen soldados? Y si no pueden volverse soldados, su genio queda desperdiciado. Pero si no pueden ser asesinados, entonces no son soldados.

¿Qué es la guerra sin dolor y sin muerte? La guerra, sin dolor y sin muerte, es guerra de pistolas Nerf. Es guerra virtual. Puede ser divertida. De hecho, es divertida. Pero no produce de ninguna manera las virtudes de la guerra real. La guerra, nos dice Heráclito, es la madre de todas las cosas. Los videojuegos es a la guerra lo que la masturbación es a la paternidad. ¿Sobrevolar una galaxia ganando guerras de pistolas Nerf constituye una experiencia humana verdadera?

Llegamos así a la extraña conclusión de que, al menos en algunos casos, la salud humana requiere dolor y muerte. La humanidad es una especie guerrera; sin dolor y sin muerte no hay guerra. Pero ¿cómo podemos simular el dolor y la muerte en un pod háptico de realidad virtual? Bastante fácil, de hecho. Al final de cuentas, tu cuerpo físico ya se encuentra dentro del pod.

Obviamente el pod tiene el poder mecánico -o eléctrico, térmico, químico, etc.- para dañarte. Incluso sería técnicamente posible infringir niveles arbitrarios de dolor sin causar daño permanente en los individuos. Y, por supuesto, si el pod puede drogarte, te puede matar (O quizás el pod parece que te mata pero en realidad te deja inconsciente y luego te despierta en una vida después de la muerte, etérea y celestial, de la que no hay reportes registrados).

Pelear contra otros seres humanos, de forma individual o en una guerra a gran escala, en un juego virtual pero en uno en el que tu fuerza, tu stamina, tu dolor e incluso tu muerte son reales constituye una experiencia completamente diferente a jugar Donkey Kong. Podría ser casi tan heróico como La Ilíada. Podría ser igual de letal que La Ilíada, aún si nadie te estuviese intentando atravesar la cara con una lanza de bronce de manera hiperdetallada.

Compará esto con la humanidad disminuida de un soldado homérico virtual, que en la actualidad sólo podría ser un pseudo-soldado peleando una pseudo-guerra. O las pseudo-peleas, los pseudo-crímenes, los pseudo-dragones o incluso los pseudo-duelos. Este Ajax pasó su vida entera jugando videojuegos. ¿Qué es eso sino deshumanizante?

Compará eso con una modalidad extendida de videojuego en la que nuestro Ajax puede batirse a duelo con Héctor en un duelo singular de uno contra uno y el perdedor resultará realmente asesinado.

En la vida real batirse a duelo es ilegal -y lo ha sido ya por dos siglos. ¿Por qué? ¿Porque es peligroso? También es peligroso escalar el Everest y eso es celebrado. En este caso, la partida usual de realidad virtual con rifles de plasma o lo que sea va a continuar. Y no es que el perdedor va a caer desde tres mil pies para ser aplastado de cara contra el piso y convertido en mermelada humana ni nada traumático. Apenas va a sentir un pequeño spray en la nariz, y listo.

Aún así, si la partida fuese real -o si los combatientes creyesen que es real, o incluso si sólo pudiese ser real- tendría toda la energía del combate entre Ajax y Hector. Todo el mundo vendría a mirar (en realidad virtual).

El ganador del combate virtual sería un soldado real -no un soldado virtual- solo si el combate virtual tiene consecuencias reales. El dolor y la muerte son simplemente modos de juego que habilitan la interferencia sobre los humanos. Una experiencia sensorial sin dolor y muerte sería una experiencia disminuida y paralítica.

Y una vez que habilitemos los duelos uno contra uno, ¿por qué no guerras a gran escala? ¿No es la guerra la actividad humana por excelencia? ¿No son los humanos, cuando son desprovistos de la guerra, deshumanizados? La guerra, nos dice Heráclito…

El principio de la dificultad esencial

Bien, no necesitamos adentrarnos más en la ciencia ficción. De nuevo, este futuro en el que comemos insectos en un pod sellado que es a la vez una prisión virtualizada y una máquina de muerte no es otra cosa que un experimento teórico, no una propuesta. En lo personal creo que la humanidad podría hacerlo muchísimo mejor que esto.

Pero la humanidad también podría hacerlo mucho peor. Y preparar los ingredientes del salus populi en esta distopía sombría e insectívora (los restos de los duelistas asesinados podrían ser usados para alimentar a las larvas que alimentarán a su vez a los futuros duelistas), aunque inevitablemente imperfecta, puede aún ayudarnos a pensar qué significa ser de hecho un chef.

El experimento teórico -que no es una propuesta- nos ha enseñado al menos una cosa importante: que la distancia entre el salus populi y el luxus populi es mucho más profunda de lo que nadie en 2020 puede imaginarse. Mientras que no todo lo que aprendimos del utilitarismo es inútil, seguimos sin saber casi nada acerca de cómo ocho mil millones de humanos deberían compartir este planeta de una forma humana -ni siquiera si eso es posible.

Cuando aceptamos el hecho de que la humanidad no es y no puede alcanzar un estado de salud en ausencia del dolor, de la violencia y de la muerte -no una gran revelación, ni siquiera una revelación nivel Nietzsche, sino más bien una de las verdades más antiguas de la filosofía occidental- estamos obligados a aceptar que la experiencia humana está diseñada en casi todos sus aspectos por la dificultad esencial. En la jerga hedonista, los humanos necesitamos cierto nivel de anti-utilidad [disutility].

La dificultad esencial es la proporción en la que la condición humana resulta insalubre cuando permanece sin oposición, y es la distinción más relevante entre los principios de salus y luxus. De acuerdo al principio de salus, nuestros cuerpos deben ser ejercitados, nuestras mentes deben ser desafiadas, nuestras personalidades puestas a prueba, o vamos a ser menos humanos de lo que podríamos ser.

Este principio nunca fue más importante. La anti-utilidad, en tiempos más antiguos, estaba en todos lados. Nunca soñamos que pudiéramos quedarnos sin obstáculos para superar. Nuestros cuerpos ciertamente no están diseñados para estar agachados recogiendo papas. Nunca estuvo en nuestro horizonte de expectativas que un día íbamos a ganarle a la naturaleza.

De muchas maneras la naturaleza se mantiene como un enemigo activo dentro de nuestro campo. Apenas podemos leer nuestro propio código genético, y no estamos ni cerca de poder escribirlo. Estamos constantemente asaltados por pestes horribles y enfermedades. Nuestras computadoras todavía crashean e incluso nuestra realidad virtual es increíblemente primitiva.

En otras maneras todavía estamos pagando el precio por dos siglos de utilitarismo en los cuales más fácil significaba mejor, por definición. Era difícil darse cuenta en un mundo preindustrial que la persecución indiscriminada de utilidad iba a convertirse, en última instancia, en una fuerza deshumanizante. No que Oliver Goldsmith no se hubiese dado cuenta hace 250 años:

La Aldea Abandonada

La tierra está en desgracia, presa de males próximos

Donde la riqueza se acumula y los hombres decaen,

Príncipes y Señores pueden prosperar o pueden desaparecer

Un soplo puede crearlos, como un soplo los creó antes,

Pero un campesino osado, orgullo de su tierra,

una vez destruido no puede ser reemplazado.

El punto de llegada de más-fácil-es-mejor es la aldea abandonada de Goldsmith. La aldea se encuentra abandonada porque la creciente economía preindustrial de Gran Bretaña demostró que su función ya no es socialmente requerida. La fábrica requiere a todos los herreros de la aldea. Hoy los barcos de contenedores hace mucho que han venido a buscar a los últimos marineros. Y 250 años después, el drone tiene un mensaje claro y conciso para los últimos soldados.

¿Esto es el progreso? Los soldados ya no son perforados por el metal. Los marineros ya no mueren ahogados intentando cruzar el cabo de Hornos. Si no podés ser agujereado ni ahogado, no sos ni un soldado ni un marinero. La dificultad esencial ya no está más ahí. Hay una manera de ser menos un ser humano.

Hacer la navegación fácil nos ha dejado sin marineros -apenas tripulantes. Pronto serán los robots los que van a manejar los barcos de contenedores. Lo cual está bien. Muchas cosas están bien. El fuego está bien. Pero si esto es el progreso físico, es también la destrucción del hombre. ¿Y para qué? ¿Más de ese dulce luxus populi? ¿Otro dólar cincuenta de descuento en un souvenir de poliéster rosa del río de las Perlas?

La dificultad esencial, que incluye todo lo que es desde difícil, complejo, trabajoso hasta lo que es doloroso, peligroso y lo que te puede provocar la muerte, le da forma a toda nuestra historia y es parte esencial de la rica experiencia humana. Todos en esta tierra merecemos una experiencia humana rica, algo que es mucho más importante que el lujo o la conveniencia. Y por más que los individuos dependan de la dificultad esencial, la sociedad depende de ella muchísimo más.

Aquí hay un desafío que ninguno de nosotros ni siquiera sabía que el gobierno tenía. Estamos empezando a ver cuán diferente el principio de salus populi es.

Controlar los juguetes para niños

Habiéndonos salteado los colectivos 3, 4 y 5 -o, al menos, habiéndolos dejado a un costado, como ejercicios teóricos para el lector (una pista: tratá de imaginarlos como dioses)- tratemos de retirarnos de estas fantasías futuristas, extrañas y perturbadoras a ejemplos un poco más simples, casi realistas, de política pública absoluta.

La política es muy simple: controlar los juguetes para niños. La regla es: todos los nuevos juguetes para niños que son vendidos en todos los países deben estar hechos a mano de forma artesanal por súbditos de ese país a partir de productos naturales y orgánicos.

El sentido de esta política es dar un pequeño paso hacia la intervención de la demanda laboral para que se ajuste a la oferta laboral -una tarea que los economistas antes de Smith y de Ricardo, consideraban una responsabilidad mayor del gobierno. Lord Burleigh, el gran visir de Isabel, no tuvo reparos en fortalecer la armada inglesa exigiendo a los ingleses que comieran pescado un día más a la semana -razón por la cual Hamlet llama a Polonius (Burleigh) un pescadero [“fishmonger”]

De una forma abstracta, el punto de controlar los juguetes para niños es generar dificultad artificial. La dificultad es esencial para la experiencia humana y si no podemos depender más de la naturaleza para que nos provea de esta dificultad esencial, reemplazarla es la tarea natural del gobierno.

Como política pública, controlar los juguetes para niños es totalmente ridículo y absurdo. Es casi imposible que alguien acepte eso. No sería popular y es casi imposible que se pueda hacer popular. La política es el arte de lo posible, definitivamente no esta basura hippie. ¿O esta basura nazi? Ya ni siquiera importa -el control de los juguetes para niños sería un completo fracaso en el congreso.

Sería también bastante fácil demostrar que controlar la producción de juguetes es contra-utilitarista. Incluso los economistas austríacos, que son unos puristas de las preferencias incomparables, deberían admitir que un humano joven normal capaz de demostrar preferencias propias mucho antes de los 6 meses, siempre que le diesen la opción, rechazaría en todos los casos los juguetes hechos de productos naturales por la basura plástica estridente producida en el lejano oriente. Y una vez que el precio diferencial es reflejado en el volumen de los juguetes esta preferencia se vuelve incluso más marcada. Así que los niños están definitivamente en contra del control de los juguetes. Por algún motivo no los dejamos votar.

De hecho, el control es un proyecto claro de dificultad artificial. Si la dificultad es esencial a la experiencia humana y si la naturaleza no provee ya este recurso esencial, reemplazarla es la tarea natural del gobierno. Estamos rompiendo la ventana de Bastiat.

Romper la propia ventana es antisocial y trastornado. Producir tus propios juguetes no es ni antisocial ni trastornado. Si no podés decirme la diferencia entre una cosa y otra, Horacio…

Las contras del control de los juguetes 

Examinemos el impacto de la política de control de juguetes -adoptada de forma aislada (por supuesto, no sería adoptada de forma aislada sino como parte de un gran cambio de orden político). Como cualquier política de ventanas rotas, tiene ganadores y perdedores.

Los perdedores del control de juguetes -de acuerdo a cualquier teoría moderna de la economía hedonista- son nuestros hijos. Su deseo hedonista por basura plástica de China queda insatisfecho. Aún más, si asumimos que el presupuesto que tenemos para gastar en juguetes se mantienen constantes (los norteamericanos gastan solo 20 mil millones de USD al año en juguetes, lo que me parece muy poco), es esperable que nuestros hijos vayan a recibir muchos menos juguetes.

Esto es triste. Incluso a niveles dickensianos. ¿Qué crees que van a hacer tus hijos si no sobrestimulan sus circuitos de dopamina con frágiles dosis de novedad? ¿Vas a condenarlos a una adolescencia de abuso de anfetaminas médicas y, luego, a una adicción real, insufrible y hedonista a la autoayuda de adultos?

Sin embargo, ningún utilitarista, keynesiano o austríaco, se atrevería a sugerir que la función utilitaria de los niños es irrelevante solo porque son niños. ¿La utilidad real empieza en serio a los 18 años? ¿Cuál es la derivación praxeológica de este número, los 18? Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio…

El control de juguetes es un ejemplo excelente de salus populi porque entiende que satisfacer los deseos de los niños es muy diferente de cuidar su salud como seres humanos -y cualquiera que sea padre conoce bien la diferencia, incluso si muchas veces nos rendimos a los caprichos.

Los niños necesitan juguetes. Los niños tienen intereses genuinos y reales. Si el control de juguetes es impuesto de forma abrupta, estos intereses van a ser desafiados de forma especialmente severa. En el corto plazo el control de los juguetes implicaría una escasez de juguetes en el mercado hasta que los juguetes orgánicos alcanzasen un incremento en la producción para abastecer la demanda. Hasta que eso sucediese, podrían alcanzar un alto precio, con lo cual solo los hijos de familias ricas podrían adquirirlos. Esto no suena a algo justo.

Hay dos soluciones a este problema. Una solución puede ser permitir la existencia de un mercado de juguetes usados. La vieja basura oriental de la época pre-control podría ser amorosamente intercambiada, al igual que los Fords de la década del ‘50 en La Habana. Los chicos ricos tendrían sus hermosos, hechos a mano, orgánicos, juguetes. Los carpinteros estarían nadando en plata, como los barones de la cocaína o los ingenieros de machine-learning. Pero el plástico se va desgastando y la carpintería no es tan difícil de aprender: con el tiempo, el mercado de trabajo alcanzaría un balance.

La otra solución es una carta de racionamiento temporal para los nuevos juguetes de manera en que -hasta que el mercado laboral alcance el estado de equilibrio- los juguetes orgánicos se distribuirían de forma igualitaria a todos los niños americanos. Esto afectaría los incentivos capitalistas un poco, pero probablemente no tanto.

Una renta universal pero para juguetes también le daría al régimen un incentivo por demanda laboral adicional -emplear a más personas a la vez le daría más juguetes a más niños. El régimen podría escalar y destruir activamente los viejos juguetes de plástico, como si fueran armas de fuego. De alguna manera casi que lo son. Cada uno de esos juguetes se interpone entre un niño y un artesano orgánico, produciendo nada excepto diversión artificial y perenne.

Los pros del control de juguetes 

Ya identificamos a la víctima del control de los juguetes: el inestable y codicioso niño norteamericano. ¿Que recibe el país en beneficio a cambio de sacrificar a tantos hijos despojados?

Asumiendo que el gasto destinado a juguetes se mantenga constante -aunque probablemente se incremente un poco- nuestra nueva industria de juguetes orgánicos podría darle trabajo a 200 mil jugueteros americanos con un salario promedio de 100 mil USD al año. Dado un suministro estable de niños y un gobierno razonablemente estable que vuelva improbable volver a las políticas que favorezcan de nuevo a los juguetes plásticos basura, estás son 200 mil carreras laborales humanas.

Pero no todos los trabajos son creados iguales, incluso más allá del salario. Es muy importante considerar la calidad del trabajo que cualquier medida de dificultad artificial crea.

Producir juguetes de excelencia no es un trabajo menor, aunque tampoco es un trabajo que exija gran creatividad. Es un trabajo artesano calificado. Tiene tanto una condición creativa como manual. El trabajo de este tipo funciona bien con un amplio espectro de los talentos y las inclinaciones humanas. La artesanía es la quintaesencia de la dificultad artificial. Forzar la producción preindustrial de bienes esenciales puede emplear una casi arbitraria cantidad de individuos de muchísimas maneras humanas y gratificantes. Pelear con dragones también, pero no existen los dragones.

Mientras que el salus populi ciertamente involucra mantener a todos trabajando, el mejor trabajo está muy lejos de simplemente estar ocupado en algo. Dickens no exageraba la tragedia humana de la edad industrial temprana que transformó una economía basada en el trabajo artesanal en otra basada en el trabajo industrial -en la que los seres humanos eran usados básicamente como autómatas. Usar a un humano como un robot era solo el primer paso hacia la erradicación total del elemento humano de la producción de bienes de consumo, en sí mismo un terrible paso hacia la deshumanización.

Los economistas tienen una anécdota apócrifa en la que algún profesor libertario, usualmente Milton Friedman, visita un país atrasado, usualmente China, y ve a los trabajadores moviendo la tierra con un pico y una pala. ¿Por qué no usar una excavadora? -se pregunta el economista. Esta gente necesita trabajar, le responde su acompañante. En ese caso -responde- ¿por qué no le dan cucharas?

La diferencia es que cavar  zanjas con una pala es un trabajo humano normal. De hecho, es exactamente el tipo de trabajo no trivial para un grupo de seres humanos normales. Pero cavar zanjas con una cuchara es intencional e inherentemente estúpido y degradante para cualquiera. Lo mismo puede decirse de romper ventanas y después volverlas a arreglar. El trabajo sin sentido en realidad es un castigo.

La demanda de trabajo tiene que ajustarse a la oferta de trabajo cuando la calidad del trabajo se ajusta a las aptitudes de los trabajadores. Idealmente, cada trabajador es desafiado a ejercitar sus talentos y sus habilidades -e incluso más allá. Como los seres humanos no son autómatas sus habilidades no son software, por lo cual puede ser difícil o imposible hacer un upgrade.

Y organizar el trabajo artesano de forma apropiada no necesita demasiada inventiva. La respuesta a la pregunta es bien conocida: el sistema europeo de gremios. Hay muchos sistemas de tecnología social y política medieval que no pueden ser aplicados o incluso definidos en el contexto del siglo XXI. Pero el sistema de gremios -con su carrera de aprendizaje, desde el aprendiz, oficial y maestro- es esencialmente perfecto.

El sistema de gremios no es perfecto para maximizar la satisfacción del deseo humano. No es perfecto para maximizar la producción de la basura de moda que podamos convencer al público de comprar. Es perfecto para maximizar la calidad de los productos. Es también perfecto para maximizar la experiencia de los productores.

Reducir el poder de la economía para satisfacer los deseos humanos, especialmente los que no son saludables o los que son improductivos, incrementar la demanda del trabajo que es saludable para mantener a la gente saludable es obviamente una política atractiva para cualquier régimen operando bajo el principio de salus populi.

Reintroducir selectivamente estructuras y métodos preindustriales de producción, lo cual significa destruir lo que los hedonistas llaman “productividad” como la conocemos hoy, debería ser obvio en un mundo en el que la tecnología nos ofrece la productividad para destruirnos a nosotros mismos. Que esta política pública absoluta sea imposible de alcanzar bajo nuestro presente orden no es la culpa de la política y tampoco es causado por una escasez de productividad (Carlyle y Ruskin tenían pensamientos similares, pero estaban demasiado temprano en la revolución tecnológica para verlo)

Tanto para el gobierno democrático de vox populi como para el gobierno utilitario de luxus populi, la regla del control de los juguetes es imposible. Si se aplica la regla de salus populi, en cambio, es una obviedad. Con lo cual este pequeño caso de estudio mitad posible y mitad absurdo puede ayudarnos a decidir respecto de qué camino de los tres grandes principios de gobierno disponibles en la góndola te parece más agradables.

Conclusión

Esto concluye la primera parte de Gray Mirror. Hemos tenido una pequeña muestra de nuestra cantera elusiva, la política pública absoluta. Por primera vez, en términos democraticos, podemos decir qué es lo que apoyamos. Nuestra medida despiadada y sin piedad es: produzcan más juguetes de madera.

Y sí, nos tomó 50 mil palabras llegar hasta esta constatación. Aparentemente, cuando uno empieza a practicar el esgrima pasa meses practicando solo el juego de pies. Solo cuando aprendés a caminar es que te entregan la espada. Y no una espada afilada, por supuesto.

Pero en la historia, la política e incluso en la filosofía no hay espadas sin filo. Y no es que no sepamos ni siquiera gatear un poco. Todavía. Pero estamos aprendiendo. ¿Podés sentir como ya estás aprendiendo?

Disclaimer. Contenido libre de financiamiento del Departamento de Estado.
Escribe: Diego Vecino
13 Feb. 2025
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