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Lo sublime, lo grotesco y lo solemne en las elecciones legislativas de CABA

Diego Vecino
30 Abr. 2025
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La neurosis porteña es el sismógrafo de las sutiles y horribles transformaciones de la política argentina

Los porteños -una casta de individuos endogámicos, resentidos y feminizados, intelectualmente superiores, elegidos por Dios para liderar y para fracasar, la gran casa de Habsburgo argentina- nos preparamos para el triunfo de Leandro Santoro y de su lista en elecciones en la ciudad. El hecho trasmite la intrigante emoción de la primera vez. Pero también tiene un poco del mustio sabor de lo ya conocido, de lo que ya ha sido transitado, de lo que huele un poco rancio. ¿Por qué?

Durante las últimas dos décadas CABA fue la trinchera en donde la izquierda caviar escenificó la resistencia espiritual al peronismo real. Durante esas dos décadas los habitantes de esta triplehijueputa ciudad venezolana votamos al PRO con fervor apostólico para oponernos al kirchnerismo, una fuerza arrogante, grasa y moralista, que amenazaba con someternos psicológica y sexualmente a sus caprichos de aristocracia cabeza. Con ese afán incluso llevamos a Mauricio Macri, el gran marchand del clinton-obamismo criollo, a la Casa Rosada. Macri, aunque había sido un maestro interpretando el legado socialista champagne de De la Rúa, Ibarra y Telerman en nuestro pago chico, naufragó por indeciso y cobarde cuando se enfrentó al Goliath villero que es nuestro hermoso y salvaje país.

Los porteños, sin embargo, con nuestra sensibilidad especial, percibimos hoy el cambio en las fuerzas cósmicas electorales. Una transformación sutil y sólo observable por una población altamente neurótica. Es decir, algo que se mantiene aún invisible para la mayoría de la población argentina. Esto nos está llevando a abandonar rápidamente a nuestro desgastado partido amarillo y abrazar a su nueva expresión marcaria. ¿Qué es lo que estamos viendo? En mi opinión, dos cosas:

Primero, que desde el 2023 hay en la Argentina una nueva fuerza grasa, arrogante y moralista. Es decir, hay un nuevo peronismo.

Segundo, que el kirchnerismo, liderado por Cristina, fue disputando y ganando la posición de fuerza neoliberal de izquierda, institucional, hedonista, globalista, atea y atlantista. De hecho, en la ciudad y a partir de cierto momento empezamos a notar, no sin cierto horror, que en nuestros círculos exclusivos de fabianos subtropicales había cada vez más peronistas y cada vez menos antiperonistas: en el Konex, en la Plaza Mafalda, en la librería Céspedes y en Eterna Cadencia, en la clase de acrobacia de los chicos, etc. ¿Que fue esta extraña y aterradora brujería? A lo largo de la última década, lo que antes era una prerrogativa de la clase culta e intelectualmente formada de la Capital Federal -esto es ser de derecha– se volvió cada vez más y más difícil al norte de la avenida Rivadavia.

Cómo el partido de los perdedores se transforma en el partido de los ganadores

En realidad el PJ Capital ya representaba este devenir cultural, aunque siempre fue una rareza porque el peronismo era el partido de los perdedores. O, como dicen los norteamericanos, el partido del “rum, romanism and rebellion”. El partido de los católicos del interior, de los negros y de los pendencieros. El partido de los que llegaban al 15 de la sobrina con un traje viejo y manchado, y que salían del baño con la bragueta abierta. El PJ Capital, entonces, operaba en oposición al movimiento nacional. Era necesario tenerlo, sí. Era incluso inevitable. Pero no estaba para darle mucha bola.

Hasta que llegó el kirchnerismo.

La boleta de Es Ahora Buenos Aires expresa a la perfección la verdad melancólica de la muerte del peronismo con una lista armada por la Auditoría General de la Nación y el Sindicato de Trabajadores de Edificios como un pequeño tributo al cuentapropismo político. Es decir, una lista de mediocres, corruptos de baja intensidad y globalistas de ONGs. Un catálogo de personajes de Jorge Asis: la amante de un oscuro operador gremial de medicina, un cosplayer de juventud peronista y, para completar, un ladrón de bancos. Un inventario de identidades mainstream de la tragedia social porteña.

Por estas razones el triunfo de Santoro el 18 de mayo es necesario. Pero aún más importante, su triunfo en 2027 es inevitable. Espiritualmente, la valencia electoral de la Capital debe contrapesar la hegemonía peronista de Javier Milei en el país. Milei necesita a las figuras del macrikirchnerismo pastel atrincheradas en el gabinete del GCBA, resistiendo a la dictadura fascista a través de la sobreactuación épica de canteros con sobreprecio y la aplicación solemne de políticas urbanas sin impacto real, o teatralizando peronismo aesthetic y llamándole pragmatismo no a solucionar problemas de la población sino a votar candidatos de mierda, etc.

Un obstáculo epistemológico perfecto para la reorganización del peronismo

La ciudad de Buenos Aires gobernada en 2027 por Santoro y a partir de 2031 por una IA entrenada con el talonario de facturas B de Fede Gnocchi y los dms de coger de Anacleta Chicle se va a convertir en el santuario a donde irán a refugiarse los críticos de Javier Gerardo Milei que lo acusa de fascista y de payaso, que se horroriza porque desprecia al poder legislativo y gobierna por decreto sin entender que esas acusaciones son conservadoras y patológicas aún si, de vez en cuando, puedan ser verdad.

Bajo este régimen benevolente y neurótico CABA se convertirá, al fin, en el gran Parque Nacional que siempre estuvo destinado a ser, donde los neoliberales de izquierda que hoy se encuentran en peligro de extinción por la desaparición del ecosistema que les dio nacimiento (el ciclo depresivo del menemismo, el crash del 2001 y la larga hubris kirchnerista) podrán mantener su sistema de creencias derrotado, pero, más importante, en donde tenga lugar ese simulacro de oposición al mileismo, la persistencia de esta absoluta mediocridad de palabras lindas, consignas bellas, de public policy modernizadora e ineficaz, de narrativa frívola, de renders, de afiches, de estética corporativa, etc. que garantice que que la reorganización del peronismo en un frente oposición real a Milei -y por real me refiero a que rechace al fin el sentido neoliberal de su identidad política- nunca suceda. 

Fuente de la imagen: el enigmático usuario de X conocido como @Ciberiluminismo

La ciudad sería el gran Disneylandia perverso y ballardiano que nos mantenga en el retraso mental eterno. Es decir, el obstáculo epistemológico perfecto que el mileismo necesita para asegurar su hegemonía por veinte años, en caso de que bajar la inflación y liberar el cepo no fuese suficiente dada la delicada situación social. Bajo este triunfo el 18 de mayo el peronismo podrá alimentar eternamente la esperanza de una reconstrucción progresista ineficiente, ombliguista y con altos recursos materiales que lo mantenga entretenido e impotente por un largo tiempo.

De hecho, como kirchnerista de ultraderecha, mi sugerencia para Karina es que apoye a la lista de Es Ahora Buenos Aires con recursos del Estado nacional y que en lugar de votá a Milei votando a sus candidatos, la consigna sea votá a Milei votando a Santoro. Seamos sinceros, los candidatos de LLA no son necesariamente brillantes y creo que la estrategia que planteo acá es demasiado obvia.

Lo que el peronismo neoliberal no entiende de la época

La ventana perfecta para observar todas las limitaciones del peronismo porteño son las editoriales de Tomás Rebord, gran comunicador y humorista que dejó de ser gracioso en el instante en que Javier Milei asumió la presidencia.

Frente a esto hay dos hipótesis que escucho seguido: la primera es que la paternidad lo destruyó intelectualmente, algo que la paternidad de hecho hace durante los primeros tres años de alta toxicidad espiritual del bebé. La segunda es que los compromisos políticos que asumió lo limitan demasiado y le impiden tener los gestos rebeldes y genuinos que tenía antes. Ambas son buenas, pero a mi criterio pasa algo distinto y peor. Para mí lo que le pasa es que no entiende a Javier Milei como presidente: lo piensa como una figura de autoridad tradicional e intenta burlarse de él con chistes que resaltan sus rasgos ridículos y sus contradicciones, sin tener en cuenta que Milei es inmune a la parodia porque ya incorpora la autoparodia, la grosería y la obscenidad en su discurso y en su forma de ejercer el poder. Es lo que Foucault llamó el poder grotesco, haciendo referencia a la obra Ubú Rey, de Alfred Jarry (1896): un monarca que maximiza los efectos del poder que ejerce a partir de la descalificación total de sus atributos para ejercerlo.

“Calificaré de grotesco el hecho de poseer por su status efectos de poder de los que su calidad intrínseca debería privarlo. Lo grotesco, o si lo prefieren, lo ubuesco, no es simplemente una categoría de injuria. El terror ubuesco, la soberanía grotesca refiere a la maximización de los efectos de poder a partir de quien los produce: no es un accidente del poder, una avería de su mecánica, es uno de los engranajes que forma parte inherente de los mecanismos del poder” (clase 8, 1975, Collége de France).

Frente al poder grotesco el humor, la parodia, la burla, la mofa y el chiste son ineficaces y están de más. Lo único que es capaz de enfrentar al grotesco y herirlo es lo sublime. El único gran representante de lo sublime en la Argentina del último tiempo fue el Papa Francisco, y por eso fue una figura tan reactiva para Milei al punto de que prefirió faltar a la capilla ardiente para homenajear a un gallego marginal en la universidad de verga de Benegas Lynch, un gesto ofensivo y autista incluso para quienes lo bancamos.

Rebord, como parte del arco opositor a Milei y como pequeño niño pagafantas de las artes blandas, siente un reconocimiento intuitivo de lo sublime y tiene un impulso de alcanzarlo, pero su condición de pastor sin escolástica y de clown televisivo hace que su intento por asirlo sea vano. En consecuencia cae con frecuencia en su otro opuesto: lo solemne. Lo solemne es el gran espacio de enunciación del progresismo global y, por ende, del peronismo, que cierra la tríada discursiva del poder en la Argentina. 

Lo solemne, en tanto genera efectos de exposición marchitos, narcisistas y anales (y así es como comunica el peronismo, desde las edibordiales hasta los largos tuits de CFK, desde los discursos de Kicillof hasta las llamadas de Máximo Kirchner a no pagar la deuda externa), es incapaz de penetrar la soberanía grotesca y, en cambio, refuerza y maximiza su efectividad cínica, descarada e irreverente. Mientras que lo solemne es siempre un fenómeno conservador, lo grotesco es esencialmente conservador pero se disfraza de revolucionario y, de hecho, es capaz de producir ciertos efectos de transformación al sacudir las anquilosadas estructuras del ejercicio del poder, sin necesariamente redistribuirlo. Lo sublime, finalmente, es revolucionario pero parece conservador, y este es el motivo por el cual tanto lo grotesco como lo solemne lo desprecian -el motivo por el cual los progresistas rechazaron al Papa Francisco y hoy quedaron todos en offside aunque intenten recular reconociendole valores seculares pero manteniéndose impermeables a los misterios de la Fé.

Milei como Amo lacaniano

La diferencia entre el mensaje ideológico de Milei (un discurso fuertemente moralizador) y su performance pública grotesca (decir cualquier cosa que se le ocurra, deshonrar constantemente lo que los neoliberales llaman la “investidura presidencial”, putear a otros economistas, cantar canciones groseras sobre miembros de la oposición siendo violados por el culo, etc.) dice mucho acerca de lo que las figuras supuestamente “jóvenes”, “novedosas”, “renovadoras” del peronismo porteño entienden mal sobre la época que habitan, justamente porque son presas de la solemnidad: Milei no es un avatar del programa de austeridad fiscal y permisividad moral neoliberal que ellos creen sino que, por el contrario, es una forma quizás apenas pervertida del Amo lacaniano -una figura dictatorial destinada a resolver el estado de crisis y depresión política en la que nos metió el kirchnerismo.

Dice Alain Badiou: “La figura del Amo es necesaria especialmente en situaciones de crisis profundas. Su función es producir una división verdadera entre quienes desean mantenerse aferrados a los viejos parámetros y aquellos que empujan por el cambio necesario. Es esta división violenta -y no los acuerdos oportunistas- la única y verdadera vía hacia la unidad social”. 

En este punto, el mejor ejemplo para pensar a Milei es de Gaulle. 

Cuando de Gaulle, en su acto histórico, rehusó reconocer la capitulación de su país frente a Alemania y resistió la ocupación, se erigió como el verdadero representante del pueblo francés. Este acto, “antidemocrático” en tanto no expresaba los deseos manifiestos de la mayoría de los franceses que en ese momento apoyaban al regimen nazi y preferían retornar a algún tipo de “normalidad” cotidiana, catalizó sin embargo la verdad histórica de su tiempo y de su pueblo, y lo convirtió en el lider de Francia.

El ejemplo es pertinente en tanto el kirchnerismo, con las primeras medidas de lo que luego sería el cepo (2011) y las infames Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones (2012) que buscaban evitar tener que enfrentar la obligación de recomponer los desajustes macroeconómicos que ya en ese momento eran evidentes -y envalentonado por el microclima triunfalista del 54%-, creyó que podía finalmente convertirse en una élite política sin una élite económica. O, mejor, en una élite cultural con asistencia social, un modelo calcado al del régimen de Vichy. 

También es pertinente en tanto el supuesto ajuste que Milei hace sobre la población y que en teoría debería ser “antipopular” y, por ende, rechazado, finalmente es tolerado por su capacidad de revelar una verdad profunda: que el verdadero nuevo avatar del desquicio neoliberal no es La Libertad Avanza sino el peronismo, y que Es Ahora Buenos Aires es una lista no de oposición sino que compite dentro de la gran interna de un oficialismo porteño agrietado frente a la decadencia de su proyecto político, en disputa por el control de la gran caja de la ciudad versus las listas que encabezan Lospennato, Rodríguez Larreta, Yamil Santoro, Lula Levy y Paula Oliveto.

Un largo y necesario paréntesis sobre nuestra democracia de mierda

El gran pecado neoliberal de nuestra democracia es la Reforma constitucional de 1994 que terminó de destruir los antiguos cimientos del poder monárquico.

El último gran monarca argentino fue Juan Domingo Perón, que en su famoso texto La hora de los pueblos, de 1968, advirtió sobre los peligros de la introducción de la democracia liberal anglosajona en nuestro país, un régimen de gobierno que tenía como objetivo disolver el espíritu nacional y someternos al proyecto colonial anglo-americano triunfante tras la primera guerra mundial bajo el nombre de “comunidad internacional”. 

Perón fue realmente el único tipo que la vio de verdad en este país, y tras su derrocamiento la monarquía argentina nunca se recuperó, pervertida por gobiernos que fueron apenas pálidos intentos por imitar y simular ese gran poder soberano, minados por la inestabilidad política crónica.

Monarquía, por supuesto, se utiliza aquí en el sentido yarviniano. Brevemente: un sistema de gobierno en el cual quien está a la cabeza del Estado -el soberano- es quien toma las decisiones ejecutivas de gobierno de hecho. Es decir, un sistema de gobierno donde el poder formal y el poder real están reunidos en la misma persona. Esto se diferencia de las oligarquías modernas donde una casta oculta de profesionales y expertos que ocupan posiciones en instituciones que ocultan su accountability detrás de una fachada de saber académico y una estructura jurídica de división de poderes son quienes realmente toman las decisiones mientras nosotros elegimos figuras teatrales para representar una especie de mise en scène del poder.

Roca fue un gran monarca argentino. Yrigoyen fue un gran monarca argentino. Perón fue el último que realmente ejerció el cargo en full capabilities, y Menem fue el último monarca in nomine, aunque desgastado y marchito. Lamentablemente, se encargó de vender los ecos de ese antiguo e importante poder a cambio de un mandato más, y con esto nos condenó a todos a nuestra actual existencia lánguida y maligna.

Alguna vez el Estado argentino fue capaz de encarar grandes obras épicas de infraestructura y gestas heróicas. En 1857 se inauguró la primera línea ferroviaria, a partir de la cual aceleramos la construcción de una red que en 1880 ya llegaba a los 2515 kilómetros. Entre 1876 y 1877 Adolfo Alsina, Ministro de Guerra del monarca Nicolás Avellaneda, construyó un sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones a lo largo de toda la provincia de Buenos Aires con el fin de defender a los colonos, estancieros y comerciantes de los ataques aborígenes. Esto fue parte de una gran campaña militar que finalizó en 1885 en el que la República Argentina conquistó grandes extensiones de territorio hasta la isla de Tierra del Fuego, fijando postas, pueblos, estancias y estableciendo rutas comerciales. El 1 de diciembre de 1913, la ciudad de Buenos Aires inauguró la primera línea de subte, que unía las estaciones Plaza de Mayo y Plaza Miserere. Cinco meses después se extendió la actual línea A hasta Río de Janeiro y el 1 de Julio se extendió hasta Caballito.

En fin, estos son solo algunos hitos que puedo nombrar rápido y googleando poco. Pero lo cierto es que durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX Argentina construyó bases en la Antártida, aviones a reacción y grandes autopistas, obras de infraestructura monumentales destinadas a materializar una visión trascendente de la sociedad. Todos estos fueron logros de la monarquía argentina.

Resulta curioso entonces, a la luz de aquella sociedad barbárica cuyos vestigios sin embargo seguimos encontrando en nuestra vida cotidiana (rutas, monumentos, líneas de subte, que continuamos utilizando), que hoy, 150 años después, gracias al alineamiento con el neoliberalismo occidental, gracias al proyecto democratizador y normalizador del alfonsinismo, y gracias a la gran Reforma de 1994 que llevó a la Argentina a alcanzar finalmente los estándares del mejor sistema de gobierno de todos los tiempos y, mejor aún, a darle estabilidad, y que luego de décadas transitando la barbarie, el salvajismo y la ignorancia política del caudillismo, del localismo, del hiperpresidencialismo sin controles ni checks institucionales, de elecciones manipuladas, de golpes militares, etc, que finalmente nos hemos elevado al máximo nivel de iluminación institucional y política y participamos de un sistema democrático parity con la crema del mundo europeo y norteamericano, sin embargo si quisiéramos construir una estación de subte falopa, un puente peatonal de mierda, un paso a nivel o un par de kilómetros de ruta mal asfaltada probablemente no podríamos, como realmente no podemos, sin tardar al menos 35 años y debatirlo hasta la muerte en quince comisiones parlamentarias llenas de Fede Gnocchis, es decir, tipos ignorantes pero que deben representar correctamente a los doscientos intereses sectoriales superficiales y narcisistas de las facciones políticas que muerden del presupuesto estatal.

Esta es la excelsa racionalidad del mejor sistema político del mundo.

Como alguna vez escribió el poeta Alejandro Rubio: Me recontracago en la rechota democracia.

De hecho, llevemos el argumento un poco más allá. Hace cien años el Estado argentino conquistaba la totalidad del territorio patagónico con una capacidad tecnológica que era un millón de veces inferior a la que tenemos hoy. Es decir, no tenían teléfonos, no tenían impresoras y no tenían internet. Imagínense cuán bien coordinada tenía que funcionar esa burocracia para poder lograr eso tan solo con caballos, palas y papeles escritos con pluma y a mano. La comparación entre ese Estado y nuestro Estado hoy vuelve evidente que estamos transitando una época de colapso absoluto en la capacidad estatal para gestionar la sociedad, incluso teniendo en cuenta el enorme efecto mitigante del desarrollo tecnológico. Y resulta evidente que, si bien todo el sistema político es responsable de esto, fue el peronismo 1983-2023, el principal arquitecto de la disolución e infantilización del poder soberano y su principal beneficiario.

El PRO es el ala derecha de un gran perverso partido neoliberal de izquierda llamado Argentina

La inutilidad de los gobiernos para resolver problemas inmediatos u ofrecer un horizonte de futuro es la prueba de que la democracia liberal, sofisticada, con división de poderes, el gran summum de la gobernabilidad moderna, es en realidad la objetivación institucional de la destrucción y paralización de todas las capacidades del Estado. Su estabilización en Argentina, que en la escuela nos enseñan como la gran conquista del pueblo argentino post ‘83, también es en realidad otro signo de la indiferencia del sistema democrático y de su debilidad frente al poder. El espectáculo electoral es en realidad entretenimiento, deporte o pornografía del poder pero nunca verdadero poder. Si estuviésemos lidiando con verdadero poder en las elecciones todavía estaríamos bajo la amenaza de golpes o de intervenciones extranjeras. Al colapsar la capacidad de gestionar la política y la sociedad, la Reforma del ‘94 termina de asegurar este mecanismo de estabilización institucional alojando el poder real en otro lado, no en las figuras teatrales que elegimos para fetichizar nuestra participación en el sistema.

Cristina y Lilita Carrió son las dos grandes hijas de la Reforma del ‘94, como experiencia de negociación palaciega y conceptualmente. Por eso, después de la crisis del 2001, ambas se van a esforzar por reconstruir un detonado sistema de partidos siguiendo el blueprint de esa reforma, aunque insuflando el aire de la experiencia política que las marcó culturalmente: el Frepaso y la Alianza. El sueño de la concertación de esos años iniciales, tras la derrota del aparato duhaldista en PBA, sería entonces el de un kirchnerismo que trascendiera la agotada, arcaica y conservadora identidad del peronismo y diera nacimiento a una coalición de centro-izquierda frente a un PRO que se presentaba como una coalición de centro-derecha, aunque ambas compartiendo algunos acuerdos fundamentales en materias de política económica, derechos humanos, alineación geopolítica y cultura.

Lo perverso del experimento, único en el mundo, es que ambas coaliciones se constituían como el ala izquierda y el ala derecha de un mismo y gran partido de izquierda neoliberal: el gran Partido Demócrata que será la Argentina post-2003, en donde no habrá un verdadero partido de derecha para contrapesar el espiral de delirio económico y social. Sobre este telón de fondo es que Néstor habilitó el triunfo de Mauricio Macri, miembro hasta ese momento del PJ de CABA, como candidato independiente dividiendo el voto progresista. 

Este programa de gobernanza tuvo varios momentos de crisis: 2008-2009, con la crisis del campo que partió la “concertación”, 2013-2015, con las disputas internas que van partiendo de a poco la coalición oficialista (Frente Renovador, CGT, etc), 2017-2018, con la crisis económica que obliga al gobierno a acudir al FMI, etc. Cuando llegamos a 2019 el ciclo del antagonismo bipartidista consensuado estaba totalmente agotado, además de por la incapacidad de los liderazgos de Cristina y de Macri, por el colapso del modelo económico que la alternancia no había sido capaz de resolver justamente porque había sido diseñada para no tocar sus grandes dogmas y, por ende, para no resolverlos: asegurar la continuidad de un ciclo descerebrado y neurótico de aumento exponencial del déficit fiscal y la serie alternada de devaluación para ganar competitividad de corto plazo seguida por shocks de emisión / deuda para recomponer los salarios afectados por esa devaluación.

Prolongarlo cuatro años más, en 2019-2023, fue, como vimos, suicida, lo que tuvo como consecuencia que la recontrachota democracia de 1983 y 1994 se desarmara entre nuestros dedos.

Milei pinchó a Moby Dick 

En la ciudad de Buenos Aires este acuerdo funcionó sin fricciones y en silencio bastante mejor y hasta 2023 porque el distrito es económicamente más solvente y sus habitantes somos ancianos, deprimidos e idiotas. Como el peronismo no podía aspirar a ocupar la jefatura de gobierno por limitantes espirituales insalvables (la herencia de un sello electoral estigmatizado por la ciudadanía) los términos del acuerdo eran más claros y menos disputados: los candidatos del PRO -más presentables, blancos y refinados- ocupaban el ejecutivo y le habilitaban el acceso de algunas generosas cajas (construcción, basura, comedores escolares, etc.) al peronismo quien, a cambio, era bondadoso con las auditorías de los contratos y aprobaba los negocios inmobiliarios en la legislatura, algo que se vio con el penoso último código urbanístico.  

Este sistema perfecto aseguró altos niveles de coordinación “democrática” entre las dos alas del partido oficialista durante las dos décadas perdidas en las que la ciudad no se desarrolló: no aumentó su población, no aumentó su densidad, no construyó subtes, no mejoró su infraestructura, en fin, no hizo absolutamente nada. De hecho, tras las dos décadas de co-gobierno PRO/PJ la ciudad a todas luces empeoró: más embotellamientos, menos frecuencia de colectivos, peores servicios públicos, menos vacantes en los colegios y peor calidad de la escuela pública, más suciedad, mucha más inseguridad, plazas enrejadas, más gente durmiendo en la calle, peores servicios públicos, etc.

Aún así el sistema decadente y degenerado estaba preparado para continuar eternamente con el beneplácito de una población sobrestimulada hasta el punto de la lobotomía por la grieta, sino fuese porque el colapso del modelo económico y político neoliberal tras la pandemia y la irrupción de un verdadero partido de derecha, La Libertad Avanza, y de su gran Amo lacaniano, que expuso lo depravado de este orden en ruinas, finalmente balcanizó la antigua alianza. 

Cuando Melville describe la caza de las ballenas en Moby Dick, dice que: “una de cuyas peculiaridades es tener una estructura entera no valvular de los vasos sanguíneos, de modo que cuando es perforado incluso por una punta tan pequeña como un arpón se inicia inmediatamente un drenaje mortal en todo su sistema arterial. Puede incluso decirse que su vida brota de ella en corrientes incesantes. Sin embargo, es tan grande y tan vasta la cantidad de sangre y tan distantes y numerosas sus venas que seguirá sangrando y sangrando durante un período considerable; de la misma manera que un río continuará fluyendo en el medio de una sequía porque su origen son manantiales ubicados en colinas lejanas e indiscernibles”. [la traducción es mía] La lista de Es Ahora Buenos Aires, las actitudes impostadas de sus candidatos, nos hacen recordar un poco a esta bella metáfora de laceración. El peronismo neoliberal sigue nadando con la inercia de su tamaño pero por la torpeza de sus movimientos entendemos que ya ha sido herido de muerte, solo que quizás él mismo no lo sepa. Desde nuestro pequeño bote ballenero perdido en el medio de alta mar podemos ver la sangre tiñendo el agua a nuestro alrededor.

Por esto Adorni no necesita hacer campaña, no tiene que proponer nada ni prometer obras. Le basta solo con mostrar su cara de gamer fatigado y hacer referencia al poderoso Amo lacaniano que le dio el puntazo a la ballena.

Cómo mueren las ciudades

Santoro, por su parte, ya anunció que, de ganar, tiene pensado establecer alianzas en la legislatura con Rodríguez Larreta, la Coalición Cívica y Evolución Ciudadana. Esto es como decir que quiere ponerle una curita al orificio por donde entró del arpón y darle a la ballena un mejoralito, algo posible porque, exceptuando la retórica vistosa sobre “auditorías” de contratos que el peronismo ya viene haciendo hace años, y la pelotudez de la crueldad, todas las listas del macrikirchnerismo expresan el mismo proyecto para la ciudad de Buenos Aires, que podríamos resumir como negocios inmobiliarios + municipalismo cosmético.

Ninguna de las listas en la interna es capaz de presentar, ni siquiera de forma abstracta o impresionista, high level, una idea del tipo de desarrollo urbanístico y la visión que tienen para la ciudad: ¿fetichismo conservacionista melanco o tecno-aceleracionismo urbano? ¿desarrollo industrial o tecnológico? ¿densidad poblacional? ¿transporte público? les chupa un re huevo.

En la hora última de la degradación estatal me pregunto si alguien será capaz de plantear que necesitamos crecer al menos tres millones de nuevos habitantes en los próximos cinco años e invertir guita para tecnologizar el sector económico decadente de la ciudad, todavía dependiente de un sector servicios que está agotado y en desbandada hacia la zona norte del GBA, para volver viable esta ciudad lánguida y envejecida. El único horizonte de la imaginación neoliberal, sin embargo, parece ser que hay que hacer aros de basket y canteros en Balvanera, Pompeya y Soldati, o que hay que hacer “una ley” para ofrecer exenciones impositivas a los dueños de los departamentos del microcentro para que los ofrezcan como viviendas, la idea más pelotuda y falsa del mundo porque el problema de esos edificios suele ser que no tienen desagües suficientes (las oficinas comparten uno baño por piso) y que la zona no ofrece infraestructura para vivir (supermercados, jardines de infantes, escuelas, plazas, nada). 

El voluntarismo parecería surgir de la ignorancia o del cinismo. En este contexto, prevalece tirar fruta. Y en realidad, a nadie le importa, porque objetivamente se vuelve irrelevante en tanto las pocas personas que quedarán votando finalmente a estas listas llenas de mediocres serán la minoría sobrepolitizada que de todas formas ya no vota por propuestas sino por identidad. La consecuencia, sin embargo, es que -gane quien gane- quedamos empantanados en el cuadrante de la máxima degradación de la capacidad estatal y máxima solemnidad.

Reflexión final para mandriles

Entiendo que lo que sostiene la ilusión posmoderna de virtud de nuestros representantes es que las instituciones de gobierno en las que operan se sienten inmanentes o incluso naturales, no como si alguna vez fueron diseñadas sino como si hubiesen crecido de la tierra. Este es un principio fundamental de la sociología que todos parecemos haber olvidado.

Y sin embargo, es importante recordar, aquí y ahora, que todo nuestro sistema de gobierno fue alguna vez un dibujo en una servilleta de Tabac. Y que está en nosotros pensar y cuestionar los reflejos condicionados que nos mantienen atados a los rituales de persistencia y conservación de esta inútil democracia porteña. 

Si observaste el afiche color verde de Leandro Santoro abrazando a una vieja que parece un perro sucio que parece una vieja, y que dice “se termina el tiempo de la crueldad”, un afiche que sin dudas fue engendrado por el hijo perverso que tuvieron el larretismo y la campaña a gobernadora 2015 de María Eugenia Vidal, es difícil que no entiendas de lo que hablo.

Disclaimer. Contenido libre de financiación del Departamento de Estado.
Escribe: Diego Vecino
30 Abr. 2025
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