1. Peronismo startup. Resulta evidente hasta para el más obtuso de los compañeros, y el reciente cierre de listas legislativas en la ciudad de Buenos Aires así lo demuestra, que el horizonte de imaginación del peronismo -en especial el de su último avatar histórico, pero no exclusivamente- está tocando el límite del agotamiento. Nos encontramos a nosotros mismos repitiendo fórmulas pasadas que ni siquiera fueron exitosas la primera vez, como si no pudiésemos ya concebir nuevas gestas ni pensar para nuestro pueblo un futuro con nuevas posibilidades de acceso al bien común general. En términos políticos, económicos, éticos y hasta estéticos la falta de ideas es la constante del momento, y cada vez resulta más difícil referirse a una crisis del movimiento porque lo que asoma enseguida es el término decadencia. Si las crisis son etapas temporales que se atraviesan con mayor o menor suerte y que ayudan a crecer, la decadencia, en cambio, conlleva un declive, una declinación ominosa que no es posible desandar y que es necesario aceptar para volver a empezar de cero.
Justamente De cero a uno: cómo inventar el futuro es el título de un libro que el usurero tecnofeudalista Peter Thiel publicó hace unos diez años. Planteado estilísticamente como un manual de management para emprendedores ávidos de crear o levantar empresas startup, el texto incluye algunas reflexiones valiosas para cualquier empresa humana que busque modelar el mundo. Basándose en su propia experiencia al crear PayPal y en su vasto conocimiento del universo Silicon Valley, Thiel va lanzando máximas y principios de acción que a todo constructor de futuro le convendría atender.
Un concepto central de su cosmovisión es que a la hora de proyectar el futuro, podemos pensarlo de dos formas. Una es la que él denomina “progreso horizontal”, que consiste en copiar cosas que ya funcionan. Esto, en palabras de Thiel, implica “ir de 1 a n”: tomar algo que ya existe y multiplicarlo exponencialmente para inundar el mercado. En el polo opuesto de esta forma de imaginación futurista está otra ecuación numérica, la que le da título al libro: saltar del 0 al 1, de la nada a la existencia. A esto Thiel lo denomina “progreso vertical”. Hablamos, para ser simples, de hacer algo que nadie haya hecho antes.
“O inventamos o erramos”, dijo el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, cuando ya los patriotas americanos se habían lanzado a la epopeya de la independencia. La nueva realidad de América le hacía notar que copiar aquello que en Europa agonizaba sería ir al fracaso sin remedio. Nuevas formas para nuevas realidades se imponían y, aunque la joven patria americana terminó no siendo lo que esperaron, esa noción de estar ante la necesidad de algo nuevo no estuvo errada. Hoy estamos ante una circunstancia parecida.
Thiel sostiene que al progreso horizontal a gran escala le corresponde un orden económico, social y político: la globalización. Ese orden, para ser breves, no sería otra cosa que la extensión, en todo el mundo y en todos los planos, de cosas que funcionaron previamente en alguna parte. La economía de mercado, la democracia liberal, la división del trabajo, la igualdad de clases y géneros, la racionalización de la naturaleza, la cultura del consumo y todo aquello que alguna vez haya funcionado en algún rincón del planeta, extendidos hasta lo imposible, con acuerdo o sin él, para gobernar y uniformar cada existencia humana. En cambio, dice Thiel, al progreso vertical que crece de cero a uno habría que emparentarlo con otra palabra: tecnología. “Cualquier modo nuevo y mejor de hacer las cosas es tecnología”, define Thiel. Y dado que la globalización reproduce aquella tecnología ya existente, su prolongación y expansión planetaria en un mundo con recursos escasos sin la invención de nuevas tecnologías resulta insostenible.
Haciendo un paralelismo con estas ideas, podemos atrevernos pensar que el peronismo, como tecnología política que vino a romper el paradigma social y político de nuestro país a mediados del siglo XX, y que hoy enfrenta acaso la mayor de sus encrucijadas puesto que son su identidad y su capacidad de representación los que se ven cuestionados, necesita volverse “tecnológico” y asumir un salto del cero al uno que lo proyecte al siglo XXI. El peronismo tiene que inventar un futuro para la Nación Argentina o errará fatalmente. Para eso vale todo, incluso bucear en el magma oscuro y codicioso de lo que Thiel llama “pensamiento startup”.
Al explicar el surgimiento de las startups de Silicon Valley en los años 90, Thiel hace una elegía de esos grupos reducidos de personas que se asociaron para crear pequeñas empresas que terminaron por cambiar al mundo para mejor, según sus propias palabras. “Es difícil desarrollar nuevas cosas en una gran organización”, dice. En cambio, “mantener un pequeño tamaño ofrece espacio para pensar”. Proyectado en el plano político, resulta obvio que no se trata de promover cenáculos cerrados y elitistas para pensar lo nuevo. La política en nuestro tiempo implica sumar voluntades, y nuestro movimiento nacional y popular ha hecho con razón una cuestión de orgullo de su gran tamaño y amplitud. La política no se puede hacer ni pensar en soledad. Sin embargo, la máxima funciona como una alerta contra la tentación de la unidad a cualquier precio. Se impone la tarea de reflexionar, de observar hacia dónde va el mundo y hacia dónde desea ir nuestro pueblo, tal como alguna vez lo hizo el GOU o como promovió el mismo coronel Perón en el Consejo Nacional de Posguerra, para construir un país y un futuro de veras posible. Repetir viejas fórmulas y sumar por sumar no es pensar un país; es nostalgia, es melancolía, es pereza y es algo peor: un error. El peronismo startup debe pensar una nueva tecnología política que permita el salto del cero al uno.
2. Burbujas. “El primer paso para pensar con claridad es preguntarnos qué pensamos sobre el pasado”, escribe Thiel. Pero no se trata de revisar el pasado para asignar culpas sino para extraer enseñanzas. No estamos ni para autocríticas hipócritas ni para cazas de brujas bobas ni para vendettas particulares o sectoriales. ¿Qué falló de todo lo que hicimos? ¿Dónde, cuándo y cómo extraviamos el camino y qué pudimos hacer para evitarlo? No son preguntas ociosas ni capciosas, son las claves para mirar hacia adelante otra vez y responder la pregunta más importante: ¿qué hay que hacer de ahora en más?
La historia empresarial registra que la euforia de las startups llevó a un crecimiento desmedido de la burbuja de las puntocom y, finalmente y muy pronto, al estallido. ¿Qué aprendió Silicon Valley de esa explosión? Los emprendedores que lograron salir vivos de ese Titanic aprendieron cuatro cosas: a) a buscar y hacer progresos graduales, dando pequeños pasos y evitando los grandes saltos; b) a despreciar la planificación a favor de un esquema flexible y espontáneo de acción; c) a mejorar la competitividad mejorando productos reconocibles e instalados, sin inventar nuevos mercados; y d) a centrarse en el producto y no en la venta.
Hoy podemos decir que el gobierno de Fernández-Fernández fue el Titanic del peronismo, y que la debacle electoral del peronismo de 2023 fue el estallido de una burbuja política imposible de ver para nosotros, los politizados e intensos miembros de la casta, pero una burbuja muy notoria y ostensible para el hombre común. Hoy es evidente también que, al menos desde la pandemia y la cuarentena, había una clase política mirando otra película que la que veía la mayoría del pueblo argentino. Y la pregunta es, ¿debería el movimiento político que condujo al país a esa debacle extraer del estallido lecciones como aquellas de los emprendedores de Silicon Valley?
La respuesta es no. A Silicon Valley la crisis lo volvió conservador, pasó de la adolescencia a la adultez. Como dijo Thiel, después de la locura “no teníamos más elección que encontrar modos de hacer más con menos”. El peronismo startup ya es un adulto mayor y, aunque ya está en una fase vital de menos euforia, todavía se puede revigorizar y puede acelerar. Por eso, a cada uno de los dogmas expuestos antes debe oponerle su exacto reverso: a) es mejor arriesgar la audacia que la trivialidad; b) un mal plan es mejor que ningún plan; c) los mercados competitivos destruyen los beneficios; y d) el producto y las ventas importan en la misma medida.
3. ¿Competencia o monopolio? El punto c) nos lleva al siguiente asunto. Una de las antinomias con que los economistas explican la economía es la del modelo de competencia perfecta vs. el modelo del monopolio. El estadio ideal del mercado es en general el de la libre y perfecta competencia entre empresas que no tienen el poder absoluto y tienen que acomodarse a las leyes generales. El monopolio, en cambio, es el dueño de su mercado y establece sus propios precios.
Como buenos liberales que somos, todos tendemos a preferir ideológicamente la libre competencia. Por el contrario, Thiel defiende el monopolio por su capacidad de dinamizar el futuro apostando a la innovación sin necesidad de competir constantemente. Para él, un monopolio es “el tipo de compañía que es tan buena en lo que hace que ninguna otra empresa puede ofertar un sustituto cercano”.
“Monopolio creativo significa nuevos productos que benefician a todo el mundo y beneficios sostenibles para el creador. Competencia significa que no hay beneficios para nadie, que no hay ninguna diferenciación significativa, y una lucha por sobrevivir”.
A partir de la irrupción y dominio del neoliberalismo en nuestro universo mental, solemos pensar a la competencia electoral como un mercado en el que los partidos deben pelear por vender y colocar un producto más o menos homogéneo que el del resto de los competidores. La competencia, sostiene Thiel, es una ideología, que impregna nuestra sociedad y distorsiona nuestro pensamiento al obsesionarnos con nuestros logros y los de nuestro prójimo. Y la rivalidad que resulta de ello nos vuelve imitadores de los demás y nos lleva a copiar servilmente todo aquello que parece haber funcionado en el pasado. Hubo una época en que un acto político del peronismo era distinto de un acto político de la UCR o de uno del PRO. Más allá de la reducción demoliberal de los movimientos políticos a partidos, una distorsión de la que ya somos conscientes hace tiempo, un peronismo startup tiene que pensarse a sí mismo como monopolio creativo, como una gran compañía que sabe qué quiere y cómo hacer mejor aquello que los demás intentan copiar. Solamente así podrá trascender la cruda lucha por la existencia diaria y proyectar un futuro mejor para todos los argentinos.
4. Peronismo monopolista. Ahora bien, ¿qué debe hacer un monopolio para evitar la competencia tóxica y ser un gran negocio? Primero, tener tecnología propia. Esa ventaja hace que tu “producto” sea virtualmente insustituible o muy difícil de copiar.
Segundo, poder pensar a gran escala sin dejar de ocuparse de lo inmediato y lo cotidiano. Las micromilitancias están bien (o no) y las internitas son inevitables, pero la proyección de un futuro y una nación a gran escala y el desarrollo de un potencial para alcanzar esa escala están primero.
Tercero, todo monopolio tiene una marca potente pero ésta es consecuencia de una sustancia real y potente. El peronismo supo tener su marca imbatible cuando tenía una esencia clara y definida. Hablamos de una identidad. Sin sustancia no habrá marca y seguir concetrándose en la marca antes que en la sustancia sería lo peor.
Por último, el monopolio evita la competencia y para ello debe, como dijo el ajedrecista Capablanca, “estudiar la jugada final antes que cualquier cosa”. Mover, pero mover a tiempo, sin anticiparse de más ni dejar pasar el momento, sabiendo hacia dónde va.
5. Optimismo definido o pesimismo indefinido. Hay distintas formas de imaginar el futuro y estas dependen de la mirada filosófica que adoptemos. Escribe Thiel: “Puedes esperar que el futuro adopte una forma definida o puedes tratarlo como algo confusamente incierto. Si tratas el futuro como algo definido, tiene sentido que lo entiendas de antemano y trabajes para darle forma. Pero si esperas un futuro indefinido regido por la aleatoriedad, abandonarás la opción de tratar de dominarlo”.
El pesimismo indefinido mira hacia un futuro sombrío pero no tiene la menor idea de qué hacer con él. El pesimismo definido cree que el futuro puede conocerse, pero dado que será sombrío hay que prepararse para afrontarlo. El optimismo indefinido cree que el futuro será mejor, pero no sabe exactamente cómo será, por lo que no necesita ningún plan. Espera beneficiarse del futuro pero no ve razón para diseñarlo de un modo concreto. El optimismo definido cree en un futuro mejor y cree necesario trabajar para construirlo.
Podemos decir de modo rápido que Perón era un pesimista definido. En los años ´40 tenía una visión de hacia donde iba el mundo, creía inevitable una tercera guerra mundial, y con la doctrina de la nación en armas pretendió preparar a la Argentina para afrontar ese futuro. Treinta años más tarde, en El Modelo Argentino, también avizoró un futuro de continentalismos, crisis ambiental y lucha por los recursos, señalando los peligros y las oportunidades de ese porvenir.
¿Hoy el peronismo qué piensa? Más bien vacila entre posturas indefinidas. Por un lado hay una mirada corta, del ahora inmediato. Ahí están los que esperan el estallido o la caída mágica del gobierno o del régimen actual, lo que, también mágicamente, devolvería al poder al peronismo, no sabemos bien por qué razón. Una mirada menos cortoplacista se entrega directamente al pesimismo total: el peronismo está definitivamente muerto, todo será peor gradualmente y lo mejor es resignarse a ello. En todo caso, son posturas de indefinición, sin perspectivas razonadas de futuro. Thiel señala bien que la actitud indefinida es propia de la política contemporánea: al no saber ya qué esperar, los políticos se entregan al focus group y la encuesta permanente que les dicte qué decir y qué pensar, perdiendo prospectividad y profundidad analítica.
Ya es hora de rechazar la tiranía del azar. Los encuestadores tienen que ser expulsados de la política. Y un peronismo startup debe intentar una mirada filosófica de gran alcance, entender hacia dónde va la Historia y virar hacia una visión definida del futuro, que habilite trabajar y planear un mundo posible. Eso es lo que hay que discutir. La inteligencia y el carácter de quienes lo conduzcan señalará finalmente si esa mirada nueva será optimista o pesimista. Pero lo que no se puede más es permanecer en la indefinición. Y son ellos, los dirigentes, los que tienen que aceptar la realidad tal cual es y asumirla con espíritu renovado para intentar transformarla de una vez por todas en beneficio de la comunidad.