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Vieja Nueva Literatura Globalista Artificial

Thomas Rifé
24 Abr. 2025
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Hace pocos días, o semanas (o cuando sea que leas esto), se viralizaron por internet las piezas generadas por los modelos de lenguaje de OpenAI donde los usuarios del mundo podían cumplir la fantasía de cosplayizar sus identidades digitales al estilo de animación ATP (y por apto para todo público nos referimos a todo lo que es para niños y para adultos que todavía se creen niños) de los artesanales estudios Ghibli y tal vez otros de Cartoon Network o Nickelodeon, etc. Si bien las imágenes, por su lado, presentaban poca variedad, selfies o fotos grupales transformadas en frames que parecían sacados de los bostezos menos creativos de Hayao Miyazaki, la certeza de que su estilo de dibujo y animación había sido domesticado e interiorizado por la AI estaba a la vista de todos. Luego, si la propiedad intelectual del estudio japonés se ve diluida o potenciada por este uso y abuso por parte de los usuarios que fantasean, ya minados de voluntad, ser versiones 2D de sí mismos, abuso que por su lado llevó a OpenAI a afirmar que se estaban “derritiendo sus procesadores” por el número de requests y a los más apocalípticos a medir la cantidad de litros de agua que se gastaron para procesar las imágenes generadas, son asuntos que aún están por verse. 

En pocas palabras, lo que cualquier puede notar es que para los usuarios no solo se trata de verse dibujados por Miyazaki, como si fuera un caricaturista que montó su bastidor en la playa por limosnas, sino de constatar finalmente que sus identidades ya son diseñadas algorítmicamente por las compañías de Silicon Valley de la misma forma que son diseñados los personajes de la próxima película animada de de Netflix. Ahora bien, por más que las imágenes parecen hechas por los animadores japoneses de los estudios Ghibli con sus colores suaves y trazos gruesos, nunca ignoramos, e incluso nos fascina, constatar que no fueron ellos los que dibujaron esas líneas sino los complejos engranajes de los modelos de OpenAI, como también constatamos que la mayoría de lo que leemos en internet está redactado por todo tipo de inteligencias artificiales, perspectiva que, si consideramos las discusiones actuales en Twitter y el nivel de lo que publica la intelligentsia progresista nacional, donde toda inteligencia parece ser artificial, puede ser muy alentadora. Con esto en mente, ¿es posible encontrar textos escritos por humanos que parecen redactados por el frío cálculo probabilístico que anima a los llamados Large Language Models? En todo caso, la pregunta es: ¿qué tipo de literatura es esa? Prosigamos.

Vamos a partir de algunas turbo-intuiciones. Primero, la literatura argentina (si es que todavía existe) está desnutrida y desarticulada de cualquier vínculo con lo que queda de identidad nacional tras cuarenta años de disolución de la cultura argentina en el líquido amniótico de los lineamientos culturales del globalismo consensuados por décadas de neoliberalismo. Los efectos de este sometimiento en los autores actuales es sintomático: su propia indigencia espiritual e intelectual los empuja, no sin placer, a una dependencia umbilical al sistema global editorial y a los organismos de penetración cultural establecido por premios internacionales, financiamiento por parte de USAID, la CIA, canapés en embajadas, Soros y los programas de literatura de las universidades de las grandes metrópolis mundiales. Esta dependencia material empujó a estéticas que dieron la espalda al canon nacionalista y aceitaron lecturas y textos en solidaridad con la agenda globalista como el ecologismo, teoría queer, estudios decoloniales y nociones geopolíticas digitadas en Langley. 

El siguiente paso era importar géneros foráneos e invasores como el llamado “new weird” para adaptar sus estéticas a los estándares editoriales del mercado global (o someter nuestra rica tradición nacional a etiquetas de librería de la quinta avenida como llamar “western criollo” al Martín Fierro) condimentado con las zonas fronterizas de lo argentino for export (dictadura, desaparecidos, villeros, léase Mariana Enríquez o léase el caso del tuitero Roberto Chuit Boganovich cuya propuesta literaria es tan impotente y su ideología tan porosa y en sintonía con las sensibilidades socialdemócratas que fue laureado tanto por los premios literarios de Futurock como de Clarín, prueba de que la única forma de triunfar en el raquítico mercado editorial argentino es escribir lo que a nadie le molesta leer y pensar solo aquello que todos piensan escribir. Léase, también, Tamara Tenembaum para un ejemplo de la primavera feminista 2015-2023 cuyo desapego a lo argentino, lo que se podría sintetizar como “voluntad multicultural”, fue premiado con 30.000 euros a partir de aquello que los carteles del centro de refugiados subterráneo de la estación Lavalle del subte de Buenos Aires promocionan como una “reescritura” de Virginia Woolf). Pero estos son solo chismes, prosigamos.

Vamos a aceptar dos definiciones robadas de Peter Thiel (esto tendrá sentido, tal vez, más adelante). El progreso horizontal o extensivo significa copiar cosas que funcionan: ir de I a n. La palabra para llamar esto es globalización, es decir, expandir cosas que funcionan en un lugar y llevarlo a todo el mundo. El progreso vertical o intensivo significa crear nuevas cosas: ir de 0 a I. Al progreso vertical se lo llama tecnología, es decir cualquier forma nueva y mejor de hacer las cosas. La teoría final de Thiel es que un mundo globalizado sin nuevas tecnologías es insostenible. 

Todo esto viene a cuento del nuevo libro de ensayos de Michel Nieva, Ciencia Ficción Capitalista editado a finales del año pasado por la ultra española Anagrama. Según la biografía que aparece en el catálogo de autores de la prestigiosa agencia literaria ultra española Casanovas & Lynch (que representa, también, sin grandes sorpresas a autores como Mariana Enríquez, Martín Caparrós, Jorge Fernández Díaz y Camila Fabbri) podemos recoger que Michel Nieva nació en Buenos Aires en 1988, que estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires y que actualmente se encuentra cursando su doctorado en la ultra-americana NYU. El catálogo recoge, también, los elogios a sus textos por parte de la crítica internacional especializada, es decir, las gacetillas de prensa que Anagrama o los propios Casanovas & Lynch escriben y distribuyen a sus terminales mediáticas. En uno de los esmerados comentarios, según un tal Jonathan Torton de The Fantasy Hive, Nieva juega un rol clave en lo que llama “speculative science-fiction”, mientras que Rahul Bery de Lithub aprecia su estilo omnívoro

Podríamos decir que Ciencia Ficción Capitalista es el intento de Nieva de montarse sobre la tradición hiper-erosionada de Mark Fisher y continuar de alguna forma su obra inconclusa, recordemos que Fisher se suicidó antes de poder imaginar el fin del capitalismo, y actualizar algunos de sus conceptos a la nueva ola, o que al menos Nieva parece reconocer como nueva, de turbo-anarco-capitalismo emergido en Sillicon Valley, con Elon Musk como principal obsesión del autor, a través de una operación de lectura de lo más sencilla: los hombres que dominan la industria tecnológica y, por transitividad según Nieva, la destrucción del mundo, orientan sus esfuerzos y fantasías al espacio exterior, en particular Marte, sustentándose en las grandes novelas de ciencia ficción del siglo XX para modelar su proyecto de abandonar la Tierra para aniquilar nuevos mundos. A partir de esta idea tan novedosa e inocente, es decir que la ciencia ficción preconfigura los horizontes de imaginación sobre el futuro, Nieva rastrea las lecturas de ciencia ficción de algunos CEOs como Peter Thiel, Bill Gates, Jeff Bezos y, claro, Elon Musk (todos identificados como encarnaciones del mal absoluto) y las serializa con sus proyectos de negocios interestelares para armar una línea que pondera de manera sagrada y nostálgica el poder de la literatura para estimular nuestra imaginación, incluso para el terror, y subyuga con una tecnofobia benjaminiana a cualquier forma de progreso a nuevas formas de depredación.

Pero vayamos al texto. En el primer ensayo del libro, “Metaverso, turismo espacial, inmortalidad, sojapunk”, Nieva regresiona el origen del proyecto del metaverso de Zuckerberg de forma lineal a la literatura de Neal Stephenson. Stephenson que, apenas tuvo oportunidad, puso a servicio de Blue Origin, compañía de Jeff Bezos, sus talentos especulativos. En este punto es curioso, o no tanto si pensamos desde dónde escribe y estudia Michel Nieva, la omisión de Paul Linebarger, autor que, mientras escribía el manual de operaciones psicológicas que sería de uso obligatorio para el ejército y la inteligencia americana, publicaba novelas y relatos de ciencia ficción bajo el seudónimo de Cordwainer Smith. Pero eso sería admitir que la ciencia ficción no solo es útil para las big tech que depredan nuestros datos y contaminan el mundo, sino también para el Departamento de Estado. Pero no seamos paranoicos, debe ser solo una casualidad. A continuación, Nieva desacredita con ironía y citas a Harari mediante los avances privados de compañías como Calico y Unity Biotechnologie para prolongar la vida solo por su restrictivos precios futuros para luego rastrear un par de novelas de ciencia ficción donde se problematiza la inmortalidad. En este punto, Michel Nieva confunde tópicos clásicos de la literatura, incluso de la vida misma, como la muerte y la inmortalidad, a temáticas exclusivas de la ciencia ficción en un método de lectura que será repetido durante todo el libro: buscar las convergencias entre lo que dicen y proyectan desde Silicon Valley con lo que alguna vez fue dicho y escrito en la ciencia ficción. 

Lo curioso de este primer ensayo de un joven autor argentino es que también es, a su vez, el único texto del libro donde se menciona a la Argentina. El pequeño apartado a nuestras latitudes es una crítica a Grobocopatel por lo que Michel Nieva denomina en un arrebato de creatividad como sojapunk, es decir,  las múltiples vejaciones que la agroindustria ejerce sobre los suelos argentinos y latinoamericanos (basado en cifras otorgadas por Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) donde el monocultivo desplaza en zonas como el Amazonas o el Gran Chaco a comunidades indígenas para luego imaginar un mundo donde todo es impulsado por soja, desde cohetes a robots. Aunque no dudamos de que las intenciones de Nieva son buenas y desde Dólar Barato estamos en contra de cualquier desplazamiento forzado de comunidades indígenas en cualquier parte del universo, es sintomático que Nieva olvide de mencionar que tanto el Amazonas como el Chaco no son zonas geográficas que flotan entre dos océanos, sino que pertenecen a países concretos como Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y varios más, países que en el siglo XXI ejercen con soberanía la explotación de sus recursos. Pero esta omisión, que solo reproduce los discursos del tutelaje colonial sobre los recursos del tercer mundo que se digitan desde las metrópolis mundiales debe ser solo otra casualidad. Por supuesto que no hay que ser el hijo streamer y ultra-macrista de Grobocopatel para conocer el valor estratégico de la soja y de la agroindustria para el crecimiento, desarrollo y progreso del PBI per capita nacional. 

A continuación llega el ensayo que da nombre al libro, “Ciencia Ficción Capitalista” y propone la definición teórica al aporte de Nieva a lo que podemos llamar como Fisherismo internacional: la ciencia ficción capitalista. Según Nieva, la ciencia ficción capitalista es la narración de una “humanidad sin mundo” que permite al “establishment” corporativo aferrarse a la capacidad hegemónica de pensar futuros. En este punto, uno podría preguntarse, al igual que Fisher antes que Nieva, por qué la izquierda dejó de imaginar futuros. Nieva, al igual que Fisher antes que él, concluye el asunto señalando simplemente que el mismo capitalismo es el que ha sepultado a las sociedades en la incapacidad de proyectar los suyos propios. Asunto cerrado. La ciencia ficción capitalista agrega un pliegue más, ya que, según Nieva, al apropiarse de la imaginación literaria de la ciencia ficción, comercializa el futuro por medio de productos que nos salvarán de la catástrofe que ellos generaron en un loop infinito. En las palabras de Nieva, “la ciencia ficción capitalista es la violencia que restringe el monopolio de imaginar nuestro futuro a las corporaciones”. Aunque no hay que ser un detective muy sagaz o un hacker muy sofisticado para averiguar qué corporaciones son las principales donantes de las principales universidades de las ciudades centrales de los Estados Unidos. 

En paralelo, Nieva afirma que la comunión protagónica entre los ideólogos de Silicon Valley es un atávico odio por el Estado para denunciar, como si fuera un copiar y pegar de las críticas del progresismo local a Mercado Libre por sus beneficios impositivos, que Elon Musk se benefició de un jugoso contrato estatal para financiar Space X y que, al igual que Galperín, del beneficio santo de no pagar impuestos al Estado americano. Nada nuevo por acá. En su monomanía por la figura de Elon Musk, Nieva se pregunta sobre una remera que el empresario sudafricano utilizó algunas veces, una remera que, con sarcasmo con el fracasado movimiento Occupy Wall Street, rezaba “Occupy Mars”. Nieva, por su lado, ironiza la postura de Musk: “¿Para qué ocupar Wall Street, se pregunta Musk, o para qué gravar a los ricos, si las burocracias malgastarán ese dinero en el círculo vicioso de su propio funcionamiento?” Nieva, como sucedió antes en relación a la falta de la imaginación de la izquierda, no da una respuesta al respecto sino que sugiere que la misma pregunta de Musk es una ofensa, aceitando, así, su propio lugar en lo que Curtis Yarvin llama “La Catedral”, es decir, en la casta de formadores de opinión que en nuestra época y en nuestro tiempo, y aunque Nieva sea argentino, Yarvin localiza en Harvard, Yale, el New York Times, etc. y que tienen como objetivo educar la voz del pueblo, es decir, educar la voz de Dios. En el caso de Nieva esa educación será: la defensa de la burocracia estatal y la globalización en contra de la tecnología y el progreso y la defensa del tutelaje internacional de recursos naturales sobre la soberanía de los Estados-nación. 

Algo que vale la pena señalar del libro es que si bien Nieva se toma el exhaustivo trabajo de rastrear en la amplia bibliografía de la ciencia ficción sólo aquellas convergencias que repercuten en las ideas actuales de los multimillonarios, nunca pareció esforzarse en leer, u omitió mencionarlo, a estos mismos CEOs que, curiosamente, sí se tomaron el trabajo de escribir libros, y no de ciencia ficción, donde explayan su visión del mundo y su filosofía. Podríamos mencionar Blitzcaling de Reid Hoffman (Co-founder de Linkedin) o, el mencionado más arriba, De Cero a Uno de Peter Thiel (Co-founder de PayPal). Vamos a proponer una lectura inversa a partir de acá. Si Nieva tamiza los proyectos de Silicon Valley con la ciencia ficción, nosotros vamos a leer el texto de Nieva desde la perspectiva de los libros que sí escribieron los fundadores de las big tech. Desde esta perspectiva, podríamos caracterizar el punto de vista de Nieva como parte de la Catedral con aquello que Peter Thiel caracteriza como “pesimismo indefinido”, es decir, aquella configuración ideológica que mira hacia un futuro sombrío pero no tiene la menor idea de qué hacer con él, léase Mark Fisher, léase Europa. Esta postura, afirma Thiel, es la que frena cualquier forma de progreso real, ya que se sustenta en solo esperar la catástrofe como gesto narcisista para reafirmar su identidad basada en una mediocridad polifacética. El contrario al pesimismo indefinido es el optimismo definido, es decir, la convicción de que el futuro será mejor y hay que trabajar para hacerlo realidad. 

En el ensayo “Ese momento fugitivo de la letra al acero, la ciencia ficción”, Nieva recupera por algunos párrafos el entusiasmo por el poder de la ciencia para hacer progresar a la humanidad, pero sólo en aquellos inventos que Nieva considera fruto directo de la inspiración literaria, como cuando afirma que Julio Verne inventó el submarino, aunque en la siguiente línea comenta que ya existían antes del Nautilius, o cuando afirma que sin H.G. Wells no existiría la energía atómica solo porque Szilard leyó El mundo se Liberta. En esta ponderación sagrada y reverencial del poder de la literatura, Nieva parece aplicar una transitividad entre lectura y acción, que confunde los progresos científicos con la autoría de una obra, como si los saltos tecnológicos fueran siempre el fruto del trabajo de un solo hombre, y en particular, de una sola lectura. En el esquema de Nieva, la literatura nunca se vale de la ciencia. El método regresivo de Nieva no tiene fallas, solo le basta con rastrear cualquier cosa que haya sucedido en el pasado, como los satélites, y elevarlo a preconfiguración literaria si Arthur C. Clarke alguna vez mencionó su posibilidad, con la falacia de creer que cualquier cosa que escriba o diga un autor es literatura, incluso sus opiniones sobre la ciencia y la tecnología. En este punto, Nieva celebra la colaboración de Clarke con la NASA para el desarrollo de satélites, luego de afirmar que la contaminación de satélites es uno de los principales obstáculos de la exploración espacial. Pero esos son los satélites que Elon Musk y Space X ponen en órbita. Aunque cuando el ensayo llega al presente y a las lecturas de los CEOs, Nieva no se ahorra adjetivos para que el lector no se confunda, no se trata de “refinados lectores de ciencia ficción” sino de “cerdos y avaros multimillonarios evasores de impuestos”. Una audaz y original afirmación, sin dudas.

Si faltaba algún casillero más del bingo progresista, en “Cambio climático, el gran orgullo del hombre blanco”, Nieva despliega sus habilidades de eco-terror para citar a Joanna Zylinska y disfrazarse de aliado para afirmar que las narraciones apocalípticas del fin del mundo, entre las que podríamos contar la novela del propio Nieva, La infancia del mundo, son solo “una fantasía patriarcal, un espejo narcisista en el que el hombre blanco puede volver a proyectarse como el macho salvador de la humanidad, después de que su centralidad fuera eclipsada por el multiculturalismo de las democracias occidentales”. Curiosa filiación plantea Nieva acá, al adoptarse como heredero del multiculturalismo Made in New York, pero sobre todo es una acertada mirada de los vientos geopolíticos del mundo actual. A continuación, Nieva afirma que los cohetes de Blue Origin son “deliberadamente fálicos”, ignorando las estrictas leyes de la aerodinámica para obsesionarse, una y otra vez, con imágenes de los magnates de Silicon Valley como cowboys espaciales sobre cohetes con forma de pija y eyaculaciones que no quedan muy claro dónde se depositan, para discutir instantáneamente con los “eco-pragmatistas” y criticarlos por considerar que “la tecnología evita las guerras, reduce la violencia, mejora la calidad de vida y disminuye la dependencia a industrias que afectan el medio ambiente”. Frente a esta inadmisible idea de optimismo definido, Nieva plantea con horror kicillofista que para la solución “eco-pragmática” no son “las leyes, la burocracia ni la política” las que pueden salvar al mundo, sino el desarrollo de la tecnología en mano de las compañías. 

En definitiva, la tecnofobia de Michel Nieva se adecúa a lo que Simondon hace más de medio siglo llamaba en El modo de existencia de los objetos técnicos como “cultura antigua”, es decir aquella que incorpora sólo los esquemas de los estados de las técnicas artesanales y agrícolas, es decir, una cultura falsa ya que su código inadecuado no responde a la realidad gobernada y los seres que la gobiernan, ya que la realidad gobernada implica hoy hombres y máquinas. La adhesión espiritual e ideológica de la literatura de Nieva a los valores de la Catedral le obtura la posibilidad teórica de elaborar sobre formas de habitar el mundo con las máquinas más allá de su pesimismo indefinido. Pero no nos confundamos, no todo es desesperanza. En el ensayo, “Ciencia ficción comunista o socialismo interplanetario”, Nieva recupera la larga tradición soviética de ciencia ficción y las afirmaciones de Lenín sobre un estadio de comunismo superior intergaláctico, es decir, la idea que de existir vida extraterrestre capaz de viajar por el espacio, ésta ya debe de haber superado el estado capitalista y asentarse sobre una poderosa ciencia espacial comunista. Nieva sigue el hilo de esta percepción en las ideas de J. Posadas y la Cuarta Internacional Posadista. Con esto en mente, la teoría de Nieva, tras los pasos de J. Posadas, teoriza que el miedo americano hacia los ovnis y un posible contacto, ampliamente imaginado por el cine, se debía al miedo a la salvación proletaria mundial por un comunismo cósmico. Lo que rescata Nieva de esta afirmación, aunque la tilda de “delirante”, es su capacidad para disputar (a esta altura del libro uno sabe que Nieva se volvió adicto a su concepto) a la ciencia ficción capitalista el monopolio de la imaginación. Nieva, finalmente, plantea su programa revolucionario: “Y por más delirante que parezca militar a favor de la llegada de alienígenas comunistas, quizá sea menos ingenuo que aguardar a que las megacorporaciones salven a la humanidad en otros planetas tras terminar de destrozar éste. ¿Y qué es una revolución, después de todo, sino creer en lo imposible?”. Frente al realismo capitalista y su fe en la tecnología, nos salvará la imaginación comunista cósmica. Es curioso que la primera sugerencia militante de Michel Nieva en el libro es la fantasía de subyugarse ante una potencia foránea. Otra vez, ninguna sorpresa por acá.

Por último, en “Ciencia ficción capitalista, fase superior del colonialismo” Nieva plantea su teoría final: la conquista y la colonización de Marte son la emulación presente y futura de “siglos de fuego, sangre y saqueo que dieron origen al sistema capitalista: la conquista y colonización de América”. Si bien la afirmación es arriesgada y repite todos los lugares comunes de la leyenda negra de la conquista de América, Nieva no profundiza a quién se conquista o a quién se coloniza en Marte o en el frío espacio exterior. Este es el punto de sostén de su próxima propuesta militante, en este caso indigenista, aunque esté todo basado en un simple juego de palabras, a saber, como los pueblos indígenas ya vivieron el fin del mundo son los líderes ideales para prepararnos para el fin del mundo que significa colonizar marte, debido a que, casualmente, ellos ya fueron colonizados. Los pueblos indígenas son los únicos que pueden enseñarnos a habitar un mundo, u otros mundos, post apocalípticos. Gran consuelo. La comparación está servida y Nieva no la esquiva, “Elon Musk y Jeff Bezos plagian a Cristóbal Colón y a Hernán Cortés” afirma sin demasiado pudor. De esta manera, Nieva nos insta a nosotros, a todos, al mundo, a seguir los pasos de los Yanomami, una comunidad amazónica, como alternativa al proyecto espacial de la ciencia ficción capitalista. Otra vez son la minería, la deforestación y la agroindustria en la selva amazónica las excusas para condenar cualquier soberanía de recursos de los países sobre su territorio, en especial Brasil. Los efectos de la tala y el monocultivo asesinan a los xapiri, afirma Nieva, una especie de espíritus de las selvas brasileñas y venezolanas, razón por la cual todo tipo de catástrofes han sido liberadas sobre el mundo, como sequías y epidemias. La propuesta de Nieva es revivir a los xapiri. En los Andes centrales de América del sur, otra vez Nieva se olvida de mencionar países concretos, existe la Pachamama. A ella también hay que resucitarla. Nieva nos advierte, por si no lo habíamos notado, que es poco probable que haya una Pachamama en Marte. Obviamente que estas sugerencias, que algún desprevenido podría considerar como chistes, sólo son posibles mediante insistir con un concepto tan poroso como “ciencia ficción capitalista”. Pero las ideas de Nieva son literales, hay un solo camino: “solo la descolonización y el devenir indígena pueden salvarnos y no la repetición de las violencias ancestrales que perpetran los multimillonarios de Silicon Valley”. Aunque no hay que ser un hispanista muy entusiasta para marcar la línea de la historia que marca el desarrollo de las universidades en América con las condiciones materiales de vida del propio Nieva en la élite intelectual de Nueva York. Pero no lo tomemos personal. En definitiva, Nieva tiene dos soluciones para el concepto y el pánico que él mismo diseñó en su libro, un libro que más que angustiante podría calificarse de angustioso: que nos salven los alienígenas comunistas o volvernos indígenas. Kaput. 

Con esto en mente, Nieva tilda a la tecnología, los vehículos astronáuticos y la inteligencia artificial como los “espejos de colores” de los multimillonarios de California. Para Simondon, la tecnofobia nace cuando las máquinas comienzan a reemplazar al trabajador. A mediados del siglo XIX, las fábricas introducen máquinas automáticas que trabajan en paralelo a los hombres. En este proceso, desnutren al hombre como individuo técnico al ser despojado de las herramientas como extensiones de su cuerpo. Al distanciarse de los objetos técnicos, el hombre se convierte en solo su espectador y se desvincula de la percepción intuitiva del progreso, que antes sentía en la mejora de sus propias capacidades y herramientas. Por ello, la noción de progreso se vuelve angustiante y ambivalente al distanciarse de la experiencia individual. Para finalizar, una pequeña aclaración de cómo funcionan los Large Language Models que impulsan las inteligencias artificiales, o “espejos de colores”, como Nieva las llama: son modelos probabilísticos que a partir del prompt inicial del usuario lo único que hacen es predecir la próxima palabra en una secuencia basándose en la probabilidad de que esa palabra ocurra después de las precedentes en sus datos de entrenamiento. Por lo tanto, su “inteligencia” apenas se basa en patrones estadísticos aprendidos de grandes cantidades de texto. Dicho esto, si nos remontamos a lo que nos preguntamos al principio: si era posible encontrar textos escritos por humanos que parecen redactados por el frío cálculo probabilístico que anima a los modelos de lenguaje, tal vez los ensayos de Nieva, solidarios a todo lo que se espera que se diga de un miembro sano y activo de la Catedral y su entrenamiento de lecturas, es decir, descolonización, ecologismo, feminismo y cualquier otro lugar común de la agenda neoliberal y globalista (entendido en términos de Peter Thiel como solo copiar aquello que funciona e imponerlo al resto del mundo), tal vez hayamos encontrado un buen candidato para nuestra literatura artificial humana. Quizás esto, y solo esto, explique la tecnofobia y la angustia ante el progreso de Michel Nieva en términos simondianos, ya que debe poder percibir que cualquier inteligencia artificial, sin ser realmente “inteligente”, puede hacer su trabajo. Y si esto es lo que producen los autores argentinos premiados por el mundo y distribuidos por editoriales extranjeras, tal vez sea hora de abandonar, otra vez, la idea de autor y entregarnos a los prompts que estimulen a una oscura inteligencia artificial argentina que vaya de 0 a 1 y entrenada más con textos de Lugones, Hernández, Arlt, Fogwill y Sofovich y menos con el canon derrotado de Aira, Saer, Pauls, y Sarlo, diseñado en los programas de Puan, y que nos brinde de forma automática las epopeyas nacionales que inspiren a las próximas generaciones y las obras de teatro de revista que entretendrán al pueblo en las vacaciones de verano. ////DB

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Escribe: Thomas Rifé
24 Abr. 2025
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